Analisis a Fondo / Francisco Gmez Maza

Foto: Daryl Cagle

Qué les pasó a los mexicanos

· México, una sociedad movida por el Ego
· Nadie mata por hambre; mata por odio

En una sociedad de odio se transformó México. Tabasco, Guerrero, Veracruz, Guanajuato, Sinaloa, Nuevo León, Baja California, Sonora, iconos de la violencia criminal. Norberto Ronquillo y tantos, cientos de miles asesinados con saña, torturados, separados, el triunfo de la sinrazón de seres humanos que perdieron su calidad humana y se transustanciaron en monstruos.
No éramos así. En aquellos años maravillosos, las puertas de los hogares permanecían abiertas y frente a ellas caminaba la gente, tocaban quienes tenían necesidades, quienes sufrían hambre o tenían sed. Cayendo la tarde, la familia se reunía en la calle, a la entrada del hogar, para conversar y gozar del chismorreo. Nadie estaba preocupado por su seguridad. La gente moría de muerte natural, de enfermedades incurables, de accidentes, pero no había sicarios que pasaran balaceando, o secuestradores que secuestraran a nadie; los policías eran amigos y conocían a todo el mundo. Un país extenso con poca gente, gente buena, pacífica, cooperadora con la comunidad, solidaria con los sufrientes. Cuando alguien nacía todo el mundo festejaba; cuando alguien celebraba su cumpleaños, todo el mundo venía a casa a las fiestas; cuando alguien moría, la gente del pueblo se formaba para acompañar el féretro hacia el cementerio.
Pero México creció y ni las familias ni las escuelas se dieron abasto para darle una buena educación a los niños y muchos niños se volvieron muy egoístas y codiciosos, muchos porque crecieron en familias muy pobres, sin trabajo, sin apoyo de nadie, sin padre, sin rumbo ni destino, y se dedicaron a robar, a golpear, y muchos a matar. Recuerdo que en el pueblo había un personaje, de cuyo nombre no quiero acordarme, que cobraba por asesinar. Y así fue creciendo la población violenta, alimentada por gente sin nada, o mal criada por una mala educación. Recuerdo un niño que llegaba a mi casa, que cogía un cuchillo y hacía como que iba a matar a su abuela. Abuela. Te voy a matar. El niño debió tener unos 6 años. Y ese niño creció y se convirtió en abigéo, ladrón de vehículos y secuestrador. No supe que matara a alguien, pero no tengo duda de que no lo haya hecho.
Y los violentos fueron multiplicándose, y se hicieron legión, y los muertos crecieron, y los secuestrados también, y la mayoría nunca apareció, tanto que hoy pueden contarse, por lo menos, en 40 mil desaparecidos. Y miles asesinados. Decir 300 mil es un número inexacto. Ahora, el joven estudiante Norberto Ronquillo, la periodista Norma Sabaria, el periodista Marcos Miranda, son los símbolos de la muerte, luego de contar muchos, cuya vida fue cegada por el odio, pero sobre todo por la ausencia de estado consciente en muchas cabezas. Y esta situación no es política. No le echen la culpa a nadie. Nadie es culpable. Los ejércitos de la delincuencia, del crimen, viven fuera del mundo. En algún momento de su vida se bajaron del tren de la vida. Y ya pueden llenar las cárceles de asesinos, que estos se multiplican como esporas. Habrá que hacer una revolución cultural como aquella que encabezó el presidente Mao Tse Dong en China, que revolucionó a aquella sociedad que ahora resplandece como quizá la potencia que sustituirá al imperio.
Urge una revolución cultural. Los mexicanos no podemos seguir en manos de la delincuencia, en las garras de los secuestradores, en la mira de los asesinos. Mi hija sale en la madrugada al trabajo con su niña de cuatro años. A esa hora mi corazón empieza a latir muy rápido. Demasiado rápido. Mi otra hija anda sola y sale ya de noche de su oficina. Mi hijo recorre kilómetros en su vehículo. Y mi corazón late a la velocidad de la luz. Y hay muchos corazones que también laten a la misma velocidad. Millones porque no saben si los hijos que salieron en la mañana al trabajo, a la escuela regresarán a casa… analisisafondo@gmail.com

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