Articulo Único / Angel Mario Ksheratto

Menchú, ¿silencio y complicidad?

A doña Rigoberta Menchú Tum, no le ha ido bien en su estancia por México; inicialmente se dijo que vendría —en su calidad de Premio Nobel de la Paz— a promover el voto, en virtud de la poderosa campaña contra el sufragio que se desató en el país debido al hartazgo colectivo contra el gobierno y las manoseadas instituciones. Una indiscreción desató la ola que arrastra a la otrora respetable líderesa indígena, hacia un torbellino del que sin duda, saldrá bastante golpeada.
Primeramente, se filtró que el Instituto Nacional de Elecciones, habría pagado nada menos y nada más que 40 mil dólares (unos 614 mil 986 pesos mexicanos, al cambio de hoy) a la señora Menchú, versión que apresuradamente, desmintió el órgano electoral. Ante el acoso de los medios y la indignación en las redes sociales, el INE salió al paso para «precisar» que esa institución en realidad, solo aportó 10 mil dólares (153 mil pesos) de la cantidad acordada, sin especificar que otras instituciones habrían cooperado para tener en México, la presencia de la famosa señora.
Sorprendieron las formas, no el hecho en sí; todo personaje de esa envergadura tiene derecho a sus emolumentos, siempre y cuando éstos, estén dentro de los cauces normales de una transacción honrosa. Pero cuando el pago implica la renta de ideas para crear opiniones adversas al sentir popular, el honorario se convierte en fruto de una vendetta que obliga al necesario reclamo, como el que la estudiante guerrerense soltó a doña Rigoberta, quien jamás pensó recibir —en su condición de heroína de los indígenas guatemaltecos—, una frase tan demoledora, realista y contundente.
Horas después de conocerse el oneroso desembolso a favor de la laureada señora, ella no tuvo empacho en «reconocer» el trabajo a favor de los derechos humanos del gobernador de Veracruz, Javier Duarte, acusado innumerables veces de transgredir las leyes para violar los derechos humanos de los veracruzanos. Solo en ese estado, 15 periodistas han sido asesinados y miles de ciudadanos han sido desaparecidos o masacrados.
Inducida o no, doña Rigoberta tuvo el desacierto de pedir a los padres de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa, «decir la verdad» sobre sus hijos. La siembra de la duda con respecto a las actividades personales de los desaparecidos, es una acción que, en el terreno de las disputas morales y legales del caso, corresponde a una de las partes seriamente involucradas, no a un personaje que fue traído para paliar el abstencionismo electoral. Quiérase o no, la voz de Menchú Tum, pesa, y haber sido utilizada o haberse prestado voluntariamente a cuestionar a los muchachos desaparecidos, abre caminos a la impunidad y deja desierto el campo para la fertilidad de la justicia.
Un minuto de silencio por los desaparecidos pedido por la Premio Nobel, implica dos cosas: Primero, la aceptación tácita de la muerte de éstos, para dar oportunidad a las autoridades de cerrar el caso y con ello, dejar sin bandera de lucha sus familiares y segundo, trasladar el «minuto de silencio» al mutis permanente, al enmudecimiento eterno que conlleve al olvido.
En ese sentido fue el reclamo de la estudiante que encaró a quien, en el fragor de una cruenta guerra civil interna, perdió a casi toda su familia. No puede, doña Rigoberta Menchú, exigir justicia para los asesinos de miles de guatemaltecos y venir a México a pedir olvido para víctimas y victimarios… Y menos, a otorgar «reconocimientos» a quienes abusan cotidianamente de los derechos humanos.
La crítica contra la señora, se ha generalizado y crece cada día más. Con o sin razón, el señalamiento es que a cambio de unos dólares, doña Rigoberta, ha decidido dejar sola a la sociedad que alguna vez, vio en ella una luz de esperanza y una voz alentadora. Y muchos se preguntan: ¿A dónde van a parar los miles de dólares que Menchú cobra por sus presentaciones y sus opiniones a favor de gobiernos e instituciones inmorales?
El personaje en cuestión, debe volver a sus raíces; debe rescatar la porción de vergüenza y dignidad que le dieron la oportunidad de convertirse en la heroína de miles de indígenas guatemaltecos oprimidos. Tender alfombras para quienes han sido opresores, no es su función. No le dignifica, ni aporta nada a las causas indígenas del continente que veían en ella el ejemplo de lucha y resistencia. Finalmente, es menester decir que no es este, un artículo xenofóbico, ni racista, ni misógino, ni cosa que se le parezca. Es, si se quiere, una exigencia de respeto a la tragedia mexicana actual y a la memoria de miles de hermanos guatemaltecos asesinados, a quienes la justicia, no ha llegado. Y no ha llegado porque el silencio y la complicidad, lo han impedido.

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