¿Por que sorprende que la tecnocracia regrese al PRI?

Enrique Peña Nieto no es político tradicional, ni tecnócrata. ¿Entonces?

Adrián Ortiz Romero / CORTESÍA

[dropcap]E[/dropcap]s común que las nuevas generaciones no sepan bien qué es un tecnócrata, por la sencilla razón de que no tienen como punto de referencia, qué había antes de la tecnocracia en los gobiernos mexicanos. Esta cuestión toma relevancia ante el anuncio de la llegada de Enrique Ochoa Reza a la dirigencia nacional del PRI. ¿De verdad es importante —o riesgoso— que un tecnócrata asuma ese cargo que, para la idea de muchos, debe estar en manos de un político?
En efecto, el 20 de junio, Manlio Fabio Beltrones presentó su renuncia a la dirigencia nacional del PRI, luego de los escandalosos resultados globales para ese partido, en los comicios del 5 de junio. Interinamente, asumió la presidencia la hasta entonces secretaria General, Carolina Monroy del Mazo, pero rápidamente atajó las especulaciones sobre su posible permanencia en la presidencia del partido.
Fue hasta finales de la semana pasada que la CTM anunció —vía la «cargada priista» que se creía extinta de la praxis política— su apoyo al director de la Comisión Federal de Electricidad, Enrique Ochoa Reza, como posible candidato de unidad para la presidencia nacional del PRI. Esto generó muchas suspicacias, básicamente por dos razones: la primera, que Ochoa carece de experiencia y trabajo político en el PRI; y segunda, que es visto como un «tecnócrata» hasta por integrantes de su mismo partido. ¿De verdad la tecnocracia puede ser vista como algo tan nocivo para un partido, para un gobierno, o para el país?
Realmente lo que tendríamos que hacer es, de entrada, un ejercicio de retrospectiva para distinguir cuál es la diferencia entre un político y un tecnócrata. Pues, de hecho, en México hubo una larga tradición de presidentes preparados en universidades mexicanas —la UNAM, básicamente—, y formados política y administrativamente en el PRI y en el gobierno federal.
Esa historia se remonta a los gobernantes emanados del PRI desde que se estableció la era de los civiles en la Presidencia (el general Manuel Ávila Camacho fue el último militar en ser titular del Ejecutivo Federal en México) y que habría terminado en el gobierno del presidente Miguel de la Madrid, al establecer los primeros puentes con la globalización, e incorporar al gobierno a una nueva clase instruida en el extranjero y alejada de la praxis y el trabajo político en el PRI, como base para la ascensión al poder presidencial.
De hecho, Carlos Salinas de Gortari ha sido el símbolo de la tecnocracia en México, y Ernesto Zedillo Ponce de León su constatación más acabada. Ambos se formaron en universidades de Estados Unidos (Harvard y Yale, respectivamente) y regresaron a México pensando como estadounidenses, y poniendo en práctica los conocimientos y las bases políticas aprendidas en su formación académica.
Ambos —cada uno en su circunstancia— desplazaron a los políticos de la vieja guardia, e instauraron esa nueva era en la que se le pretendió aplicar base técnica al ejercicio político. De ahí que tecnocracia tenga como traducción simple «el gobierno de los técnicos».

¿Político o tecnócrata?

Los políticos puros —esos que son muy eficaces para la operación política, pero que no tienen ningún respaldo ni preparación académica— reprocharon largamente a la tecnocracia por haber desmantelado al PRI. Para todos los presidentes, hasta antes de Salinas de Gortari, la dirigencia nacional del tricolor era vista no sólo como una dependencia gubernamental más, sino como un símbolo del orgullo de una ideología política llevada al poder.
De ahí que había una especie de sacralización, que se rompió cuando Salinas llegó a la presidencia y, dentro de sus decisiones más básicas, estuvo la de comenzar a menguar al partido en la importancia moral y política que había tenido hasta entonces para los presidentes y para los militantes de ese partido.
Salinas y Zedillo nunca aplicaron de lleno la tecnocracia al PRI, sino que más bien, como tecnócratas, desdeñaron al partido como fuente relevante del acceso al poder presidencial, privilegiando otros aspectos sobre la militancia partidista para los cargos públicos, para la integración de los círculos del poder, e incluso para la toma de decisiones sucesorias. De hecho, salvo Luis Donaldo Colosio, no hubo otro personaje al que se le pudiera catalogar como «tecnócrata» al frente del PRI, desde los tiempos de Carlos Salinas de Gortari, hasta la actualidad.
Por esa razón, llama mucho la atención que, de entrada, a Ochoa Reza se le califique como tecnócrata, y se le critique por eso en su arribo al CEN del PRI. Para sustentar esa crítica, habría que preguntarse si el propio presidente Enrique Peña Nieto tiene la calidad de «político» o de «tecnócrata». En un breve repaso por sus antecedentes, podremos ver que no tiene una calidad ni la otra.

Vaivenes

De hecho, el presidente es el ejemplo de un burócrata de un gobierno local venido a más, e integrante de una élite regional encumbrada por las circunstancias que, sin embargo, no puede presumir la calidad de tecnócrata —no tiene ninguna ascendencia en círculos académicos, o estudios o labor en el extranjero dentro de la «tecnocracia», como para ser considerado como tal—, y mucho menos de las de un personaje —y ni siquiera su grupo— formado en la puritana tradición priista. Con Beltrones, el presidente optó por el prototipo del político de larga trayectoria; con Ochoa el PRI está virando, por primera vez en décadas, hacia un tecnócrata que, para variar, se encuentra con la circunstancia de que difícilmente podría obtener resultados más devastadores, que con los que está recibiendo a su partido.

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