Las disculpas de España ¿seriedad o populismo?

Eduardo Grajales

Aunque suene descabellada, la idea del presidente de exigirle a España que se disculpe con México por las vejaciones cometidas a los pueblos originarios durante la Conquista, implica un debate profundo que invita a reflexionar el tema desde distintos ángulos.
Hay que empezar señalando que la propuesta no es una locura como se ha querido plantear pues hay varios casos documentados en la historia contemporánea.
Holanda se disculpó por las muertes que causaron sus tropas durante su intervención en la guerra de Bosnia, Estados Unidos a través del presidente Clinton lo hizo para con los pueblos originarios estadounidenses, Japón hacia China, por el trato que dio a su población durante el período colonizador y, recientemente, el presidente francés Emanuel Macron pidió disculpas al pueblo argelino por las matanzas que le ocasión su país durante la guerra.
La propuesta por tanto además de un antecedente político tiene una profundidad histórica que como bien señala el Ejecutivo, no pretende generar desencuentros milenarios sino lograr un mayor hermanamiento a partir de los reconocimientos de los yerros históricos de cada nación de cara a la celebración de los 500 años de la Conquista en 2021.
Sin embargo, aún cuando el objetivo parezca noble su planteamiento fue recibido negativamente por la nación ibérica y por muchos connacionales pues la solicitud se hace violando un principio diplomático como el de secrecía internacional, lo que ocasionó una respuesta negativa tajante y una serie de memes ridiculizando al presidente, a los españoles y a los propios mexicanos.
También desató posturas cargadas de enojo y soberbia como el caso del escritor Arturo Pérez Reverte y de algunos columnistas españoles, y otras desafortunadas por su oportunismo como las del ex gobernador chiapaneco Manuel Velasco.
Pero, qué hay detrás de la solicitud de disculpas. ¿Realmente es una propuesta seria o una declaración con fines populistas?
Sin duda existe en ella un trasfondo ideológico y político de escala internacional, donde el presidente de la misma manera que lo hicieras alguna vez sus homólogos Evo Morales y Hugo Chávez, buscan replantear la historia como la hemos conocido, reivindicando la visión de los vencidos.
Esta puede ser una oportunidad importante que conlleve entre otras cosas a replantear los festejos que dan identidad al pueblo mexicano, y a estudiar desde otras ópticas y reescribir la historia bajo cánones totalmente distintos a como se ha hecho ahora.
Los libros de texto son el mejor ejemplo para saber cómo está escrita nuestra historia, plagada de mitos patrióticos que no soportan una revisión histórica sería, a la par de que en ella permanece ausente el papel de sectores vulnerados y que han jugado un papel relevante en el devenir nacional, como el Ejercito Zapatista que es apenas retomado en los libros de la SEP.
Por tanto, las implicaciones de la propuesta van más allá de las ocurrencias, pero conllevan también a poner a México en la mirada de los juicios históricos, donde el presidente se está metiendo en honduras políticas –quizá innecesariamente- con otras naciones, como el caso de Estados Unidos, por ejemplo.
Si Andrés Manuel está exigiendo una disculpa a España necesariamente tendrá que pedírselas también a nuestro vecino país Estados Unidos, cuyo intervencionismo aparece de manera intermitente en los recovecos de la historia patria.
Ahí está el caso de la guerra que sostuvimos con ese país, la perdida de grandes extensiones de territorio mexicano en su beneficio y el funesto magnicidio del presidente Madero y del vicepresidente Pino Suarez, que no pueden entenderse sin la participación del embajador norteamericano Henri Lane Wilson.
Aunado a ello, la propuesta abre otras aristas sobre el perdón que deberían ofrecer los estados contemporáneos, particularmente el mexicano que a casi 500 años de la Conquista y de 200 de su Independencia no ha podido sacar de la miseria a millones de indígenas a los que tanto defiende.
Asimismo, disculparse con los migrantes chinos a los que aisló en algunas regiones de México en el siglo pasado, o a los alemanes a los que les expropio sus propiedades luego de la Segunda Guerra Mundial. Y ya en la actualidad a los migrantes centroamericanos a los que trata en condiciones deplorables, y a todos los hombres y mujeres asesinados, desaparecidos o encarcelados por condiciones de género, religión y pensamiento.
Como puede observarse, la idea que parece descabellada cobra otros tintes que sugieren una multiplicidad de análisis serios y a profundidad. La pregunta obligada es ¿México está preparado para ello? ¿Propuesta seria o populista? He ahí la cuestión.

Dialectica902@hotmail.com

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