Cdigo Nucú / Cesar Trujillo

Carpe diem

[dropcap]H[/dropcap]ace diez años estuve internado en la clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) 5 de mayo por casi un mes. Ingresé un 29 de junio del 2009 con diagnóstico de Guillain Barré: síndrome que destruye el sistema periférico nervioso y del que, dijo el neurólogo apenas platicamos, pocos salían con vida.
La moneda estuvo en el aire. Me acomodaron en un rincón de la sala de Urgencias, junto a un señor que se quejaba de dolores en el abdomen y me recomendaron no pensar en mi condición: lo cual no sólo me resultó irónico, sino digno del realismo mágico por lo que significaba.
Recuerdo que no había cuartos disponibles y los pasillos eran espacio para quienes llegaban y se hacinaban como en un apocalipsis.
Las enfermeras fueron sumamente amables conmigo. La familia me veía con ternura creyendo, pienso, que eran nuestros últimos encuentros.
Mis doctores cambiaban de turno y, cada uno a su manera, evadía las preguntas que les hacía sobre la enfermedad: las posibilidades de salir vivo, consecuencias, su origen, las secuelas en caso de librar el abrazo frío de la muerte y demás ocurrencias.
Tres días después de internado en Urgencias me movieron a un cuarto: sentía un dolor inexplicable en cada una de mis articulaciones, pero no dije nada. Recuerdo que no podía sostener ni un vaso de unicel vacío.
La familia se turnaba para cuidarme, pero quien estuvo siempre ahí para ayudarme la mayor parte del tiempo fue mi hermano: dormía en el suelo o recostado en la camilla por si se ofrecía algo.
A la hora del almuerzo se alternaban para darme de comer y platicar. Muchos amigos llegaron a visitarme. Hablamos de todo, menos de ese lapsus en que me sentía frágil y de la enfermedad.
Un día, el neurólogo y la internista llegaron con la noticia que no sabían cómo y ni de qué forma pero la enfermedad se había «detenido» justo antes del paro cardio-respiratorio.
Me habían advertido que de darse procedía una traqueotomía y el ingreso a terapia intensiva. Siempre creí, y a la fecha pienso lo mismo, que llegar a ese paso es como arribar al Purgatorio en la Divina Comedia, sólo que sin ascensión: al menos en mi caso un círculo me corresponde. ¡Mea culpa!
Lo que procedía, luego, era la aplicación de inmunoglobulina y el suministro de cortisona para desinflamar los nervios y frenar el dolor de las «coyunturas».
A tres semanas de estar internado mi peso era otro: de los 90 kilos quedaban apenas 58. Tenía los brazos amoratados por las agujas y no quería estar más ahí.
La dieta, los sueros, las pastillas, el aseo personal, todo me era incómodo. Aunque quizá, pienso, el querer salir fue porque mi cumpleaños número 30 estaba en puerta y no quería pasarlo recostado en la cama de un hospital viendo la muerte recorrer los pasillos.
Tras platicar por dos días con mis doctores llegó el diagnóstico de la terapeuta que me permitía irme a casa bajo el compromiso de comenzar con las terapias de recuperación. El 22 de julio del 2010, a las 2:45 pm, estaba siendo dado de alta y Anita Chiang (e. p. d) llegó por mí en su auto.
El recorrido del cuarto a la puerta de entrada, en mi silla de ruedas que era empujada por mi hermano, se hizo eterno. El sol caía con todo su aplomo y no sé, hasta la fecha, cómo explicar esa felicidad de ver las calles, de escuchar el ruido del tráfico, de ver a la gente caminando de prisa y sentir como una gota de sudor recorría mi cara, y de llegar a casa mientras mi hijo que apenas caminaba se lanzara a abrazarme.
Era como regresar, en otra condición, en desventaja, pero regresar al fin a la «normalidad», a lo cotidiano. Llegué a casa y por vez primera, en varios días, pude dormir sin miedo a sentir el pecho explotándome, sin el temor a que el llanto de alguien se metiera en mis tímpanos.
A diez años de que el síndrome de Guillain Barré llegó a mi vida mucho cambió: tengo secuelas para caminar, perdí la motricidad fina, pero puedo ver la vida de otro modo más elemental. Sobre todo ahora que llego, en unos días más, a los cuarenta años.
Siempre es bueno recordar esos episodios que nos ayudaron a cambiar para mantenernos en ruta, pero sobre todo para entender que la vida es apenas un suspiro, un abrir y cerrar de ojos, una oportunidad de ser y estar mientras dure-, como dijo Quinto Horacio Flaco Carpe diem, quam minimum crédula postero.

Manjar .- ¿De dónde saldrían esos 5 millones de pesos que señalan la presidenta del DIF Ocozocoautla, Estrella Hernández Díaz, usó para la compra de unos «terrenitos» en Playas del Carmen y que, según presumen sus hermanos, será para invertir a futuro «cuando esto acabe»? Son muchas las anomalías marcadas en apenas nueve meses para el ayuntamiento que no ve lo duro sino lo tupido y al que siguen señalando. Avísenle al presidente Alfonso Estrada que ya sus opositores y el exedil naranja le andan pisando los pasos. Que sus mismos colaboradores y su esposa, con los errores cometidos, les están dando armas para eso. Ya es hora que les diga que no lo ayuden, caramba. #LaCulpaNoEsDeLaEstaca // Este 30 de junio cumplió años tío Migue. No pudo ver que los árboles de Flor de mayo y el limonero que sembramos en la acera de la casa. Tampoco que estoy en un proceso de cambios que le hubiese gustado ver, derivado de sus consejos. Durante 15 años comí cochito con arroz, frijoles y agua de jamaica. Vaya que se le extraña. // «Un pueblo que pierde la fuerza necesaria para sacudirse el yugo acaba por venerarlo». José Vasconcelos. #LaFrase // La recomendación de hoy es el libro El sueño eterno de Raymond Chandler y el disco Blood Inside de Ulver. // Recuerde: no compre mascotas, mejor adopte. // Si no tiene nada mejor qué hacer, póngase a leer.

* Miembro de la Asociación de Columnistas Chiapanecos.
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