Fabio Rubiano dedica mensaje por el Dia del Teatro Latinoamericano

Las palabras de homenaje, dichas este 8 de octubre, fueron escritas por el actor y director con motivo de conmemorar el teatro de esta región

Redacción

[dropcap]A[/dropcap] iniciativa del Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral, el año pasado se instituyó el 8 de octubre como el Día del Teatro Latinoamericano en homenaje al Festival de Teatro de Manizales, que realizó su primera edición en esa fecha pero en 1968.
Esa festividad teatral —según se lee en su propia página web— fue impulsada por un grupo de entusiastas universitarios llenos de ideas y de ideologías, amantes de la ciudad y con el deseo de promover una manifestación artística en esa ciudad. Desde entonces hasta ahora han existido 49 versiones de teatro. Universitario en un inicio, iberoamericano en otros momentos e internacional en muchos otros, todas como respuesta a las exigencias y necesidades de la época.
En sus casi 50 años de trayectoria han asistido 40 países, más de 700 compañías teatrales y alrededor de 6 mil 500 artistas. Ello, le convierte en el primer punto de encuentro para la dramaturgia en América.
De acuerdo con la Coordinación Nacional de Teatro —de la Secretaría de Cultura federal—, aunque si bien el festival de Manizales no ha sido el primero en reunir agrupaciones del continente, sí ha sido el que ha tenido continuidad y el que ha hecho una contribución fundamental al conocimiento, divulgación y promoción del teatro latinoamericano.
Con motivo de conmemorar el teatro de esta región, el mensaje para el 8 de octubre de 2017 fue escrito por el actor y director Fabio Rubiano (nacido en 1963 en Fusagasugá, Colombia). Este es el texto:

1
Somos un continente, o varios continentes donde pasan cosas tan aterradoras y devastadoras que nos producen risa.
Sí, risa.
No sólo en los teatros.
Y cuando nos reímos ante un crimen, cuando no nos detenemos ante un niño tirado en la calle, cuando bailamos apretados (casi en un ritual de fertilización) un ritmo tropical en cuya letra dice: «Mátala, mátala, mátala, no tiene corazón esa mujer», cuando toda la izquierda atea apoya la llegada del papa, y la ultra derecha católica la rechaza, nadie lo entiende.
Sí, alguien lo entiende: nosotros, aunque antes parecía que otros hablaran mejor de nosotros que nosotros.
Santiago García, maestro del teatro La Candelaria siempre se preguntó «Cuál es nuestro personaje». Alejandro González Puche y Ma Zhenghong, docentes y directores teatrales en la Universidad del Valle, ponen Chejov en tierra caliente. «Cambiamos la geografía y por supuesto la temperatura de la hacienda».
Y aún se oyen gritos cuando nuestros Shakespeare nada tienen que ver con lo isabelino. ¡Traición!, dicen algunos.
Sí. Tuvimos que hacerlo.
Tuvimos que traicionar al Brecht que nos enseñaron en el que la emoción nublaba la razón, y lo legal era evitar a toda costa la empatía.
¡Nos pedían renunciar a las emociones!
¿A una sociedad que seduce mientras baila «mátala, mátala»?

2
El doctor en antropología social Carlos Granés, en su libro «El puño invisible», en el capítulo dedicado a Kerouac y a la visión de la generación beat sobre América Latina, dice cosas más que antropológicas, literarias o sociológicas, teatrales: Sal Paradise y Dean Moriarty, personajes de «En el camino», en su búsqueda de paraísos perdidos fuera de la consumista sociedad norteamericana, llegan a México y al cruzar el desierto mexicano gritan: «Qué país tan salvaje», «Auténticas chozas miserables». Ven un mundo que sólo existe en sus fantasías y deseos, no en la realidad. Añaden: «Nadie desconfía, nadie recela. Todo el mundo está tranquilo, todos te miran directamente a los ojos y no dicen nada, sólo miran con sus ojos oscuros y en esas miradas hay unas cualidades humanas suaves, tranquilas, pero que están siempre ahí».
¿Algún latinoamericano hablará así de otro?
¿Lo infantilizará de esa manera?
Durante un tiempo sí. Hubo épocas en que todos los obreros y los campesinos tuvieron la razón en las obras.
Cuando estos gringos vieron Juárez, el alcohol y las prostitutas los obligaron a cambiar de posición. Y se fueron para el otro lado, Juárez era ahora el territorio del mal.
Burroughs mismo en su gira por Latinoamérica decía que en Bogotá los subalternos de las oficinas llamaban doctor al primero que veían y todo el mundo, así estuviera en la miseria, llevaba corbata; que los policías eran incompetentes y feos debido a las radiaciones atómicas; que en Mocoa los brujos que preparaban el Yagé eran viejos borrachos y de poca vergüenza, que en Puerto Asís el especialista local en Místers le había cobrado 20 dólares por acostarse con él, pero que le había robado los calzoncillos; que Ecuador era horrible y tenía complejo de inferioridad, que Lima le gustaba porque le recordaba a México, y además encontró jovencitos baratos a los cuales llevarse a la cama.
Anota con toda la ironía el maestro Granés: «¡Sorprendente revelación la que tuvo Burroughs!… El subdesarrollo era excitante y divertido».
Pues no, gringos. No somos ni lo uno ni lo otro.

3
Nuestro realismo (no mágico, insisto) se encuentra en lugares muy diferentes de los que hemos visto a lo largo de la historia.
En algunas partes de nuestro continente pasamos del costumbrismo y el sainete directamente al distanciamiento brechtiano, y lo interpretamos desde Boal, y Buenaventura y García, y Peixoto, y Dragún y Tavira; más (aunque también) que desde Bernard Dort o Adorno o Benjamín.
Y tuvimos que traicionar a los maestros, y decidirnos por un pensamiento propio. El primero fue Brecht. Dejamos de pensar que con la emoción se alteraba la comprensión, o la capacidad de crítica. Nos dimos cuenta de que el teatro no es conciencia y mucho menos la correcta, que asumir eso no era hacer teatro, era creernos portadores de la verdad.
Y nada mejor que equivocarse.
Los personajes tenían que hablar con sus propias voces.
Y es cuando nuestro distanciamiento nos da Chejov de tierra caliente con aristócratas rusos con ropa de aquí, y en vez de cerezos hay palmeras, y el Tío Vania es el Tío Iván, y nuestros bosques del sueño de una noche de verano tienen minas antipersonales, y nuestras peleas con espadas son evidentemente falsas porque descubrimos que nunca en la vida en ninguna obra de la historia del teatro universal han sido creíbles.

4
Las utopías siguen, pero no defendemos unos votos de pobreza que quién sabe quién instauró en el imaginario teatral latinoamericano como mecanismo de pureza y creación; nos interesan los teatros llenos de todo tipo de públicos, agradecemos y debemos mucho a los gestores culturales, sabemos lo que es un patrocinio, estamos aprendiendo a cobrar.

5
Agradezco el honor de poder hablar en este día tan especial. Hablo en mi nombre, en nombre de Marcela Valencia, con quien fundamos el Teatro Petra, y en nombre del grupo. Aquí nadie ha hecho nada solo.
Doña Perla, la mamá de Marcela, al salir del estreno de la segunda obra del grupo le dijo: hija, la obra está muy buena, ¿pero es necesario que salga sin ropa?
Sí, mamá, le respondió Marcela.
Es que se le ve todo, dice doña Perla.
No se me ve nada, mamá, sólo los pelos.
Era el final de los 80 y el vello púbico aún era un elemento atractivo, no se había entrado en la exigencia pederasta de los genitales rasurados.
No era fácil salir desnuda delante de un teatro lleno cuando la mamá de tradición cristiana estaba en platea acompañada de tías y primos.
Así ya lo hubieran hecho hasta el cansancio en los sesentas. No era fácil. Esto era Colombia, Latinoamérica.
No era fácil, pero lo hicimos.
Mientras nosotros lo hacíamos con miedo, grupos de sociedades acomodadas nos mostraban en escena cuerpos revolcándose en sangre de utilería, y se masturbaban sin el menor rasgo de intimidación.
Mientras todo esto pasaba en nuestros países se cortaban cabezas.
Y a nosotros nos daba risa.
Las dos cosas.
Así es nuestro teatro.

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