La serie final

En la escuela, Carmelo y Artemio jugaban juntos voleibol en los recesos y aunque no estudiaban en el mismo grupo, sí eran condiscípulos en la materia optativa de Acercamiento al Arte. Esta amistad no era para nada del agrado de Don Carmelo, quien luego de los alimentos, soltó la sentencia

Óscar Aquino / Colaboración

[dropcap]U[/dropcap]na tarde del año 1992, el padre de Carmelo llegó a su casa, evidentemente molesto por problemas surgidos de última hora, que le hacían obligatorio volver a la oficina del banco donde trabajaba. Sólo tenía tiempo para comer.
A la hora de la comida, sentado en la cabecera de la mesa, con su esposa a su izquierda, y su hijo Carmelo a su derecha, don Carmelo ingirió los alimentos rápida y silenciosamente. Al terminar, volteó la mirada hacia su hijo y sentenció:
—Tienes estrictamente prohibido volver a ver a ese disque amigo tuyo, el vago de Artemio. Ese chamaco no te va a dejar nada bueno—.
Carmelo quedó paralizado al escuchar esas palabras. Artemio era su mejor amigo. Ambos formaron una amistad, casi hermandad, un año antes, cuando comenzaron el primero de secundaria. En la escuela, Carmelo y Artemio jugaban juntos voleibol en los recesos y aunque no estudiaban en el mismo grupo, sí eran condiscípulos en la materia optativa de Acercamiento al arte.
—Artemio es mi mejor amigo y no es un vago. Si le dices vago a él, me estás diciendo vago a mí también— respondió Carmelo con seguridad ante su padre.
—Entonces vagos los dos y mejor guarda silencio que no pienso discutir contigo. Te he dado una orden y mejor será que la obedezcas— contestó con tono firme don Carmelo. Después se levantó, se lavó los dientes en el baño y se fue de regreso a la oficina.
Por la tarde noche, cuando volvió a casa, don Carmelo saludó a su hijo, pero éste no le devolvió el saludo. El padre no quiso enojarse más e hizo como que ignoraba que lo habían ignorado.
Esa noche, antes de dormir, don Carmelo le dio muchas vueltas al asunto de la amistad entre su hijo y Artemio. En realidad, lo que le molestaba al señor era que por lo fuerte de la amistad entre ambos chicos, había ocasiones en que Artemio llegaba de visita en horas que el señor consideraba inapropiadas, por ejemplo: la hora del desayuno; la hora de la comida; la hora de la siesta y después de la hora de la cena.
También consideraba exagerada la cantidad de tiempo que los amigos pretendían pasar juntos pues por las tardes, muchas veces Carmelo inventó tener tareas de la escuela para obtener el permiso de salir y en realidad ir a casa de Artemio a jugar videojuegos. El señor sólo quería que su hijo aprovechase de mejor manera las tardes después de clases.
Al final del día y enredado en todos sus pensamientos, don Carmelo se durmió.
En ese entonces Carmelo y Artemio cursaban el segundo año de secundaria. Ambos eran estudiantes regulares que gustaban de practicar deportes o verlos por televisión. Incluso, durante el primer año hicieron el intento de entrenar voleibol con la selección de la escuela, pero no aguantaron el nivel de exigencia física en las pruebas y dejaron la idea por la paz.
Al comienzo del segundo año escolar, el maestro Donato Ramos, director de la secundaria, anunció con micrófono en mano que se formarían dos equipos varoniles de softbol para representar en la liga infantil, a su escuela, de nombre «Héroes Patrios».
Esa mañana, en el primer día del ciclo escolar, se veía que al director le brillaba la cara de orgullo en el momento de dar la noticia ante los 258 alumnos que estaban formados del más pequeño al más alto, en bloques, separados, grupo por grupo y grado por grado, alrededor del enorme patio cívico.
Pocos estudiantes reaccionaron al escuchar el anuncio. Sin embargo, para el director Ramos era un hecho importante dado que con esos equipos se extendería la oferta deportiva de la escuela, que, desde al menos dos décadas atrás, se destacó en competencias inter escolares, en disciplinas como baloncesto, voleibol y atletismo.
—Esperamos que estos dos equipos que se van a formar, nos ayuden a agrandar la colección de trofeos que tenemos en la escuela—, dijo con entusiasmo el maestro Donato Ramos en la conclusión de su discurso, aquella mañana en el primer día de clases.
Un día después de discutir con su padre sobre su amistad con Artemio, Carmelo se sintió atraído por la idea de pertenecer a alguno de los dos equipos de softbol. Para esos días, ya se habían inscrito siete jovencitos en un equipo y cinco en el otro. El espacio estaba abierto para cualquier alumno, de cualquier grado y grupo, que quisiera aprender a practicar el softbol.
Pero Carmelo aún debía decirle a su mejor amigo la noticia de que ya no podían continuar su amistad por órdenes del «enojón». A veces, esa era la forma de referirse a su padre.
En el receso, mientras ambos comían su desayuno, Carmelo soltó la noticia, cara a cara con su amigo. Le dijo todo tal y como se lo había dicho su padre un día antes. Artemio escuchó con asombro. Al final del doloroso momento, Carmelo sólo pudo decir —lo siento mucho—.
Artemio se fue en silencio. Se dio la vuelta y comenzó a correr directamente hasta su salón que estaba en el segundo piso, junto a las escaleras en el edificio «A».
A partir de ese día quedó completamente congelada la comunicación entre Artemio y Carmelo. No volvieron a hablar y hasta se evitaron uno al otro durante los recesos y en los homenajes. Artemio se negaba a hablar con su amigo por el coraje de saber que era rechazado por ese señor. Carmelo no tenía más opción, se alejó de su mejor amigo por temor a cualquier posible represalia de su padre. Pasaron días sin que hubiera ningún tipo de contacto entre los amigos en conflicto.
En esas fechas, Carmelo buscaba la manera de pasar las tardes en algún lugar que no fuera su casa. La discusión con su padre hizo que se abriera una distancia notoria entre ellos; no hablaban entre sí y por eso Carmelo quería pasar la menor cantidad de tiempo que fuera posible en su casa.
Cuando se acercó a pedir información de cómo inscribirse en los equipos de softbol, decidió apuntar su nombre en la lista que hasta ese momento tenía cinco inscritos. Él era el sexto. Aún faltaban tres para tener un cuadro completo, pero también eran necesarios los elementos de banca. Así que tuvo que esperar a que se reunieran catorce prospectos de jugadores y con ellos se formó el equipo «Cachorros».
Al día siguiente, Artemio supo que Carmelo se había anotado en esa lista. Entonces, motivado por una especie de ánimo de venganza, se registró en la otra lista y así se convirtió en el octavo jugador del equipo llamado «Conejos». Días después se completaron los catorce jugadores que eran necesarios. Artemio pensó que estando en un equipo diferente al de Carmelo, eventualmente podría enfrentarlo en el torneo; eso le daría una magnífica oportunidad de cobrarse la afrenta por medio de la venganza deportiva.
Los entrenamientos comenzaron la semana siguiente. El lunes a las 5:00 de la tarde, los 14 jugadores de «Cachorros» se reunieron por primera vez en el diamante municipal, un antiguo campo de beisbol ubicado al interior de un parque. Ese espacio fue acondicionado a las medidas de un diamante de softbol. Ahí estaba el mánager del equipo, don Genaro, un hombre de edad madura y desde siempre aficionado al beisbol. Junto a él estaba su auxiliar, Rodrigo, un joven de preparatoria que también era fanático del Rey de los Deportes.
En el equipo «Cachorros», además de Carmelo, estaban inscritos: Benjamín, Luis Enrique, Julio Armando, Jorge, Roger, Mario, Luisito, Rolando, Pedro, Sergio, Pablo e Ignacio. En ese campo de tierra, el equipo «Cachorros» entrenaba los lunes, miércoles y viernes a las 5:00 de la tarde, y al terminar, a las 7:00 de la noche, llegaban los «Conejos» a sus propias prácticas.
Los equipos tuvieron cinco semanas para que los entrenadores enseñaran los fundamentos básicos del deporte. Los «Cachorros» trabajaron en aprender a fildear rolas, atrapar elevados, batear y sobre todo enseñar la técnica de picheo a los lanzadores.
Al final de una práctica, el mánager Genaro, en la charla grupal con la que solían terminar los entrenamientos, les dijo a sus jugadores que en el mes de octubre comenzarían los partidos del campeonato municipal estudiantil. En total se inscribieron ocho equipos que se repartieron en dos grupos. El equipo de Carmelo quedó en el grupo «A» y los «Conejos» fueron ubicados en el grupo «B». Todos los conjuntos enfrentarían a sus rivales de grupo y los dos mejores de cada sector pasarían a los play offs.
Carmelo, para entonces, no sabía nada de la preparación que llevaron sus rivales, los «Conejos», antes del inicio del torneo. Nunca se tomó la molestia de quedarse a sus prácticas para no tener que volver a encontrarse con Artemio.
Pasaron las semanas. En los entrenamientos de «Cachorros», el mánager Genaro, poco a poco fue definiendo quiénes eran los mejores jugadores en cada posición. Carmelo fue nombrado primera base titular del equipo. No tenía poder ofensivo pues por su estatura batallaba para aguantar el bate de aluminio con el que jugaban. Sin embargo, su efectividad en la primera almohadilla le bastó para obtener la titularidad.
Por otro lado, en su equipo y tras las semanas de prácticas, a Artemio lo colocaron como jardinero izquierdo y quinto en el orden al bate de los «Conejos».
Un lunes, durante el homenaje a la bandera en la escuela, el maestro Donato Ramos encabezó la ceremonia en la que los dos equipos fueron dotados con los uniformes de competencia y el equipamiento para todos sus jugadores. Carmelo y Artemio estuvieron ahí, cada uno con su equipo. Ambos se dirigieron miradas.
Al final de esa semana, el segundo sábado de octubre, comenzaron los partidos. Ese día, todos los peloteros de todos los equipos se veían nerviosos. En el primer partido del día, los «Diamantes» superaron cinco carreras a dos a los «Pericos». Ambos equipos del grupo «A». En el siguiente partido, los «Conejos» batallaron, pero consiguieron ganar al cuadro de «Toros» por seis a cuatro.
Al siguiente día se jugaron los partidos del grupo «B». En el primer duelo, «Guardianes» apaleó por doce carreras a dos a los «Halcones». Después, en el segundo partido del día y último de la primera jornada del torneo, los «Cachorros» superaron tres a uno a los «Piratas».
El lunes después de esos partidos, en la secundaria «Héroes Patrios», entre todos los alumnos se corrió la voz de que los dos equipos de la escuela habían ganado sus primeros duelos.
Los días transcurrieron casi normalmente de no ser porque entre los jugadores de «Conejos» y los de «Cachorros» comenzaron a lanzarse retos para saldar en el diamante del softbol.
Al siguiente fin de semana, ambas escuadras volvieron a la acción. Las dos ganaron nuevamente. El sábado, día en que «Cachorros» enfrentó y venció a «Halcones», don Carmelo llegó en secreto a las tribunas del parque para ver el desempeño de su hijo en la primera base y le tocó buen día porque en la quinta entrada, Carmelo hizo una atrapada espectacular ante una fuerte línea que amenazaba con impulsar a los dos corredores que en ese momento tenían los «Halcones» en las almohadillas. La jugada fue aplaudida por todo el público.
Ese día, muchos se dieron cuenta de que Carmelo era mejor en la defensiva que a la ofensiva. Sin embargo, el mánager Genaro lo puso como primero en el orden al bate para tratar de embasarse y después ser remolcado hasta la registradora por los bateadores más fuertes.
Mientras eso ocurría, Artemio estaba sentado en las gradas del estadio, viendo las acciones y viendo también cómo Carmelo ayudaba a su equipo a conseguir otra victoria. El score final del partido fue de cinco carreras a tres.
Al día siguiente le tocó entrar en acción. Los «Conejos» enfrentaron y vencieron a «Pericos». Artemio tuvo una buena actuación, conectó un sencillo en la segunda entrada, pero realmente levantó los aplausos del público en la cuarta entrada. El marcador estaba tres a dos a favor de «Conejos». En eso tocó el turno al bateador más fuerte de «Pericos», un jovencito de segundo año de secundaria, alumno de un instituto privado al que representaba ese equipo. En cuenta de dos bolas y un strike y sin corredores en base, «Panchito» Orantes, pítcher de «Conejos», lanzó una recta; el bateador empalmó la pelota de frente, le pegó justo en la nariz y la mandó hasta el rincón del jardín izquierdo.
Ese chico, además de batear muy bien, era muy rápido. Pasó por la primera base, dobló hacia segunda mientras Artemio corrió a toda velocidad hasta la esquina del parque, al llegar tomó la pelota con la mano derecha; el corredor estaba a un paso de la tercera base; corrió emocionado porque si llegaba a home, se anotaría el primer cuadrangular de campo de esa temporada. Artemio lanzó con fuerza la pelota hasta la registradora donde ya esperaba Pacheco, el cátcher; el corredor ya iba rumbo al pentágono; pero el tiro de Artemio fue muy preciso, la pelota cayó en la posición del receptor, éste la atrapó con la mascota y tocó al corredor.
Éste se quedó a punto de lograr la hazaña. El umpire central cantó el out. Todo el equipo de «Conejos» celebró, los que estaban en el campo y los del dog out. Los aficionados aplaudieron con entusiasmo desde las gradas. «Conejos» ganó el partido.
En el otro duelo del grupo, «Diamantes» venció a «Toros» por dos carreras a cero.
Durante los siguientes días, en la escuela secundaria «Héroes Patrios» no se habló de otra cosa que no fuera lo que estaban haciendo los equipos de softbol en la liga municipal. «Conejos» y «Cachorros» tenían dos victorias sin derrota. Eran los mejores de sus respectivos grupos y sólo faltaba una jornada por disputar; es decir, los dos estaban muy cerca de calificar a la postemporada.
Poco a poco, el plan que pensó Artemio cuando se registró en el equipo, se estaba concretando. Sólo necesitaría que tanto «Conejos» como «Cachorros» vencieran en su último partido. Así, ambos calificarían como primeros lugares de sus respectivos grupos, por lo tanto sólo podrían enfrentarse en la final, para disputar el campeonato. La idea era muy seductora para él, pues en su interior seguía dolido por la prohibición impuesta sobre la amistad entre él y «Carmelo».
En la tercera jornada del campeonato infantil municipal de softbol, «Cachorros» y «Conejos» volvieron a ganar. Calificaron, tal y como lo esperaba Artemio, en los primeros lugares de sus respectivos grupos.
Por el grupo «A», el otro equipo calificado a la postemporada fue «Diamantes» y por el «B», el otro plantel que pasó de ronda fue «Piratas».
Las reglas de la liga indicaban que en las semifinales se enfrentarían el primer lugar del grupo «A» con el segundo del grupo «B» y viceversa. Es decir, «Conejos» enfrentaría a «Piratas» y «Cachorros» iría contra «Diamantes». Ambas series a ganar dos de tres partidos.
En todo este lapso, don Carmelo estuvo pendiente de los resultados que iba obteniendo el equipo de su hijo y también el de Artemio. Pero cuando supo que jugarían los play offs, se dispuso aún más para ir a apoyar a Carmelo en las tribunas del parque de pelota.
Comenzaron las series semifinales. El primer sábado de noviembre, a las 10:00 de la mañana, nueve jugadores de conejos entraron al campo de juego, cada uno a su posición:
El lanzador era Panchito Orantes; Pacheco de receptor, el «Gato» en primera base, Damián en la segunda, «Tortuga» en las paradas cortas, el «Abuelo» en la tercera. En el jardín derecho, César; en el central, Amauri y en el izquierdo, Artemio.
«Conejos» ganó el primer partido siete a dos, sin mayores problemas.
Minutos después, el cuadro de «Cachorros» saltó al campo, listo para enfrentar a los «Piratas». El equipo de la secundaria «Héroes Patrios» jugó toda la temporada con la misma alineación y el mismo orden al bate. Así ganaron ese primer encuentro de la serie, con resultado final de tres carreras a una. Todos los jugadores y entrenadores celebraron el triunfo junto con Dieguito, quien no pudo jugar toda la temporada a consecuencia de una fractura en el pómulo derecho, ocasionada el primer día de pretemporada del equipo, al no poder controlar una rola medianamente fuerte.
El problema fue que la pelota pegó en una piedra de las muchas piedras que había siempre en el campo de juego, entonces la esférica tomó un efecto tal que la lanzó directamente a la cara del pequeño Diego. El pelotazo le dejó morada toda la zona alrededor del ojo derecho. Pero el día del primer partido contra «Piratas» en semifinales, Dieguito llegó a apoyar a sus compañeros y todos ellos le retribuyeron con una victoria y con abrazos y muestras de compañerismo.
A la semana siguiente, el parque de pelota fue pintado, ordenado y puesto listo para los segundos partidos de las series semifinales. En el primer partido de la doble cartelera, «Cachorros» enfrentó a «Piratas».
Lo más sobresaliente de ese partido fueron los seis ponches conseguidos por Luis Enrique, el lanzador de «Cachorros». Carmelo recibió base por bolas en la quinta entrada y anotó la cuarta carrera de su equipo. Benjamín, el único zurdo del equipo, conectó un doblete hacia el jardín derecho, con el que impulsó dos carreras. Así, los «Cachorros» ganaron por seis carreras a cuatro y se calificaron a la final del torneo. En la sexta entrada, «Piratas» tuvo una ligera reacción al anotar cuatro carreras en rally, pero fueron controlados por la defensiva de «Cachorros».
Después del partido, en un rincón del parque, el mánager Genaro habló con sus jugadores, los felicitó por haber conseguido el triunfo, pero también les explicó que la serie final tenía que convertirse en su único pensamiento durante las siguientes semanas. Tenían que estar enfocados, entrenando y motivados por tratar de conseguir el campeonato. Todos los jovencitos del equipo se sentían eufóricos. Sólo faltaba esperar a que «Conejos» obtuviera triunfo en su segundo partido contra Diamantes y así quedaría decretado el duelo de la gran final.
En el segundo partido de ese día, los «Conejos» vencieron sin problemas a «Diamantes». La pizarra final fue de ocho carreras contra tres. En ese duelo, el equipo de la escuela secundaria «Héroes Patrios» demostró ser poderoso a la ofensiva. Desde la primera entrada se fueron al frente en el marcador gracias a las tres carreras impulsadas por su primera base, «el Gato», quien conectó el primer cuadrangular de la temporada. Se llevó por delante a dos corredores que estaban en primera y tercera, y con ello comenzó a labrar el camino de su equipo hacia su segunda victoria ante «Diamantes» y, por tanto, su pase a la serie final de ese campeonato.
El triunfo de «Conejos» también fue celebrado en las tribunas. Este equipo y el de «Cachorros» se habían vuelto el centro de atracción de los aficionados que llegaban al parque, semana con semana, a presenciar los duelos del softbol infantil.
En su casa, don Carmelo felicitó a su hijo por el nuevo triunfo, le externó palabras de aliento y por la noche le regaló un guante tipo Newman nuevo.
En la secundaria, durante los siguientes días, entre los estudiantes se dividieron los ánimos; unos apoyaban a «Cachorros» y otros, a «Conejos». El primer equipo estaba formado por alumnos de primero y segundo año. Los «Conejos» tenían en sus filas a estudiantes de segundo y tercer año. Así que prácticamente la mitad de la escuela apoyaba a uno y la otra mitad daba aliento al otro.
Ambas escuadras cambiaron su ritmo de entrenamientos, pasaron de tres a cinco prácticas semanales. Todos los integrantes estaban enfocados en la serie final. Incluso, el director Ramos ordenó hacer excepciones con los jugadores de cada equipo, de tal manera que si tenían algún examen en las semanas que durara la serie final, se los aplicaran hasta terminar la temporada. El softbol había dejado de ser un juego.
Al siguiente sábado, comenzó la serie entre «Conejos» y «Cachorros», en disputa por el campeonato del softbol infantil. El parque de pelota lució como nunca de limpio y festivo.
Muy temprano ese mismo sábado, el personal del parque se dio a la tarea de limpiar las gradas, rastrillar el campo de juego, que era completamente de tierra. No tenía una sola parte con pasto. Pero ese día, parecía otro escenario. Con sus líneas de cal para dividir el fair ball del terreno de foul y hasta usaron almohadillas nuevas, pagadas por la secundaria, nada más por tratarse de la serie final. Al lugar llegaron reporteros de los periódicos locales, familiares de los jugadores y público curioso de ver el primer duelo de las finales.
Carmelo llevó consigo el guante nuevo que le regaló su padre. En el partido lo estrenó, aunque con algunos inconvenientes. En la segunda entrada, «el Abuelo» conectó una línea muy fuerte por arriba de la primera base. Carmelo saltó tan alto como pudo, alcanzó la pelota, pero ésta le pegó en el guante con tal fuerza que se lo arrancó de la mano. Pelota y guante cayeron al piso en terreno bueno rumbo al jardín derecho. El corredor llegó a primera y no pudo avanzar más porque el mismo Carmelo recobró el esférico y lo lanzó de seguridad hacia la segunda base. Ese guante estaba una talla por arriba del tamaño de manos de Carmelo. Sin embargo quiso seguir jugando con él ese partido y el resto de la serie.
Luis Enrique, lanzador de «Cachorros», poco pudo hacer con el poder ofensivo de «Conejos». Recibió siete imparables, permitió cinco carreras, otorgó dos bases por bola y ponchó a tres. Pero su equipo perdió por pizarra de cinco carreras a cuatro. A la ofensiva, los mejores fueron: Benjamín, con un sencillo y un doble y Jorge con un sencillo productor de dos carreras.
El siguiente sábado, en el segundo partido de la serie final, el equipo «Conejos» llegó con la motivación de obtener el campeonato en caso de ganar el partido. Artemio se sentía listo para llegar al gran momento, pero siempre tuvo en mente que los «Cachorros» estaban igualmente motivados para empatar la serie.
Fue un partidazo. Carmelo conectó un infield hit hacia tercera base, el defensivo no pudo controlar el bote de la pelota y le fue imposible tirar para sacar el out en primera. El siguiente bateador fue Gerardo. Él pegó un doblete entre short stop y tercera base exactamente en el momento que Carmelo saltó de la primera almohadilla en busca de un robo de base. En jugada de batear y correr, Carmelo anotó una de seis carreras en la victoria de su equipo sobre Conejos, con marcador final de seis a cuatro.
La serie se empató a una victoria por equipo y todo dependía de lo que pasara el siguiente sábado en el tercer y definitivo encuentro. En los días previos a ese partido, el furor alcanzó su máximo nivel en la escuela secundaria. Por todos los pasillos se escuchaban comentarios de la rivalidad entre ambos equipos. Todo mundo quería ir el sábado a ver quién se quedaba con el campeonato.
Carmelo y Artemio, en silencio sentían los nervios, los dos querían ganar. Ambos sabían que ese partido podría definir el sentido que en el futuro tomaría la amistad, congelada por una imposición de don Carmelo.
El día del partido, Carmelo se despertó inusualmente temprano. Preparó el uniforme, el guante, los tenis, la gorra. Se puso el pants, después la casaca, las calcetas y los tenis tipo spikes. Después se calzó el guante, rezó, le pidió a Dios que lo bendijera con la victoria.
Artemio, en tensa calma, desayunó en casa con su familia. Después se enfundó el uniforme de su equipo, guardó guante, spikes, gorra y unas vendas en su mochila y se fue con su padre hacia el parque de pelota.
Era el gran día y eso se notaba en el ambiente. En el parque de pelota hubo música tropical antes de empezar el partido. Algunas personas instalaron sus vendimias de alimentos rápidos y refrescos a las orillas del parque. Las tribunas comenzaron a llenarse una hora antes del juego.
De principio a fin, el partido estuvo lleno de jugadas emocionantes. Los «Conejos» se pusieron adelante en la pizarra, dos a cero gracias a un batazo de Panchito Orantes, con el que impulsó a los corredores que tenía en base.
Una entrada después, en un momento de descontrol, el lanzador de «Cachorros» dio dos bases por bola a bateadores consecutivos. Después le conectaron un hit con el que entró la tercera carrera en los pies de Amauri, el jugador que estaba en segunda base.
En otro de los episodios, Carmelo atrapó un elevado de foul junto a la valla de contención, en el corredor de primera base. Al saltar por la pelota, se estrelló contra el enmallado, pero logró la atrapada y un out importante para su equipo. Su acción fue ovacionada por el público.
Cachorros anotó una carrera en la cuarta entrada, una en la quinta y una más en la sexta. El partido se definiría en la última entrada o en extra innings.
En la parte alta de la séptima entrada, «Cachorros» tomó el turno al bate. No logró anotar ninguna carrera. Batearon cuatro jugadores suyos.
En el cierre de la séptima, vinieron los «Conejos» a la ofensiva. El primer bateador fue puesto out en primera base. El segundo recibió base por bola. El siguiente conectó sencillo hacia jardín central y movió hacia la segunda colchoneta a su compañero. El siguiente toletero fue ponchado por Luis Enrique.
Con corredor en primera y segunda y dos outs, le tocó el turno de batear a Artemio. Él y el lanzador, Luis Enrique, sostuvieron un duelo de miradas amenazantes durante todo el turno. Ambos tratando de imponer autoridad. Lo que estaba en disputa era el campeonato, es decir, todo.
Luis Enrique quiso probar a Artemio lanzándole una recta alta y afuera, pero éste sólo la vio pasar. El umpire marcó bola. La cuenta pasó a dos bolas sin strikes, después dos bolas con un strike y se igualó en dos bolas y dos strikes.
La gente en las tribunas gritaba con fuerza apoyando a los dos equipos. Algunos padres gritaban consejos a sus hijos en el campo. Se podía percibir el nerviosismo de todos en ese momento.
Al siguiente lanzamiento, Luis Enrique quiso repetir la recta alta y afuera, pero la pelota quedó a media altura y por el centro del plato. Artemio hizo el swing y conectó un elevado en dirección de jardín izquierdo; lejos de la ubicación del jardinero. Picó en terreno bueno. Al ver la pelota caer al suelo, Artemio levantó los brazos y corrió hacia primera base, mientras el corredor que estaba en segunda, pasó por tercera y llegó a la registradora. Todos los elementos de «Conejos» saltaron y corrieron hacia el home a abrazar a Artemio y al jugador que acababa de anotar la carrera de la victoria. La carrera del campeonato.
Parado a un costado de la almohadilla de primera base, Carmelo vio con dolor el final del partido. Agachó la cabeza, comenzó a llorar de frustración. Su padre, desde la tribuna le dijo que debía levantar la cabeza y sentirse orgulloso, pero nada consolaba a Carmelo.
Aún llorando comenzó a caminar hacia la caseta de su equipo. Al cruzar el campo vio que todos los de «Conejos» seguían celebrando el triunfo, pero no vio a Artemio. Un instante después escuchó su voz llamándolo; Artemio iba caminando detrás de Carmelo hasta que lo alcanzó.
Carmelo le dijo —felicidades por el campeonato—.
Artemio respondió: —felicidades a ti también porque te van a dar el premio al mejor primera base del torneo—.
Carmelo reviró: —Yo quería el campeonato— y se soltó en llanto.
Artemio lo abrazó, le dio palabras de aliento y al final le dijo:
—Siempre vas a ser mi mejor amigo. Tú eres mi hermano y lo serás siempre—.
Carmelo asintió con la cabeza y le dijo —Tú eres mi hermano, mi mejor amigo. Perdón por lo que dijo mi papá. A veces se pone un poco loco—.
—No te preocupes, mi papá es igual—, comentó Artemio sonriendo.
Los trofeos de campeón y subcampeón se quedaron en la sala de preseas de la escuela secundaria «Héroes Patrios». Los equipos sólo jugaron una temporada más y después desaparecieron. La escuela nunca más volvió a tener nada que ver con el softbol.
Artemio y Carmelo terminaron los tres años de secundaria en esa escuela. Después estudiaron en diferentes lugares, pero siguieron siendo amigos y hermanos por toda la vida.

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