Chiapas desde el Senado / Zoe Robledo

Cesar Corzo: Mito y pintura sobre Chiapas

Dice Octavio Paz, en referencia a RufinoTamayo, que este pintor cubría de colores alegres a la poesía. Pero estos colores se asientan mejor en la poesía que es un ejercicio de pasiones en el marco pleno de las libertades.
De la misma manera, César Corzo colorea nuestros mitos y los conduce a formas provocativas. El contenido de su mensaje escandaliza por su presentación, no por su esencia en sí. Tal es el caso del mural del palacio de gobierno que provoca a veces rubores y también un sentimiento indignado ante la exhibición de formas corporales sin ningún temor. El arte, esencialmente —intrínsecamente— es erótico y suele generar reticencias en las almas pías y ordenadas.
César Corzo colorea y erotiza los mitos chiapanecos. Puede hacerlo, porque conoce y ha divulgado la existencia de una portentosa geografía mítica en nuestro estado. Sabe, siguiendo a Octavio Paz, que hay una hermandad del paso del hombre en el tiempo —la historia— con las percepciones míticas de los mismos seres humanos. Ocasionalmente, el mito y la historia se confunden e, inclusive, llegan a fundirse en el fuego de la memoria. Otras veces estas confusiones conducen a los laberintos. César Corzo conoce esas dualidadades y las convierte en una relación generadora de arte.
Este pintor chiapaneco, que a veces parecía cortado con tijeras de otros puntos geográficos, navegó por distintos puntos del estado y del país. Tras estudiar pintura, aprendió a «quebrar los trapos de la vida» en diversas ocupaciones, que fueron de las más modositas a las más osadas, según sus particulares y libres confesiones.
De vuelta a sus planos artísticos, el maestro Corzo es —aunque falleció en 2013— un exponente honesto y objetivo respecto a su propia persona. No niega sus altibajos humanos y, en ese orden, la variación de los valores estéticos de su trabajo. Nos platica que a veces estuvo a punto de cambiar los pinceles por otra clase de comercios existenciales. Habla de sus amores fallones y de sus aspiraciones amorosas fallidas y lo hace en un tono juguetón, como si fueran simples accidentes graciosos en su camino por el tiempo. Tal como lo hiciera en su niñez con las tijeras de su maestra, el pintor recorta lúdicamente el perfil de su persona.
Más que adentrarnos en la peregrina tarea de describir la obra, se impone hacer una invitación a conocerla.
Quien la vea, llegará a concluir que sus trazos son precisos, pero no caen en las geometrías aprisionantes. Sus colores son vistosos, pero guardan discreción —son prudentes— a la hora en que los dibujos han de mostrarse como valores plásticos por sí mismos. César Corzo logra fijar en el espacio de sus cuadros o murales la imagen de un escenario que no se está quieto.
Al colorear la historia y los mitos, seguramente aparece su propia trayectoria en la narrativa plástica. Su arte no es autobiográfico, pero da cuenta puntual de los escenarios y de sus pobladores. En sus pinturas, desde su primer mural hasta los últimos que llegó a firmar, subyace la historia y la geografía de Chiapas. Su pintura no es ideológica, pero contiene un sentimiento entrañable hacia su tierra de origen. Parece ideología, pero es nostalgia.
De una manera explícita, se pronuncia contra la comercialización del arte. Sabe que el arte es un oficio como el de torero o el vendedor de pitayas o chayotes, pero como todo oficio, guarda una dignidad propia y trascendente. Por eso, de seguro, se indignaría ante la intención de demoler el mural que pintó en el lobby del antiguo y hoy demolido hotel Bonampak, mismo que gracias a la participación ciudadana, y a las llamadas de atención de Sofía, su hija, se salvó y seguirá presente en la memoria artística de los chiapanecos.
Corzo seguramente mostraría sus músculos al ver a los mercaderes llevar el instrumental destructivo y pasearlo frente al mural que es una reproducción, un fragmento, de un fresco maya. Un fresco que recrea el mito del tiempo originario del hombre. Del mito de los dioses creando, con esfuerzos y preocupaciones, a un hombre verdadero.
Seguramente César Corzo se indignaría y echaría maldiciones, tal como lo hizo cuando su hermano destruyó sus trazos infantiles en el suelo, allá en el rancho de «Palmira» en el municipio de Villaflores.

El autor es Senador de la República por Chiapas

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