Cotidianidades… / Luis Antonio Rincn Garcia

Estaba por terminar la universidad en Puebla, cuando sufrí una simpática caída mientras jugaba con unos amigos. Digo que debió ser simpática porque algunos de ellos se rieron con un gusto que seguro me habría contagiado, si no fuera porque el dolor en el hombro era francamente intenso.
El primer médico que me revisó sonrió feliz después de ver la radiografía. Dijo que mi clavícula había quedado dañada de por vida y aseguró que por una cantidad poco módica, él cortaría el hueso para dejarme «sólo» parcialmente incapacitado.
Claro que fui en busca de una segunda opinión.
Ese médico sonrió más contento todavía, pues de acuerdo a su muy profesional punto de vista, el costo de la operación sería más bien estratosférico.
Con tanta gente sonriendo a partir de mi lesión, comencé a creer que algo de chistoso debía tener, cuando despertaba tanta felicidad en aquellos que me veían.
Durante todo ese periplo estuve acompañado por mi amigo José Brito, quien con cariño de hermano y paciencia de misionero, soportó mis lamentos y me acompañó al D.F., donde un tío me llevaría en busca de una opinión que al menos estuviera tan interesada en cobrar como en curarme.
Pocas semanas después José Brito y yo nos despedimos en la fiesta de graduación de nuestra universidad, íbamos emocionados por descubrir qué rumbos habrían de tomar nuestras vidas y estábamos convencidos de que nos habríamos de reunir pronto, para brindar con whiskey por el placer de estar vivos y seguir siendo jóvenes.
Claro que los caminos de la vida tienen una serie de vericuetos y martingalas que a veces te alejan de tus propósitos más nobles y, como sin querer, también de aquellos amigos que durante un tiempo parecieron más bien hermanos. A José no lo volví a ver, y si algún contacto llegamos a tener, fue hace menos de un año, a través de mensajes con pocas palabras aunque bastante cargados de nostalgia.
La semana pasada el colegio Xail me hizo el honor de invitarme a sus instalaciones en Campeche para realizar algunas actividades literarias con niños de primero y segundo de primaria. La experiencia fue increíble, el comportamiento de los niños espectacular y ver el trabajo que están realizando las autoridades y maestros en esa institución, me dejó la convicción de que hay muchas personas esforzándose para hacer de este país un lugar más bonito (Si algún gobernante en turno o candidato a una diputación chiapaneca está leyendo estas líneas, favor de no sentirse incluido).
Al medio día me invitaron a comer queso relleno en un restaurante típicamente campechano. Ahí, después de casi veinte años, por fin volví a ver a mi amigo José Brito. Estaba acompañado por Maryluz, su esposa, y como ocurre con las grandes amistades, pronto descubrimos que la nuestra fue incólume a los avatares del tiempo y si no fuera porque las fotos dicen lo contrario, yo aseguraría que estaba igualito a la última vez que nos vimos.
Poco después del café salimos a caminar por el centro colonial de Campeche, y si bien y necesariamente los temas de charla son otros, la confianza y la camaradería seguía tan presentes como si nos hubiéramos visto la semana pasada.
Hablamos de estos nuevos tiempos donde la incertidumbre laboral es la constante, compartimos algunos planes e ilusiones que tienen como fin darle una mejor vida a los nuestros, y recordamos el pasado, para confirmar sin falsas pretensiones que el destino ha sido bueno con nosotros, sin que esto signifique que no nos haya puesto duras pruebas y momentos dolorosos y difíciles. Pero ahora tenemos certezas con las que ni siquiera soñábamos a los veinte años, y si bien no hemos alcanzado nuestras aspiraciones materiales, hemos descubierto que lo verdaderamente importante no está ahí, sino en el amor recíproco con nuestras esposas y en el cariño auténtico que recibimos a través de la mirada de nuestros hijos.
Mi amigo sigue siendo un buen hombre que no se ha dejado contaminar ni corromper por las tentaciones o las necesidades, y de algún modo me hizo recordar al traumatólogo que sí arregló mi clavícula. Claro, ese doctor también se rió, pero de las intenciones de sus colegas, colocó una venda sobre mi hombro que yo debía tensionar con el peso del brazo, y menos de tres semanas después ya estaba listo para seguir con mi actividades cotidianas.
Van estas «Cotidianidades…» como un saludo a esos amigos que no he visto desde hace mucho tiempo, y tómelo usted, querido lector, como un saludo de sus propios amigos. Estoy seguro, que en este momento, tiene usted al menos a uno en mente que lo hace sonreír sólo de recordarlo. Hasta la próxima.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *