A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

La tragedia venezolana

«Maldito el soldado que vuelva las armas contra su pueblo.»
Simón Bolívar

La crisis venezolana está alcanzando su momento de mayor recrudecimiento. El régimen de Maduro es insostenible e indefendible. La represión se hace presente de modo sistemático a partir de que cientos de miles de venezolanos salieron a las calles de su país, no solo en Caracas, sino hasta en los más pequeños poblados, para manifestarse por enésima vez en contra de una dictadura que los ha sumido en la pobreza, la falta de abastos y medicinas.
Es triste para un país que tiene la mayor riqueza petrolera de todo el continente. Todo empezó hace dos décadas con el arribo al gobierno de un líder carismático que venía decidido a combatir la corrupción en su país y precedido de una frustrada intentona de golpe militar.
Los primeros años fueron miel sobre hojuelas en una economía estable que no solo dependía de la renta petrolera, sino de un sector financiero y empresarial sólido que generaba oportunidades de empleo e inversión.
Pero las panaceas a todos hipnotizan. Con el respaldo popular, Hugo Chávez modificó la constitución para mantenerse en el poder, gracias a su popularidad y una base social dependiente de programas asistenciales y a partir de un reparto de la riqueza que a las postre fue desmantelando todo el sector productivo del país.
Los principales capitales huyeron del país y otro tanto se quedó para padecer expropiaciones y condiciones adversas, que pusieron en quiebra no sólo a los grandes empresarios, sino a la pequeña y mediana empresa y comercios. Fue en el momento en que se comenzó a construir el discurso del «socialismo del siglo XXI», una falacia que terminó por corromper las altas esferas del poder público y militar en perjuicio de la mayoría.
Como un Midas petrolero rebosante de riquezas, Hugo Chávez construyó alianzas con países del continente necesitados del hidrocarburo y adoptó como padrino al hombre que supo sobrevivir a las fauces del imperialismo yanqui. Como avezado discípulo aprendió de Fidel Castro las estrategias de supervivencia y permanencia en el poder.
En la cumbre de su poder fue abatido por el único e invencible rival que fue un cáncer que lo llevó a la tumba. No estaba en sus planes. Pero a partir de ahí, apenas alcanzó a potenciar al segundo hombre, de todas sus confianzas y que hasta el día de hoy se comunican en la ultratumba a través de pajaritos. Un consumado demagogo que, sin el liderazgo de Chávez, compartió el poder con una milicia rapaz a cambio de los jugosos negocios y el control de PDVSA, empresa estatal venezolana cuyas actividades son la explotación, producción, refinación, mercadeo y transporte del petróleo.
Pero la gente no come petróleo. Las pocas industrias que fabricaban y distribuían alimentos y diversos insumos fueron cerrando al grado de mantener los anaqueles vacíos y al pueblo exigiendo a gritos que les vendieran productos. Se desmanteló pues todo el aparato productivo del país y ante la falta de abastos, empleos y esperanza de vida se fue desmoronando también su popularidad.
Hoy se mantiene en el poder con la bota militar y no lo oculta. Ya nadie le cree ni se espanta con el espantajo del enemigo Yanqui y el diablo imperialista encarnado en la figura de Trump. Eso que a Chávez le funcionó no se lo cree nadie ahora porque lo que la gente quiere es tener para comer y vivir con mínimo decoro. El propio chavismo –como corriente política- le ha dado la espalda. Ha perseguido y destruido instituciones y encarcelado y torturado a sus adversarios políticos.
En ese contexto ha prometido a China y Rusia el oro y el moro. Ha hipotecado la riqueza petrolera para seguir manteniendo a la burocracia y el poder militar que lo sostiene. Los principales países del continente americano en el grupo de Lima han desconocido su gobierno. El 10 de enero «tomó» posesión después de unas elecciones fraudulentas organizadas por él y sin rivales de peso a los cuales tiene proscritos sus derechos políticos.
No a todos agrada la injerencia norteamericana, pero como su principal comprador de petróleo financiaba, de algún modo, la permanencia del tirano. Hoy le cierran la llave y Maduro se aferra con las uñas llevando las cosas al extremo. Si tuviera un ápice de verdadero patriotismo debería buscar una salida decorosa en el exilio y dejar que el pueblo de Venezuela decida un mejor destino. Veremos qué pasa…

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