A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Contrapesos al poder

Somos más los que creemos y queremos que el presidente López Obrador haga un buen papel, incluso más que quienes votaron por él y lo defienden ciegamente. Al día de su toma de posesión tenía un 69% de aprobación. No es nuevo. Al inicio de gobierno de Fox tenía un 80%. Es decir, las expectativas de los mexicanos y de hecho en cada elección, incluyendo la de Chiapas o Jalisco, el arranque de un gobierno goza de un periodo de gracia, lo que en el argot político se ha dado en llamar, la luna de miel. Pasado ese periodo terso, casi entre algodones, el electorado comienza a contrastar las expectativas con la realidad. Es decir, valora si el crédito y la confianza otorgada se mantienen firmes, se incrementan o comienzan a devaluarse.
Ciertamente el 53% del electorado votó a favor de Amlo y el resto, un 47% lo hizo en otro sentido. Además de ello existe un importante número de electores que no ejercieron su voto, pero que no por eso tienen que mantenerse indiferentes a lo que pasa en nuestro país.
Cómo no coincidir con un presidente que quiere acabar con la corrupción. Cómo estar de acuerdo en que se sancionen como delitos graves los tipificados en materia electoral. Siempre ha sido lastimoso ver cómo se lucra con la necesidad de la gente, se le compra o condiciona un apoyo. La práctica no se ha erradicado y salvo casos de excepción, la realizan impunemente para acceder a cargos de elección candidatos que gastan millonadas de pesos, generalmente mal habidos.
Cómo no querer a un presidente que quiere combatir la desigualdad social y apoyar a los estados más pobres del país. En particular para el caso de Chiapas representa la esperanza de millones de personas carentes de oportunidades, pero que históricamente viven al igual que otros estados del centro y sur, en un permanente rezago social.
Preocupa en contraste lo que a diario observamos en decisiones, que más allá de la campaña electoral, resultan contraproducentes, como la cancelación del Aeropuerto en Texcoco donde se perderán unos 120 mil millones de pesos y otro tanto similar producto de la deuda con los tenedores de bonos o el mal negocio de vender el avión presidencial.
Pero más allá de eso lo que se observa con preocupación es el modo arbitrario con que se comporta la mayoría en el poder legislativo. La ofensiva intolerancia contra quienes disienten o critican, equivocados o no, al gobierno en ejercicio de la libertad de expresión. Y ahora más recientemente la confrontación con el poder judicial por la ley de remuneraciones.
Una cosa es la opinión, también muy libre y válida del Presidente, que considera onerosos y excesivos los salarios de los magistrados al igual que buena parte de la población, y otra, el que se incite a millones de seguidores al linchamiento y la repulsa popular. De cualquier modo representa el sometimiento y el sojuzgamiento de un poder a otro. El desafío a la autonomía de los poderes.
Durante el siglo XIX México fue gobernado por el general Santa Anna, el benemérito Juárez y Porfirio Díaz. Cada uno bajo diferentes justificaciones. México era el país de un solo hombre. Después de la Revolución se vivieron 70 décadas del PRI como partido hegemónico.
¿Acaso queremos volver a repetir la historia? ¿Queremos, en serio, que prevalezca un pensamiento monolítico? ¿Un país donde los disidentes sean calificados como traidores a la patria? ¿Dónde no haya pluralidad? ¿Dónde no cabe la prensa crítica? Confiemos en que no. Confiemos en el Presidente cuando dice que no se perpetuará en el poder. Confiemos en el Presidente que dice que aunque difiere de los jueces y magistrados respetará sus decisiones para que prevalezca el estado de derecho. Confiemos en quien nos dice que pretende erradicar la simulación para vivir una auténtica democracia. Ahí cabemos todos, incluso los neoliberales.

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