De vicios y virtudes
Rodrigo Ramn Aquino

Es común comparar a un gobernante con su inmediato anterior y también intentar ubicarlo en estilo de gobernar con los que han ocupado su misma posición en la historia.
Quien está interesado en entender y estudiar la naturaleza de la política encontrará en la historia su mayor herramienta.
Al intentar hacer un análisis situacional no se podrá evitar volver la vista al pasado para identificar aciertos y yerros de quienes han tenido la oportunidad de gobernar y así ofrecer propuestas y soluciones para las circunstancias del presente.
La historia tiende a ser cíclica y al abrevar de las experiencias de otros que han tenido éxito o fracaso en la conducción de su gobierno, podremos evaluar el desempeño de los que hoy constituyen el nuevo orden.
En Chiapas, la historia reciente nos permite comparar los estilos y la personalidad de dos actores políticos situados en extremos: Juan Sabines Guerrero y Manuel Velasco Coello.
Tan cercanos en temporalidad y tan distantes en estilo. El primero, populista, frívolo, soberbio, duro con adversarios y críticos y, principalmente, con una amplia fama de cultivar vicios que muchas veces pusieron en tela de juicio su forma de pensar, actuar y tomar decisiones; no obstante, se mantuvo al frente de su sexenio hasta el último minuto.
El endeudador o el vicioso, cualquiera de los dos calificativos describe a Sabines, porque a los hombres del poder se les recuerda precisamente por sus vicios o sus virtudes. Lo que nos lleva a preguntarnos, ¿qué es mejor para gobernar?
Si partimos de la moral, siempre será preferible tener un gobernante que reúna en su persona el mayor número de virtudes y sea discreto con sus vicios, pero la realidad es más compleja. En la realidad los buenos casi nunca ganan.
Nicolás Maquiavelo afirma en su célebre El Príncipe que «hay una diferencia entre la manera en que se vive y como se debiera vivir; por lo que al dejar de hacer lo que se hace a cambio de lo que se debe hacer, lo que se aprende es más bien la ruina que la preservación…» (Tomo, 2014: 111).
En contraparte, se encuentra el actual gobernador Manuel Velasco Coello, quien ha cultivado más virtudes personales que vicios (la vanidad, quizá uno de ellos), y mediante un discurso conciliador busca fomentar un clima de libertades y tolerancia para con la oposición y sus críticos. A tal punto que muchos de ellos han intentado soltarle la mano y agarrarle los pies.
Sobre este tipo de perfiles, de nuevo el florentino: «…un hombre que desea en todo hacer profesión de la virtud va directo al fracaso, pues se encuentra en medio de muchos que no lo son (112)… Es por ello que el príncipe que quiera seguir siéndolo, aprenda a no ser bueno y a practicarlo o no, de acuerdo con la necesidad».
Por ello, así como no conviene tener vicios que pongan en riesgo la estabilidad de un gobierno, tampoco se puede pretender reunir en una sola persona todas las virtudes, meno ejercerlas plenamente, ya que este mundo no consiente tanto dulce, y pronto la confunde con debilidad o arrogancia.
En fin, Manuel Velasco aún está a tiempo de sentar las bases de cómo quiere ser recordado.

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