La biloga que se enamor de la selva Lacandona

Se necesitaba cierto tipo de talentos para hacer ese planteamiento en una zona ingobernable donde narco, guerrilla y caciques se encontraban en clave de muerte. Julia tenía, y tiene, esos talentos: empatía, tenacidad, capacidad de diálogo y muchos, muchos motivos para estar ahí, en los rincones más oscuros de México donde la vida no vale nada

Zoé Robledo/Cortesía

(Parte dos de dos partes)

[dropcap]J[/dropcap]ulia Carabias Lillo, como otras grandes mujeres mexicanas, fue la primera o una de las primeras en algo:
La primera galardonada con el Premio «Campeones de la Tierra» de la ONU, junto a Sheila Watt-Cloutier en 2005. Galardón que años después ganarían Al Gore y Gorbachov.
La segunda mujer en ganar el Premio Internacional «Cosmos» y quizá la única de los ganadores, hombres y mujeres, que donó los 3.8 millones de pesos del premio para la construcción del Centro Latinoamericano de Capacitación para la Biodiversidad en la selva Lacandona.
La tercer mujer en ganar el Premio Getty en el año 2001, que otorga el Fondo Mundial para la Naturaleza, lo que muchos consideran el Premio Nobel de la Conservación. La cuarta secretaria de Estado en la historia de México.
Es, además, y esto lo digo con orgullo, la quinta persona de Chiapas en recibir la Medalla «Belisario Domínguez» después de Salomón González Blanco, Andrés Serra Rojas, Jaime Sabines y Eraclio Zepeda. Los que somos originarios del único estado de la República que es mexicano por elección, reconocemos a Julia Carabias como una chiapaneca por decisión.
Es —y de esto el Senado se siente orgulloso—, desde 1953, la sexta mujer en recibir la Medalla «Belisario Domínguez».
Señoras y señores, es difícil justificar la racionalidad humana ante su logro más evidente: la destrucción del planeta. Van ganando aquellos antropocentristas y el problema no es que no tengan razón, sino que hayan impuesto su sinrazón sobre el mundo.
El asunto revela una gran contradicción: en nuestra época la naturaleza parece más civilizada y la civilización se ha vuelto salvaje.
Mientras que el ser humano camina ávido a su propia destrucción, la naturaleza encuentra sola sus equilibrios en tiempos y espacios adecuados. Los ecosistemas no se autodestruyen ni destruyen a otros. Las especies superiores no extinguen a otras de su cadena alimenticia. Consumen sólo lo necesario no todo lo posible. Hay selección natural pero no discriminación. Los mamíferos eligen como líder al más apto, no al más escandaloso ni al que mejor los ha engañado. Prefieren el talento al tamaño de los colmillos. Prefieren la supervivencia del todo que de las partes. La naturaleza tiene un gran espectro de modalidades, pero siempre busca al menos, conservarse.
La circunstancia humana es distinta y frecuentemente opuesta. La economía moderna es más salvaje que todas las plagas conocidas. La corrupción, como recurso para la riqueza fácil, opera en el conocimiento de que es a costa de muchos y en la cumbre de nuestra civilización, cuando contamos con los medios, el conocimiento y la tecnología para acabar con la pobreza y toda su saga, nos decidimos por el camino contrario.
El camino de la acumulación, el camino que confunde destrucción del entorno con desarrollo social, el camino de la inseguridad convertida en negocio.
Mientras que el mundo arde, la humanidad prende cerillos. Pirómanos que seducen la idea de su propio exterminio. Hoy, parece más fuerte la idea de humanizar a la naturaleza que la de re-naturalizar al ser humano.
Pero no hacemos caso. Tomamos lo peor del comportamiento animal y lo acentuamos; y somos más depredadores que las especies más temidas y somos tan elementales como algunos organismos unicelulares. El mito del Lemming y su irracional sacrificio colectivo hecho realidad. Salvajes y primitivos, suicidas y mucho más cercanos a la bestialidad que a la iluminación.
Y en medio de todo eso: nosotros, la clase política. La clase política que como una manada que busca conservarse, lo hace fomentando su propia extinción. Nuestro comportamiento ha hecho que, a quienes servimos, se sientan traicionados. Y en esa separación la semilla de nuestro justo fin. Aullamos ante la Luna de nuestro propio ego en lugar de ver por aquellos que le temen a la oscuridad.
En ese instinto despierta otro entre los demás, el resto, entre los mexicanos a quienes debemos representar: La incomodidad. Producto de la desconfianza, de la frustración y del dolor, y también de los excesos, somos incómodos a quienes deberíamos ser útiles.
Incómodos para la libertad. Incómodos para el bienestar. No somos más las ceibas que daban sombra sino la enredadera que ahorca al árbol que le permite existir.
Y es cierto, no somos los únicos incómodos. Belisario y Julia también lo fueron. Pero ellos fueron incómodos para la gente adecuada. Carabias y Domínguez incomodan a las personas que es correcto incomodar y por las causas adecuadas. Incómodos por honestos, por irreverentes, por defender la verdad y luchar por ella. Ellos son incómodos para los que son incómodos para todos los demás ¡Qué honor incomodar así!
¿Qué hace la naturaleza ante situaciones como ésta?, ¿qué hacen las especies cuando se encuentran con un escenario adverso como en el que nos encontramos nosotros?
Activan el mecanismo que permite la vida: El instinto de supervivencia; cambiar, pero no sólo para sobrevivir, cambiar para evolucionar. La oruga que se vuelve mariposa. El espantoso polluelo que se convierte en el majestuoso quetzal.
Generosa como es, a los mexicanos, la naturaleza nos ha regalado el mejor ejemplo, casi una guía, para inspirarnos a cambiar, se trata del magnífico axolote.
Equivalente mexicano del ornitorrinco. Con sonrisa y manos humanas, branquias que parecen plantas, cola de lagartija y dinámica de pez, es el híbrido perfecto; el axolote acaso la raza cósmica de los animales, mitad reptil, mitad pez, atrapado en su mirada nostálgica y su resignación ante el estado de las cosas como están.
Es endémico de México y único en el mundo, el axolote ha cautivado a los sacerdotes aztecas y a los escritores latinoamericanos y a la ciencia médica que estudia insiste en entender su capacidad de regeneración. Por eso, sugerente, el axolote es la potencia frustrada de la salamandra.
Algunos quieren que se quede así. Como una larva que se niega a crecer, a madurar y a alcanzar su destino. Renacuajo arraigado a su infancia, que logra reproducirse en ese estado para crear una nueva especie. Destinado a ser animal del fuego, prefirió quedarse como el inocente habitante de las aguas turbias de Xochimilco.
Pero hay una virtud que pocos conocen del axolote y que lo vuelve el más increíble de los animales. Enfrentado a situaciones extenuantes, falto de oxígeno y de agua, el axolote tiene un as bajo la manga: Puede forzar su propia evolución. No está escrito en su código de vida hacerlo, pero con los estímulos adecuados tiene la posibilidad de lograrlo.
Ésa es la gran lección del pequeño monstruo de agua y de toda nuestra naturaleza. El axolote nos da una respuesta certera; cuando se acaba el mundo en el que vives, cuando esté en riesgo, cuando se agote el oxígeno social, hay que forzar nuestro propio mecanismo de evolución, de cambio, de transformación.
Por eso, compañeras, compañeros, invitados, preservar las cosas como están es un lujo de algunos. Evolucionar, una necesidad nacional. Esa evolución social tiene nombre: El cambio de régimen.
Un cambio de régimen para un nuevo destino político: plural, ciudadano, transparente y sobre todo humano. Un cambio de régimen en el que todas las partes contribuyen al todo. Empezando por nosotros, es hora de exigir contratos electorales, que se cumpla lo que promete y que se vaya el que no cumpla.
Un cambio de régimen en el que se respetan y no se simulan los contrapesos. Un cambio de régimen en el que las agendas de los funcionarios son públicas para medirlos por horas trabajadas y resultados alcanzados. Agendas públicas como público es el tiempo de estudio del alumno, las jornadas del obrero, las hectáreas sembradas del campesino.
Un cambio de régimen en el que no existen las residencias oficiales de los gobernadores, quizá el mayor incentivo a replicar, después del poder, los mismos privilegios.
Un cambio de régimen en donde la viabilidad social sea igual de importante que la financiera. Donde la escucha sea más de lo que se dice, donde las exigencias del último integrante de nuestra se atiendan, procesen y resuelvan.
Un cambio de régimen en el que todos respetan la ley, y sus obligaciones y también sus facultades y es el Senado el garante del pacto federal. Un cambio de régimen en el que no existe la Conago.
En el año 2000 cambiamos de siglo, cambiamos de milenio, cambiamos de partido pero no cambiamos de régimen. Cuando hubo legitimidad no hubo ideas. Cuando no hubo legitimidad la mejor idea que hubo fue la fuerza. Y cuando hubo una nueva idea que prometía algo nuevo, se regresó a lo de antes.
La idea del cambio de régimen es poderosamente simple: Abreva de la legitimidad de los votos, pero también del combate a la corrupción y del fin de los privilegios.
El cambio de régimen tutelado y legitimado desde la política. La naturaleza lo dice: Un ecosistema sobrevive cuando integra a su evolución a todos los elementos con disposición a evolucionar.
Un cambio de régimen en el que manden las ideas sobre los intereses, la empatía sobre el egoísmo, la orgullosa solidaridad que pensamos perdida y se nos apareció en forma de puño en alto durante los sismos. La inclusión de quienes hoy se sienten fuera de los beneficios de la democracia.
Somos un país milenario pero con una vida republicana de apenas tres siglos. Evolucionemos. Seamos el fantástico ser que el axolote puede ser.
Belisario Domínguez buscaba también un héroe porque buscaba la evolución del régimen y por eso, sacrificó su vida. La Constitución del 17 fue el doloroso parto de la Decena Trágica.
Julia Carabias también busca la evolución para la conservación. Hoy empata su nombre al de las mujeres y hombres dignos de estar junto a Belisario Domínguez. Está ahí por haber sido fiel a sus ideas y patriota para defenderlas. Tan patriota el que defiende a las instituciones como el que defiende las selvas.
Tan importante para México la pluralidad que la biodiversidad, la libertad de expresión que la liberación de tortugas. Julia ha hecho patria defendiendo el patrimonio de los mexicanos del futuro. Julia, con ese hermoso nombre, ha defendido la evolución de lo que no sirve para la conservación de lo que realmente somos, y de lo que podemos ser.
La evolución social mexicana, como un torrente que viene de lejos que ya se escucha, ya está acerca, y que ya suena a inevitabilidad.
Dijo Belisario, que cada generación llene dignamente la labor que su época y sus circunstancias que le imponen, eso escuchémoslo hoy, no como una oportunidad, quizá como la última.

*Discurso pronunciado por el Senador del Bloque MORENA-PT, Zoé Robledo durante la entrega de la Medalla «Belisario Domínguez» a la doctora Julia Carabia Lillo.

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