Poligrafo Politico / Darinel Zacarias

Austeridad no es tacañería

«No permita la virgen que tengas poder, sobre lágrimas, egos, haciendas (…) No te pases un pelo de listo, no inviertas en cristos, no te hagas el tonto» Joaquín Sabina

Parece que la nueva ideología gubernamental que promueve Andrés Manuel López Obrador es estrictamente implementar una acritud a la que ha denominado «Austeridad Republicana». Sin embargo, parece que muchos ediles, no tienen la menor idea de ello.
El planteamiento es ambicioso, se busca frenar el despilfarro y la suntuosidad. Ahorrar y dejar de fugar dinero público en cosas fútiles, es uno de los esbozos.
Deshojemos la idea central. El nuevo gobierno federal, pretende impulsar una nueva ética del desempeño público a partir de un eje central: la austeridad republicana.
Pero muchos ediles han confundido la austeridad con la tacañería. Si el modelo está centrado en una política de mejor y mayor desempeño de la función pública. Es el eje para dispersar la nueva ética anticorrupción.
Economizar sí. Es lo sano, dejar de pagar largas listas de raya a una retahíla de aviadores y que abarrotan las nóminas sin devengar un salario. Frenar a funcionarios sinvergüenzas que empotran a sus familiares, amigos, queridas, empleadas comestibles y hasta el perico para cobrar jugosos salarios.
AMLO habla de una austeridad que ponga fin a esos coches que siempre se quieren comer la mejor mazorca. Los que viven de la uña y de encajar el diente al presupuesto, rasurar, peinar, pellizcar y desviar recursos.
Esa política anticorrupción es ejecutar mejor los recursos del pueblo. Cada peso gastado sea bien invertido. Es quitar los excesos y abuso. Ya no más recursos para compras personales o familiares.
También quiere impulsar un papel relevante de la sociedad en el combate a la corrupción. Se pretende una ciudadanización que le confiera un papel más relevante a las denuncias y al escrutinio público.
Y a partir de ello, poder comenzar a delinear ya con mayor precisión lo que constituirá la política nacional anticorrupción. Para muchos políticos, esa ideología dibuja puntos retóricos, pero otros son sumamente concretos. Y eso, tiene en jaque a quienes han vivido de la teta presupuestal.
La propuesta y el ejemplo es positivo, la abolición de algunos de los privilegios y excesos más hirientes es bien vista. Pero debe quedar claro, que la austeridad está en primera fase aplicada a los excesos de funcionarios.
No a cubrir gastos para el desempeño y servicio de la ciudadanía. No gastar en papelería, insumos de oficina, en celebraciones cívicas, en actos conmemorativos suena más a cerrazón y la proyección de una ideología cuadrada. Arcaica y tozuda.
La austeridad no debe ser pretexto para jugarle tío Lolo. Que no se confundan y no traten de jugar con la inteligencia de la ciudadanía. No hay para el pueblo, pero si hay para incrustar a la familia y pagarle jugosas compensaciones.
No hay para contenedores de basura, para gasolina, para equipar a nuestra policía. El argumento es no hay circulante. Ah, pero si hay para invertir e inflar facturas en negocios redondos que se fraguan entre los mismos funcionarios.
Las prácticas de meter el diente y aplicar eso de obra autorizada es obra peinada, es y seguirá siendo el «modus» de quienes por ahora cuentan con una cuota de poder.
El hastío entre la jerga política es notoria. Lo que ellos veían en otros tiempos como un negocio, se está reduciendo a trabajo bajo la lupa. Monitoreados y sentenciados a dejar a un lado la uña y esforzarse para ser mejores servidores públicos.
Romper los equilibrios de poder a la vieja usanza es el reto. Lo políticos con esta manera de gobernar, sin duda perderán literalmente, peso, poder y voracidad. Persiste incertidumbre en la clase política. Ese cambio lampedusiano o gatopardismo, trae en jaque a políticos de todos los talantes. Impera en ellos, el proverbio de ¡Que todo cambie, para que todo siga igual!
¿Quién dijo que tengo sed?

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