«Cuidar el patrimonio de los mexicanos es hacer patria»

Discurso pronunciado por Zoé Robledo durante la entrega de la Medalla «Belisario Domínguez» a la doctora Julia Carabia Lillo

Zoé Robledo/Cortesía

Primera de dos partes

En 1979, en Nairobi, el esposo de Wangari Maathai le solicitó el divorcio. Ella era una de las primeras mujeres africanas en obtener el grado de doctor, integrante destacada del Consejo Nacional de Mujeres de Kenia y combativa ambientalista y líder del Movimiento Cinturón Verde. En la solicitud de divorcio, ante el tribunal, su marido alegaba el hecho de que su mujer fuera más exitosa que él como una crueldad que lo había llevado a la enfermedad y al alcoholismo.
No sería la primera vez que un hombre culpa de sus debilidades a las fortalezas de una mujer ni tampoco la primera donde las instituciones se confabulan para humillarla. El juez africano que llevó el caso la declaró culpable de la ruptura, entre otras cosas, por el hecho de que ella tuviera un posgrado y él no. En la sentencia se lee: «Es demasiado culta, demasiado fuerte, demasiado afortunada, demasiado testaruda y demasiado difícil de controlar para ser una buena esposa». Maathai se inconformó y eso le costó tres días en la cárcel, 25 años después, recibió el premio Nobel de la Paz.
Ese mismo año, a 15 mil kilómetros de distancia, Julia Carabias defendía su tesis de licenciatura en la Ciudad de México para convertirse en bióloga por la UNAM. Divorcio en África, titulación en México, ese año importante para las dos no es lo único que las une. La llamada «Madre de los Árboles de África» fue la primera persona con la que el Premio Nobel reconoció que plantar 47 millones de árboles había contribuido a la paz.
Y Julia, la primera persona con la que la Medalla «Belisario Domínguez», y en ese sentido el Estado Mexicano, reconoce toda la ciencia, toda la virtud, toda la eminencia que tienen aquellos que le entregan su vida a la defensa del patrimonio natural de México.
Es más común de lo que debería que, al referirnos a una mujer mexicana destacada, queramos entender su éxito a partir de la presencia de un hombre en su vida: Es la hija de, es la esposa de, es la discípula, la colaboradora de.
Pero la hoja de vida de Julia Carabias puede dibujarse en un trazo largo por la fuerte presencia de muchas otras mujeres. Por eso, que sean ellas, las mujeres de Julia, las que nos cuenten algo sobre su vida.
Julia pertenece a una generación de hijas de españoles que llegaron a México huyendo de la Guerra Civil. Una generación de exiliados que, en palabras de la propia Julia Carabias, «poco a poco fueron abriendo los baúles, echando nuevas raíces en el trabajo, con los hijos y nietos, con amistades mexicanas». De esa generación nuestra Patria se benefició del arte de Remedios Varo, del pensamiento de la filósofa María Zambrano y desde luego de la valentía de Julia Carabias.
El reconocimiento tardío ha estado en la familia Carabias desde hace tiempo. Cuenta Julia que su padre, durante más de 30 años, criticaba la tortilla española que preparaba su madre. A la muerte de Franco, el padre tuvo dos anhelos: Visitar el Escorial para profanar la tumba del dictador y comer el idealizado platillo. Hizo lo primero pero se llevó una decepción con lo segundo, comprobó que en realidad no había mejor tortilla española que la que se preparaba en su casa, en la colonia Juárez, en la Ciudad de México.
Julia Carabias alguna vez pensó en seguir los pasos de Belisario y ser doctora. Pero decidió estudiar biología en la Facultad de Ciencias de la UNAM. Ahí aprendió de las grandes maestras hasta convertirse en una de ellas.
Porque, si para hablar de cactáceas hay que referirnos a Helia Bravo, o para referirnos al darwinismo en México, hay que citar a Rosaura Ruiz; Julia Carabias es el gran referente mexicano sobre un concepto muy citado pero poco comprendido: La sustentabilidad ambiental del desarrollo. Es decir, la naturaleza como un todo: población, territorio, diversidad, identidad. Y la política pública como un eje articulador para regenerar y conservar ecosistemas, para restaurar el ambiente, para que el manejo de recursos naturales no signifique su agotamiento.
Hablar de sustentabilidad ambiental del desarrollo hoy resulta cotidiano —en gran medida gracias al trabajo de Julia Carabias— pero mencionar estos conceptos hace 30 años era garantía de ser llamado: hippie, come-flores, abraza-árboles, cuando no revoltoso o guerrillero. Afortunadamente a Julia Carabias los disfemismos nunca le han importado.
La sustentabilidad convertida en materia de estudio pero también en causa, Julia la defendió desde la academia, la docencia, las publicaciones, la divulgación; pero también lo hizo desde el activismo con el trabajo en tierra. No hizo ambientalismo de lejitos. Ya como profesora y al lado de sus mentoras, Patricia Moreno Casasola, el otro de sus menores que está aquí, José Sarukhán, aprendió a combinar el escritorio con la calle, la pluma con la pancarta.
El 4 de marzo de 1982, Julia —junto a colegas y alumnos— encabezó la primera movilización ambientalista en México que derivó en la creación de la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel, hoy una cápsula de megadiversidad en medio de la megametrópoli.
A la militancia académica le suma otras. Participa en la creación del Sindicato Único Nacional de Trabajadores Universitarios. Y fue «mapache» (de los buenos, de los del Movimiento de Acción Política) y junto a Hortensia Santiago y Milagros Camarena, integran la primera Comisión Política junto con otros 46 camaradas.
Julia es cofundadora de lo que Christopher Domínguez llamó «el proyecto político y organizativo más ambicioso que comunistas y socialistas hayan emprendido en la historia de México»: El Partido Socialista Unificado de México. Son militantes como Julia Carabias y Víctor Manuel Toledo quienes intentan que el PSUM sea el primer partido con orientación ambientalista. Bajo el principio: socialismo y ambientalismo son dos movimientos simbióticos.
Intentaron que, lo que es práctica y doctrina en el mundo, lo fuera en México: Los verdaderos partidos políticos ambientalistas son partidos de izquierda.
A los 30 años, y quizá sin saberlo, emula a don Belisario y en vez de seguir el camino cómodo opta por el camino correcto. Junto a un grupo de agrónomos, economistas y ecologistas, mochila al hombro, marcha a la Montaña de Guerrero con el audaz propósito de atender la pobreza desde la autogestión de recursos naturales. Economía para generar ecología y ecología en defensa de la economía popular.
Se necesitaba cierto tipo de talentos para hacer ese planteamiento en una zona ingobernable donde narco, guerrilla y caciques se encontraban en clave de muerte. Julia tenía, y tiene, esos talentos: empatía, tenacidad, capacidad de diálogo y muchos, muchos motivos para estar ahí, en los rincones más oscuros de México donde la vida no vale nada.
Julia Carabias es una crítica permanente de los privilegios, empezando por los propios. Por eso, cuando fue invitada a encabezar el Instituto Nacional de Ecología y, posteriormente, la Secretaría de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca, lo hizo sin sucumbir al canto del poder. Quizá porque como bióloga sabe que las sirenas no existen.
Ser secretaria de Estado no supuso en ella un cambio en su carácter o convicciones. Nunca fue una secretaria de adorno ni mucho menos de cuota. Si algo no estaba claro, lo cuestionaba. Si en algo no estaba de acuerdo, lo decía. Y si algo consideraba incorrecto, se oponía. El ejercicio de decir lo que se piensa y hacer lo que se dice, pero llevado al centro del Poder. La secretaria Carabias entendía que su lealtad al Gobierno no era solaparlo o aplaudirlo o encubrirlo; sino hacer lo correcto a partir de su experiencia y del conocimiento del tema.
Cuando se anunció el Gabinete Presidencial de 1994 destacaba la presencia de tres mujeres: Norma Samaniego en la Contraloría; Silvia Hernández, en Turismo; y Julia Carabias, en Semarnat. Y saludo a la única persona mexicana que ha sido senadora tres veces, doña Silvia Hernández.
Dos mujeres en el gabinete: «Turismo y Medio Ambiente encabezadas por mujeres: Eso va a explotar», pensaron algunos. La inteligencia de ellas dos y la ignorancia de los otros que pensaban esto demostró lo contrario: El primer evento de las secretarias, Carabias y Hernández fue juntas, y desde entonces lograron un equilibrio virtuoso: El turismo adquiere valor cuando los destinos se conservan mejor y el ambiente se nutre de recursos del turismo para su conservación. Lo dice la propia Silvia Hernandez: «Julia siempre ha ocupado posiciones en función de su causa. A ella no le importan los cargos, sino lo que podía hacer desde ellos para impulsarlas».
Al final de ese sexenio, Julia Carabias volvió a las aulas de la UNAM. Con modestia y humildad aunque era ya toda una celebridad ambiental. Su alumna Alicia Mastretta señala: «Como maestra, Carabias deja sus opiniones en la puerta. Ponía nombre y apellido en cada actor, incluyendo su propia participación como secretaria en la historia del uso, la conservación y pérdida de la biodiversidad mexicana».
Cosa curiosa. A Julia Carabias le cuesta echar raíces. No pasó mucho tiempo para que emprendiera una nueva Odisea: La selva Lacandona.
Y aquí nuevamente empata con Belisario que desde su periódico «El Vate» hablaba de la importancia de que el entorno natural sea mejor para los hombres y las mujeres de Chiapas.
Hoy podemos decir que hay una selva Lacandona antes y después de Julia. Antes de Julia hubiera sido sin Selva. Los saldos de la deforestación de la selva tropical húmeda en México son terroríficos: ese ecosistema ocupaba 12 millones de hectáreas; hoy quedan menos de un millón. Estamos hablando de la última trinchera de la biodiversidad en México. En sólo el 0.16 por ciento de nuestro territorio nacional está el 20 por ciento de la biodiversidad. Sin Julia, quizá, ya no quedaría nada.
Después de Julia, en la selva hay esperanza. Desde el Campamento «Chajul» ha emprendido acciones y programas de protección, conservación y monitoreo de especies en las 360 mil hectáreas que abarcan las reservas de la biósfera de Montes Azules y Lacantún. Defender la Selva, obligación de todos, es incómodo para algunos. Para quienes piensan que la depredación es progreso y las causas justas obstáculos.
El 28 de abril de 2014, de madrugada, Julia Carabias fue sustraída de su dormitorio de la Estación Ambiental «Chajul IV». Con armas largas fue encañonada, encapuchada y llevada hasta las inmediaciones de la frontera con Guatemala. Le encadenaron una pierna a un árbol y dos días después la dejaron huir.
Julia sigue. Y Julia seguirá. Quizá esas más de 30 horas que estuvo encadenada al árbol hicieron que sus raíces se entrelazaran con él, se confundieran y se queden por siempre ahí.

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