Amor, pasin y locura

Amador fue identificado y su historia descubierta: puede ser que la vida te destroce el corazón y te envié a un mundo lejano a la realidad

Óscar Aquino López / Portavoz

[dropcap]E[/dropcap]l doctor Almadena firmó la ficha de nuevo ingreso a la clínica psiquiátrica «Madre de la soledad». Los datos indicaban que un sujeto que no supo dar su propio nombre, fue encontrado por dos oficiales de la policía, estaba acostado sobre la acera en una avenida de la ciudad, bajo los intensos rayos solares de las horas más cercanas al mediodía.
Al principio, los oficiales pensaron que el sujeto estaría herido o muerto. Detuvieron la patrulla frente a él; descendieron de ella, uno de ellos se acercó al tipo tirado en la banqueta, el otro supervisó algunos metros alrededor.
El hombre estaba tendido boca abajo en el suelo. El oficial se acercó a él buscando signos vitales. Muy rápido pudo ver que estaba vivo pues susurraba cosas difíciles de comprender. Cerca, a unos metros de ahí, el otro policía encontró una bolsa tejida con hilos blancos y rojos, adentro había un pedazo de cartón con algunas inscripciones puestas en tinta roja. Una de ellas decía «Sólo espero a Dios. Amador se irá al cielo».
A un costado de ese escrito, estaba dibujado un molino de viento, pequeño, trazado con la tinta roja de un bolígrafo que no estaba adentro de la bolsa ni en otro lado cercano al hallazgo del sujeto desvanecido en la acerca. En la parte superior del molino había dos pequeñas aspas unidas por un broche.
Al sentir el contacto del policía queriéndolo levantar, el hombre, vestido con andrajos, reaccionó sorprendido. Por su propio pie se incorporó, lo primero que vio fue al oficial de policía revisando la pequeña bolsa y curioseando con el diminuto molino de viento con aspas de cartón. Se dirigió hacia él apresurado para decirle:
-!Esas cosas son sagradas, no las toques¡-. El policía pensó que era una exageración lo que decía el andrajoso. Sin embargo, cuando estuvo frente al oficial, le arrebató el cartón con el molino dibujado y la frase «Sólo espero a Dios. Amador se irá al cielo». No le importó que la bolsa cayera al suelo con tal de tener en sus manos ese pedazo de cartón.
-Este es el amor de Jesús-, dijo, ya con tono más calmado, mientras hizo girar las aspas del molino, al detenerse, dijo -Ese el único amor verdadero-.
Los dos policías se reunieron tratando de deliberar acerca de la situación, concluyeron que lo mejor sería llevarlo a la clínica psiquiátrica. El tipo les dio la impresión de tener problemas con sus facultades mentales. Era alguien, hasta entonces, sin nombre, estaba abandonado en la mitad de la avenida, sin nadie que pudiera responder por él.
Hicieron que guardara su preciado trozo de cartón en la bolsa para después subirlo a la patrulla y conducirlo hasta la puerta de la clínica, en las afueras de la ciudad. Al arribar al portón de entrada, encontraron a una enfermera y un guardia de seguridad en la caseta a un costado del camino. Los policías explicaron lo que estaba pasando; los dejaron entrar al área de primer contacto, donde los recibió un médico joven que midió la presión arterial, el ritmo cardíaco y respiratorio; los reflejos nerviosos y otros datos al desconocido.
Posteriormente fue llevado al área de psicología. Una doctora, de apellido Mosqueda, lo recibió y lo examinó. Apuntó los datos en una hoja tamaño oficio impresa con varias preguntas y renglones para las respuestas. En la parte inferior de la hoja, había un recuadro con la palabra «Evaluación», a un costado, otras dos casillas, una con la palabra «apto», la otra decía «no apto». La doctora marcó con una equis el recuadro de «no apto».
La doctora Mosqueda tardó un rato en evaluar. Hasta entonces fue posible confirmar que, en efecto, ese hombre se llamaba Amador Miravalle. A sus 34 años de edad, Amador presentaba un serio deterioro mental poco común para ser tan joven. Tenía delirios en los que mezclaba a Dios con el futbol; desvariaba o al menos eso parecía. La doctora Mosqueda consideró que había posibilidades de que no todo fueran delirios ni cosas por fuera de la realidad, quizás, Amador tenía algo que decir, algo que tal vez lo tenía en ese estado mental tan complicado.
Amador dijo que no recordaba el nombre de su madre, ni su dirección. Recordaba muy pocas cosas de su vida presente y pasada.
Hasta ese consultorio llegó Amador aún cargando su pedazo de cartón, atesorándolo. En la entrada quisieron quitárselo, pero él se aferró con todas sus fuerzas, se tiró al suelo como protegiendo el objeto. Los paramédicos decidieron permitirle entrar con eso que tan importante era para él.
Con la doctora Mosqueda, al finalizar la evaluación, Amador tomó el cartón, repitió la maniobra de las aspas, las hizo girar en su pequeñés, casi al detenerse, dijo -Este es el amor de Jesús. El único amor verdadero- y en seguida leyó la inscripción «Amador irá al cielo».
La presencia y los dichos de Amador consiguieron intrigar a la joven doctora Mosqueda, quien vio en él a un paciente potencialmente interesante de atender, así que al firmar la evaluación psicológica y psicométrica, levantó el teléfono para solicitar la presencia de dos paramédicos que llevasen a Amador a la oficina del director, el doctor Almadena. En otra llamada habló con el director, le explicó las circunstancias; concluyó pidiéndole que atendiera de primera mano al paciente.
Algo que preocupó al doctor Almadena fue que Amador no recordaba a su familia y no había a quién recurrir que pudiera ayudar a conocer la historia. Era un hombre sin pasado y viviendo en un presente muy confuso.
El director de la clínica autorizó el ingreso de Amador, con la salvedad que durante los primeros días le realizarían otro tipo de estudios más profundos. Pidió a dos paramédicos que trasladaran al paciente hacia su nueva habitación, la más cercana al patio de recreo en el que había una pequeña cancha de futbol trazada con cal.
Los ojos de Amador se iluminaron al llegar a la puerta de su cuarto pues desde ahí logró ver la canchita y un balón de futbol ahí, solitario, formando parte del silencio que en ese momento imperaba.
En su oficina, el doctor Almadena telefoneó a la doctora Mosqueda, la llamó a su consultorio. Ambos se reunieron ese mismo día, el tema central de su conversación fue el caso de Amador. Mosqueda dio su punto de vista, dijo que ella creía notar algo de real en las palabras del paciente, por eso lo consideraba un buen sujeto de estudio.
La plática no fue muy extensa, los dos médicos acordaron poner especial atención en Amador y en su comportamiento durante las primeras horas de su internamiento en la clínica. Por aparte, el doctor Almadena ordenó elaborar un volante con el rostro de Amador y la leyenda «Ayuda a identificarlo» acompañada por los datos de la clínica a la que podrían enviar información al respecto.
Los primeros momentos de Amador en la clínica le resultaron desconcertantes. Por un largo momento, el silencio envolvió la amplia clínica. Así fue porque en esas horas, la mayoría de los pacientes estaban en actividades grupales, parte de la terapia diaria en su tratamiento psiquiátrico. Amador salió un momento a ver la canchita junto a su cuarto. Al ingresar en el rectángulo verde, una emoción recorrió su ser, se persignó, tocó el pasto con la punta de los dedos de su mano derecha; corrió hacia la pelota.
Nadie en la clínica lo estaba viendo, pero Amador actuó como si estuviese ante un estadio real repleto de espectadores ovacionándolo. Más tarde, por la noche, antes de dormir en su cuarto, un recuerdo llegó a él, agitado por le emoción, susurró: -Yo amaba el futbol-.
Amador pasó su primera noche como nuevo paciente de la clínica psiquiátrica pensando y repitiendo sus frases acerca de Dios. A un costado de su cama, en una mesita colocó el cartón. Antes de dormir, se acercó, susurró una oración. Se durmió.
Al día siguiente, a primera hora, el doctor Almadena ordenó que un grupo de enfermeros fueran a la ciudad y colocaran los carteles buscando alguien que ayudase a indentificar a Amador y ofrecer custodia para él.
Pegaron los anuncios en postes, paredes y zonas de mucha afluencia de vehículos y peatones. Especialmente, cerca del sitio donde Amador fue hallado un día antes por los oficiales de la policía. La idea era que algún conocido o conocida de Amador pudiera relatar cosas de su pasado y con ello los psiquiatras pudieran encontrar las razones de su deterioro mental.
En la clínica, una enfermera de gestos amables se encargó de cortar el cabello a Amador, lo lavó con shampoo espumoso; después lo afeitó, le quitó por completo la sucia barba que tenía un día anterior. Limpio, afeitado y tranquilo, Amador parecía un hombre normal. Su cuerpo aún mantenía algo de la forma de atleta que tuvo en el pasado.
En la tarde noche de ese día, una mujer llegó a la clínica, dijo llamarse Magdalena y ser la madre del hombre que acababa de ver en los carteles. El doctor Almadena recibió a la mujer en su consultorio, con la esperanza de que ella ayudara a descifrar la vida de Amador que, hasta ese momento, había visto transcurrir las horas en su habitación, rezando en voz baja, dándole vueltas a las aspas de su molinito dibujado con tinta roja en ese insignificante pedazo de cartón.
La señora Magdalena, después de presentarse e intercambiar algunas impresiones con el doctor, relató la historia de su hijo, de la siguiente manera:
-Amador era un hombre joven, activo, atractivo y simpático, vivía tranquilamente, mucho de su tiempo se lo dedicó siempre al deporte de sus amores, el fubol. En su equipo, los Estudiantes, llegó a jugar profesionalmente, le pagaban por ir a jugar, fue el primero que hizo eso en esta ciudad. Amador tenía de admiradores a otros futbolistas más jóvenes y de admiradoras a las hermanas de esos futbolistas y otras jovencitas que llegaban al estadio exclusivamente a verlo. Ganaba dinero por partido jugado y bonos extras por los goles que anotaba.
Josu era el mejor amigo de Amador y su compañero de equipo. Los dos iban a todas partes juntos y compartían su amor por el futbol. Ambos eran bien parecidos, con cuerpos atléticos que despertaban suspiros en las mujeres al verlos.
La mejor época de Amador fue cuando ganaron el campeonato y lograron subir a la tercera división profesional. Su carrera estaba comenzando a despuntar gracias a su talento y a la constancia que ponía en los entrenamientos. Siempre fue el primero en llegar y el último en irse. La afición lo respetaba y admiraba.
El día que disputaron la final contra los Halcones, Amador anotó un gol. Al final, recibió el pago más grande de su vida. Los dueños del equipo lo tenían considerado como el artífice de sus logros. Amador era su baluarte.
Al inicio de esa temporada, Amador conoció a Geraldine. Ella llegó por causalidad al estadio un día de partido. Un grupo de amigos suyos de la escuela, la invitaron a ir. Sentada en las primeras filas del área de plateas, Geraldine vio a Amador y su forma de jugar, sus gestos de concentración y su figura atlética. A ella le fue imposible dominar la descarga eléctrica que sintió por todo el cuerpo al ver a aquel jugador desplegando su talento en la cancha.
Geraldine se volvió visitante frecuente del estadio. La única razón que la hacía ir era poder ver y, tal vez, algún día, conocer a Amador.
El deseo de Geraldine se hizo realidad más rápido de lo previsto. Al término de un partido en el que el equipo de Amador obtuvo una importante victoria, ella se quedó en las afueras del estadio, esperando, disimulándose detrás de un árbol, en espera de poder ver a su jugador favorito. Amador salió casi al último. Los dos se encontraron frente a frente, ella se presentó, en sus ojos había un brillo especial, una luz que sólo se puede ver en la mirada de quienes tienen emociones nuevas y genuinas.
Amador y Geraldine cultivaron confianza y comunicación. Su cercanía fue creciendo. Al poco tiempo surgió el amor.
-Así empezó la desgracia de mi hijo-, sentenció la señora Magdalena, frente al doctor Almadena, haciendo una pausa en su relato.
Después de cierto tiempo siendo novios, Amador y Geraldine se casaron en una enorme y alegre fiesta, en la que estuvieron todos los compañeros de equipo de él, también ambas familias. Todo mundo disfrutó en grande esa noche inolvidable.
La vida, en ese momento, era exactamente lo que Amador había soñado. Se sentía feliz y pleno por vivir de hacer lo que más le gustaba en la vida y tener el amor de Geraldine.
Josu, en la boda, se mantuvo callado, serio, poco expresivo. Sólo cuando se acercó a Amador para felicitarlo, se mostró cariñoso en el abrazo fraternal a su mejor amigo. Amador hablaba poco del tema, pero en el fondo, sentía un cariño grande hacia Josu por haber sido por mucho tiempo su mano derecha, su amigo leal. En alguna ocasión, Josu dijo sentir envidia de Amador por tener una novia tan bella.
Fue en ese torneo cuando Amador cambió. Es difícil precisar el momento en que las cosas se empezaron a ir por el rumbo equivocado. Él era la figura de su equipo y lo siguió siendo hasta que llegó la jornada 11. Para ese partido, Amador sintió que algo estaba sucediendo con Josu y con el entrenador Corrales.
Esa noche perdieron uno de los tres juegos que terminarían con derrotas en esa temporada. Aún así, el entrenador Corrales mantuvo los cambios. Amador dejó de lucir adentro de la cancha; por más que pedía la pelota para buscar goles, los pases siempre iban dirigidos a alguno de sus compañeros. Hubo momentos en que se vio ridículo corriendo detrás del balón sin poder alcanzarlo.
Entre los aficionados del equipo corrieron rumores de que Amador estaba enfermo, también se supo que alguien dijo que el entrenador Corrales estaba cansado de hacerlo triunfar sin obtener nada a cambio y así se soltaron otras tantas teorías aunque solamente el mismo Amador sabía la realidad, al menos una parte de ella.
Con ciertas dificultades, Amador y su equipo ganaron suficientes partidos para competir en la etapa final del torneo. En esos encuentros, retomó un poco de lo que lo había convertido en estrella del futbol de su ciudad. Por momentos volvió a mostrar sus talentos de figura indiscutible.
El día de la gran final, Amador llegó al estadio con un semblante distinto al de siempre. Se veía preocupado, contrariado. Fue porque dos días antes tuvo una discusión con Geraldine; las cosas entre ellos se habían vuelto difíciles. La vida se puso a jugar en el terreno de lo inesperado.
A pesar de todo, el equipo ganó el campeonato. Fue una alegría muy grande para todos sus jugadores, para el entrenador Corrales y para el público. En el vestidor, después de la celebración y el mensaje del entrenador, Amador propuso a Josu salir juntos a festejar como amigos el logro obtenido como compañeros de equipo. Josu no se comprometió, sólo se limitó a responder que él mismo le avisaría a Amador si podría ir, pero tenía que ser más tarde.
Amador volvió a casa con una doble sensación, sentimientos encontrados, entre la felicidad por el ansiado campeonato de su equipo y la incertidumbre sobre la vida y su amor con Geraldine.
Llegó a su hogar, pero no encontró a nadie. Notó algo raro al entrar pues aún era perceptible el aroma del perfume francés que Geraldine usaba sólo en las ocasiones más especiales. Como no hubo nadie más en casa, salió a caminar por la ciudad; entró en un bar, bebió un trago lentamente, después de unos minutos salió a seguir su andanza solitaria.
Aburrido de ser un campeón a la deriva el día de su más grande triunfo, decidió buscar a Josu para arreglar las diferencias y recuperarlo como mejor amigo. Amador pensó que después de eso, haría lo mismo con Geraldine volviendo a casa.
Una vez afuera de la casa de Josu, no hubo necesidad de tocar la puerta. Amador lo vio todo. Geraldine estaba desnuda, sentada encima de Josu, también desnudo. No había forma de negar lo evidente. Ellos dos no se dieron cuenta de la presencia de Amador. Él lo vio todo al asomarse por una ventana. Nadie vio llegar esa tragedia.
Un trauma psicológico profundo sucedió en Amador. Al darse vuelta, tratando de descifrar qué tenía que hacer en ese momento, sus ojos se perdieron, como si se hubieran ido de este mundo.
Desde entonces, Amador ha pasado muchos de sus días bajo el techo de la iglesia de Santa Clara, donde el padre Ramón le da alimentos, alojo y la oportunidad de escuchar las misas diarias. Amador se descuidó por completo, olvidó el futbol para siempre. Al paso de algunos meses, perdió hasta la dentadura. Así terminó su relato la señora Magdalena sobre la historia de su hijo y su locura.
Con toda la información obtenida, el doctor Almadena diseñó un programa de atención especial para el caso. Amador permaneció por largo tiempo internado en la clínica psiquiátrica, mas nunca recuperó la cordura, el dolor de una traición lo separó de la realidad.

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