En memoria de la maestra Araceli Yañiz

«ignoro en que lucero, nube, dimensión, región ignota e ignorada se encuentran ahora muchos de los hombres y mujeres, amigos de la que escribe, que pagaron su tributo y físicamente desaparecieron, pero en mi mente y corazón están vivos…» Arcelia Yañiz. Oaxaca de mis amores

Alfredo Palacios Espinosa

[dropcap]E[/dropcap]l día de hoy, al recibir la noticia del fallecimiento de la maestra Arcelia Yañiz, en la ciudad de Oaxaca, me causó profunda tristeza. Me ha dejado triste y consternado. Estuve atento a su estado de salud, pero nunca supuse que fuera a irse de este mundo. No quiero imaginarme el impacto que ha causado la pérdida de esta gran mujer oaxaqueña entre la comunidad artística y cultural y entre los oaxaqueños orgullosos de su estirpe. Desde aquí no puedo menos que manifestar el dolor que me causa y que, inevitablemente, me remite a los años sesenta en los que viví en Oaxaca y en los que ella fue parte importantísima de mi formación teatral en aquella ciudad. Recuerdo que la conocí en la Escuela de Bellas Artes de la UBJO, impartiendo clases de declamación y teatro, en el exconvento de San José, frente al otro exconvento de La Soledad donde funcionaba el Centro Regional Normalista de Oaxaca (CRENO), donde estudié mi educación normal —con la Plaza de la Danza de por medio, donde se llevaban a cabo las festividades de la Guelaguetza, antes que la pasaran al cerro de El Fortín.— Llegué a su clase invitado por mi compañera normalista Julieta Castellanos Román que tomaba clases con ella. Fue la propia maestra Arcelia quien me invitó a integrarme al incipiente grupo de teatro de la Casa de la Asegurada del IMSS, a dos cuadras de San José, en la Avenida Independencia, donde impartía la clase de actuación. Sin saber cómo ni en qué momento me entusiasmé por la actuación que nada más terminaba mi compromiso con mis estudios en la Normal y salía corriendo a La Asegurada para reunirme con los del grupo. Fueron estos compañeros los que me animaron a dirigir mis primeras comedias, gracias al apoyo de doña Arcelia. Además de sus clases en estos centros educativos, se desempeñaba como directora del periódico El Oaxaca Gráfico de don Eduardo Pimentel. Ahí la conocí como una periodista comprometida con su oficio, que sin menoscabo de su ética, hacía uso de sus relaciones para pedir para los jóvenes que como yo, andábamos buscando apoyos para llevar a cabo nuestros proyectos. De no ser por ella, quién sabe cuántos de nosotros hubiéramos terminado amargados y resentidos con la sociedad.
De los incipientes artistas oaxaqueños de esa época con los que me tocó convivir y que nos reuníamos en torno a las ideas de Marx y Engels, contando con el apoyo de la maestra Arcelia, como solíamos llamarla, recuerdo al malogrado dramaturgo Juan Herrera, a los artistas plásticos Rodolfo Morales, Edmundo Aquino, Virgilio Gómez, Erasto León Zurita, Octavio Hernández, Efrén Jiménez; a las bailarinas María Luisa Marín y Lucha Laguna, al músico Pepe Torrentera, a los ideólogos: Jorge Mexuiero, Juan Baigts, Enrique Audiffred, Raymundo Villalobos, entre otros con los que más tarde formaríamos El Liceo del Sureste como plataforma de izquierda activista que nos permitió acceder a las becas de los países socialistas. Fue doña Arcelia quien de sus magros recursos salió para sufragar los gastos de la papelería y otros trámites para constituir la agrupación. La maestra tenía su propia ideología y preferencias políticas, pero nunca hizo diferencias ideológicas o políticas con los que la seguíamos, privilegiaba al ser humano.
Ante esta noticia de su partida, rememoro el tiempo, valoro más el enorme esfuerzo que realizó esta gran mujer de cuerpo menudito, pero de gran fuerza y convicción para ayudar a tantos que acudimos en busca de su apoyo. Recuerdo la multiplicación de su tiempo para cumplir como maestra y desempeñarse exitosamente en el periodismo en donde formó a grandes comunicadores que hoy están por Oaxaca y otras latitudes desempeñándose con ética, pero sobre todo, admiro como pudo cumplir con éxito la tarea que la hizo muy feliz: la de formar y mantener a sus tres hijos. Ella, para ayudar a los jóvenes que incursionábamos por las veredas de las letras, las artes plásticas, el teatro, la danza, la música o los que tenían inquietudes políticas, con el prestigio que tenía, no dudaba en exponerlo al tocar las puertas del poder gubernamental o ante los dueños del capital para encontrar los apoyos necesarios para el montaje de obras de teatro, exposiciones, conciertos o para presentaciones fuera de la ciudad. Doña Arcelia siempre nos recibía con la sonrisa y la buena disposición para ayudar. Era nuestra fuente donde llegábamos literalmente a mitigar la sed y el hambre y a confiarle nuestras penas. En mi caso, pude, gracias a ella, montar obras con Los Cofrades de la Pasión porque convencía a empresarios para que nos regalaran la madera defectuosa y la pintura para la escenografía con los de la fábrica de Triplay o su intervención ante el general Cervantes, comandante en jefe de la zona Militar en Oaxaca de quien consiguió la recomendación para que nos dieran alojamiento y nos prestaran quince rifles inservibles en la Séptima Zona Militar cuando venimos a Tuxtla a presentarnos en el Festival de Otoño de la Zona Sur, convocado por el INBA.
Si, a alguien debemos agradecer el gusto por el teatro y su difusión en Chiapas y Oaxaca, sin menoscabo de su labor con otras disciplinas artísticas, es sin duda alguna a doña Arcelia, quien más allá de su función como delegada del INBA, venía a Chiapas, después de hacerlo en Oaxaca, para soportar largas y tediosas antesalas para entrevistar al gobernador y sus funcionarios en turno en aquellos años dorados del teatro, para que contribuyeran con la realización del Festival Regional de Otoño de la Zona Sur, en seguida visitaba a los dirigentes de las instituciones y los grupos teatrales para entusiasmarlos para que hicieran de este evento la plataforma para darse a conocer con su trabajo. En estas muestras competitivas se dieron a conocer nacionalmente grandes directores, actores y actrices como: Luis Alaminos, Martha Arévalo, Gustavo Acuña, Cristina Muench, Socorro Cancino, Lola Montoya, Eliécer Solís, Rodrigo Palominos o escritores como Carlos Olmos, entre otros. Unos se nos adelantaron a la otra vida, pero hay quienes aún persisten con grandes esfuerzos para seguir bregando por las tablas de un escenario. En Oaxaca recuerdo con afecto a Rodolfo Álvarez, Juan Herrera, Carlos Rosa Ruedas, Martha Unda, Carlos Oropeza, Perla Woolrich, Don Francisco Ruiz, Sergio Servin y Sergio Cervantes y tantos otros que escapan a mi memoria. Durante los seis años consecutivos que duró la contienda de estos festivales vino a Chiapas con esta incomprendida labor hasta lograr, año tras año, que el grupo ganador tuviera su temporada en un teatro de la Ciudad de México. Lamentablemente este país se inventa y reinventa cada seis años y las buenas acciones, por ser de un sexenio pasado no la continúan, pero estos festivales sirvieron para fomentar y difundir el arte escénico en los años sesenta.
Con doña Arcelia nunca perdí el contacto, tan luego regresé de La Habana, volví a Oaxaca a trabajar como uno más de la comunidad oaxaqueña. Gracias a la maestra logré que el maestro Seki Sano viera mi trabajo escénico para invitarme a integrarme a la Escuela de Artes Escénicas en la Ciudad de México. Después de aprender la técnica de actuación con el método de Stanislavski del teatro de Vivencia, y de convivir con actores y actrices consagrados como la María Douglas y Carlos Ancira y de asistirlo en el Teatro Helénico, me pasé a trabajar con los directores Jebert Darien y Alexandro Jodorovski, luego me fui a dirigir el teatro en la UANL en la ciudad de Monterrey, hasta que por situaciones familiares regresé a Chiapas para encargarme de la indemnización de CFE del patrimonio familiar. Instalado en Tuxtla me incorporé a la docencia y empecé a dirigir grupos de teatro, entre ellos El Grupo de Teatro Infantil del Estado que, con el apoyo de esta noble señora, hicimos temporada en la Sala Juárez de la ciudad de Oaxaca y de ahí al desaparecido Teatro Zócalo de la Ciudad de México.
Doña Arcelia, a través de sus fructíferos años de existencia, cultivó amistades de artistas, intelectuales y políticos de todo el país, muchos de ellos famosos, pero que en algún momento de su formación recibieron su apoyo, pero sobre todo no se concibe a Oaxaca como centro de desarrollo artístico y cultural sin su decidida participación, lo dice toda la comunidad creadora de aquel estado que lejos de destruir y menospreciar sabe reconocer el trabajo de su gente y lo confirma los innumerables reconocimientos locales, nacionales e internacionales que la maestra recibió a lo largo de su fértil existencia, reconociéndole como toda una institución humana y altruista. Sé que uno de los nombramientos que más le gustaba por su amor a las letras, fue el que le otorgó el gobierno del estado oaxaqueño como Directora General Permanente de la Biblioteca Central del Estado. Espacio que supo aprovechar muy bien para presentar a nuevos y reconocidos escritores.
Tan lejos en el tiempo, pero tan cerca en mi memoria están sus invitaciones a comer en la casa que rentaba en el 502 de la Avenida Juárez, frente al parque del mismo nombre o más conocido como El Llano (que los oaxaqueños recordaran muy bien porque era la cita obligada de los jóvenes de ambos sexos, antes de ir al trabajo o la escuela, a las seis de la mañana de cada viernes de cuaresma, en busca de la pareja ideal, que se iniciaba con la aceptación del ramito de claveles que las floreras vendían en las esquinas del parque). En esas invitaciones había siempre un plato de comida para dos o tres de nosotros que no teníamos ni para comer, por andar corriendo la legua, La sobremesa no era otra que hablar de los proyectos artísticos y los obstáculos para llevarlos a cabo. Más de una vez nos entregó uno de sus cheques de maestra para realizarlos. ¡Ah, tiempos aquellos! Ella, a diferencia de otros seres dedicados al periodismo, daba ayuda en lugar de recibirla, lo demuestra la humildad y austeridad con la que vivió en una casa de interés social que hasta la fecha seguía pagando.
Digo que nunca perdí la relación porque gracias a los libros que ella escribía sobre los personajes y sucesos de su tierra que siempre me enviaba y yo le agradecía con otro escrito por mí y a la feliz circunstancia que su hijo mayor Xicoténcatl Gutiérrez radicaba en Tuxtla por cuestiones de trabajo, nos vimos en dos ocasiones por aquí para festejar su cumpleaños en casa de su hijo. La recuerdo cuando Jesús Ramos Dávila, otro joven que creció bajo su amparo y que siguió fiel a sus ideas de izquierda militante queriendo componer el mundo, en aquellos tiempos que, ser de izquierda, representaba un peligro para la seguridad y la libertad personal, cayó en manos de la policía chiapaneca acusado de sedición y ataques a las instituciones, por petición de ella y por propia convicción llegué a la desaparecida Penitenciería del Estado a entregarle la ayuda que enviaba, al mismo tiempo que tocaba puertas para obtener un juicio justo, hasta verlo de nuevo en libertad. Me acordé de ese gesto porque cuando fui perseguido por Sabines Guerrero, nunca dejé de recibí su ayuda y aliento.
Con mi corazón entristecido, vaya un abrazo solidario para sus hijos Itandehui, Donají y el propio Xicoténcatl, por esa madre tan valiosa que Dios les dio. Descanse en paz la gran maestra Arcelia y que disfrute de la vida celestial junto a tantos amigos que andan por allá, que bien ganado se lo tiene, en tanto los que nos quedamos aquí, por otro rato más, guardamos su recuerdo y enseñanzas con amor sincero. Tuxtla Gutiérrez. A 28 de noviembre 2014. Correo: alfredo.palacios.espinosa@gmail.com

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