Cotidianidades… / Luis Antonio Rincn Garcia

Cuando me gradué del kínder, amén de llevarme vestido de blanco y con un simpático moñito rojo, mis padres no tuvieron muchos más gastos. Recuerdo que el salón era caluroso, que estábamos apretujados y que antes de escapar del bochorno y el gentío, un fotógrafo tomó la instantánea que luego fue a vendernos a la casa.
En la primaria, además de la consabida entrega de documentos, tuve una comida con mi grupo; y de la secundaria, apenas salimos de la escuela nos cerraron la puerta, no se nos fuera ocurrir intentar volver.
Claro, estas experiencias son del siglo pasado y ni modo que las cosas no cambien. En estos tiempos modernos los festejos son más «nice» y rimbombantes.
Me he enterado, por ejemplo, que en algunos kínder a los niños les hacen una elegante ceremonia a las que van vestidos como príncipes europeos, luego tienen una fiesta de gala y, si se organizan los padres de familia, hasta viaje de graduación les toca.
Ahora, cuando la familia tiene a un graduado universitario, además de los gastos de titulación, en ocasiones adquieren togas y birretes que luego se pudrirán en un ropero (pero, ternurita, es un bonito recuerdo), se compra ropa nueva para todos en casa y destinan un porcentaje de los ahorros para comer en un restaurant cuyo costo va a la altura de lo especial que es la fecha para la historia familiar.
El grupo que festeja se evidencia al ir por la calle porque, por ejemplo, las mujeres llevan vestidos de noche al medio día, o en el calor tuxtleco los hombres andamos con saco y corbata, sudando como si deshidratarnos fuera el mayor propósito en nuestra vida.
Tanta fiesta a la culminación de un grado académico se debe a que muchos de los que ahora somos o nos creemos adultos, seguimos pensando que la educación es una herramienta fundamental para aspirar a tener un mejor estilo de vida. Vamos, es un reflejo de la aspiración eterna de que a nuestra descendencia le vaya mejor que a nosotros.
Sin embargo, esta idea sobre la educación ha venido cambiando a pasos agigantados y cada vez son menos los jóvenes que la ven como una opción necesaria para construirse un buen futuro.
Considero que esto se debe, entre varias razones, al fracaso que muchos profesionistas tienen a la hora de ejercer la carrera, pues por muy sonrientes y pizpiretos que hayan salido en la foto, y aunque hayan participado con febril entusiasmo y singular alegría en la quema de libros y cuadernos (ritual absurdo con que finalizan años de estudio), a la hora de encarar un trabajo se les atora el disco duro y empiezan a ver bizco, en tanto no tienen las competencias ni la actitud adecuada para desarrollarlo y mucho menos para crecer en él.
Un camino a seguir sería capacitarse para compensar las insuficiencias que se traen de la universidad (o desde la primaria, pues no es chiste que muchos profesionistas no saben leer ni escribir correctamente, amén de que pululan las universidades chafas), pero lo anterior, además de implicar esfuerzo e inversión de recursos que a veces no se tienen, requiere de una capacidad que te debería dar la universidad y que pocas veces lo hace, que es la de aprender a aprender. De esa forma, esos profesionistas que egresan terriblemente mal preparados, cuelgan su título en la casa de los papás y salen a trabajar de lo que sea (dentro de los márgenes morales que su amplio criterio les marque).
Al mismo tiempo, los recién egresados se están encontrando con un mercado laboral difícil, en el que van a la alza los empleos mal pagados (en 2014 el total de ocupados con ingresos hasta de tres salarios mínimos aumentó en 897 mil 689 personas), a la vez que desaparecen los más o menos bien pagados (ese mismo año, el universo de ocupados con ingresos superiores a tres salarios mínimos se contrajo en un millón 64 mil 515).
De esta manera, desde la mirada de muchos jóvenes, la educación no cumple con las expectativas que les infundieron sus padres.
Pero tampoco podemos aceptar la concepción de que estudiar no sirve para nada, pues se trataría de una visión limitada y conformista. Porque al mismo tiempo que elementos de estas nuevas generaciones dejan de lado los estudios para jugar con el celular mientras te cuentan que Steve Jobs no fue a la universidad y se quejan de que la realidad circundante les quita las ganas de educarse, hay miles de chicos y chicas en el mundo que sí se están preparando, que se están convirtiendo en guerreros del conocimiento y que van a salir de las escuela a hacerse de un lugar en el mundo.
Considero que es nuestra obligación mostrarles ese panorama global a nuestros jóvenes y entonces sí, que decidan a qué grupo quieren pertenecer, bajo la conciencia de que ellos habrán de hacerse cargo de las consecuencias de sus decisiones. Hasta la próxima.

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