Cotidianidades… / Luis Antonio Rincn Garcia

Ni bien había terminado el 2017, y ya estaba yo engullendo las correspondientes doce uvas mientras pensaba en las docenas de proyectos que debía echar a andar en este año nuevo.
De hecho, mi primer propósito fue el de invocar a las fuerzas del universo para atiborrarme con la energía necesaria para lograr tantos objetivos juntos, con los que si bien no pienso revolucionar el mundo, sí me imagino dando algunos giros positivos en mi vida.
El 1º. de enero en la tarde, todavía adormilado, comencé a sospechar que el universo estaba en sus días libres o que las uvas eran transgénicas.
—Es la cruda de sueño —intentó consolarme la dueña de mis quincenas.
Los siguientes días, fríos y nublados, no quería salir de la cama más que para comer.
—Quizá te pasa lo de las iguanas de Florida —me explicó mi esposa—, que el clima helado las está dejando congeladas.
Molesto con el símil, decidí romper con la flojera, aunque para lograrlo empeñara el alma, y casi lo logro, nomás que en el camino se me atravesó la pantalla, unos buenos partidos de futbol americano y un sillón tan cómodo, que salir de él me parecía un desperdicio.
Cansada de mi abulia, mi siempre tierna esposa me recordó las cuentas por pagar, los centímetros que creció mi abdomen y los pendientes laborales, y por si eso no fuera suficiente, se atrevió a decirme:
—¡Ya hasta pareces asesor del Güero, que ahí estás pero no haces nada!
La comparación hirió mi orgullo, espoleó mi desánimo y azuzó a mis ímpetus emprendedores. Me levanté del sillón dispuesto a demostrar que por mis venas no corre sangre de iguana, que no he perdido las agallas y, de paso, a ver si quedaba un poco de relleno de pavo en el refrigerador.
Claro que ella se adelantó a mis intenciones y me entregó un par de tenis nuevos para que fuera a probarlos corriendo en la pista de siempre.
Cómo me cayó de mal en esos momentos. Sin embargo, decidí perdonarla.
Y obedecerla.
—¡Aquí voy, objetivos del 2018! —troné en la calle enfundado en mi ropa deportiva.
En ese momento llegó un correo a mi celular, lo leí nomás de curioso —postergando así unos segundos más el ejercicio—, y me encontré con una noticia que me dejó como iguana gringa. Un proyecto editorial en el que trabajé con empeño y al que le aposté hartas horas e ilusiones, estaba siendo rechazado.
Poco importa que uno sepa que el rechazo puede ser uno de los resultados a cualquier acción que se emprenda (solicitar un trabajo, declararse a la chica, pedir permiso para ir a una fiesta o presentar una propuesta), cuando el «no» aparece, la desazón te estremece el pecho y el estómago.
Caminé desangelado hacia la pista, haciéndome preguntas pesimistas, allá me encontré con mis amigos, los «Perros del Fundamat», quienes entre abrazos, buenos deseos y palmadas, me hicieron olvidar el mal momento.
—Corramos juntos —me ofrecieron dos corredores experimentados.
—No creo aguantarles el paso —les respondí—, no he entrenado en varios días.
—Olvida lo que no hiciste ayer —me dijo uno de ellos—, lo importante es la carrera que vas a empezar ahorita, y corriendo juntos, vamos a llegar más lejos.
Tuvieron razón.
Ya borré aquel correo, ya corrí mis primeros kilómetros, ya estoy haciendo nuevas apuestas laborales, y aquí me tiene, terminando estas primeras «Cotidianidades…», que siempre me significan un reto, una aventura y la posibilidad de establecer un lazo virtual con usted, que espero se anime a volver a leerme la siguiente semana y lo que resta del año. Hasta la próxima.

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