Presas: amar, su mayor delito

Los compromisos familiares o sentimentales de las mujeres y la feminización de la pobreza están detrás del crecimiento de reclusas en las cárceles mexicanas desde 2015

Agencias

[dropcap]C[/dropcap]omo en los corridos y en los boleros, el amor es a veces una condena. La proporción de mujeres presas en las cárceles mexicanas, la mayoría por relaciones tóxicas con sus maridos, novios, padres o hermanos se ha incrementado en los tres últimos años. Creció un 72 por ciento en 2015 y un 103,3 por ciento en 2016 y 2017, según un informe de la ONG Equis Justicia para las Mujeres A.C, realizada en tres centros penitenciarios femeninos de los 102 que existen en el país norteamericano.
En las cárceles estatales hay 9 mil 601 reclusas y en las federales, 1.121. En total representa un 5,1 por ciento de la población penitenciaria frente a unos 217 mil hombres, según cifras del INEGI de 2016. El 53 por ciento de estas reclusas lo están por delitos relacionados con la salud, sobre todo con el tráfico de drogas. No hay un patrón definido, pero según la ONG, comparten muchas características: son pobres, tienen un bajo nivel educativo, proceden de comunidades marginadas y antes de acabar entre rejas desempeñaban trabajos humildes (empleadas de hogar, vendedoras de comida o dedicadas al comercio informal en los semáforos). Los delitos no son cruentos y han sufrido violencia sexual previa en muchas ocasiones. Según los investigadores de Equis Justicia, hay varios motivos por los que una mujer delinque: por violencia de género, feminización de la pobreza, adicciones o un ambiente delictivo en el que los hombres suelen llevar la voz cantante, sobre todo en una sociedad machista.
La realidad es que hay menos reinas del Sur o del Pacífico y más mujeres que cometen delitos para sobrevivir. Aunque algunas presas pertenecen a los cárteles más famosos que operan en el país, la mayoría incurre al crimen para alimentar a sus hijos, provienen de familias rotas o sin estructura, o cargan con las culpas para proteger o encubrir a otros. «El abuso, la violencia, la violación o el amor, entendido como una construcción que refleja la desigualdad entre hombres y mujeres, hace que se inicien en el consumo de drogas o en la venta y el transporte», asegura Isabel Blas, una de las expertas que ha elaborado el informe. Ella también señala que el acceso a los centros penitenciarios ha sido complicado. «Se habla de impartir justicia, pero no se aplica en estos casos la perspectiva de género y en otros casos, los jueces son mucho más duros con ellas porque no responden a los roles de la buena madre, la cuidadora y dictan penas mucho más duras. También las hay que son rebeldes o simplemente consumidoras, pero acaban con penas de varios años de prisión».
En España, por ejemplo, la posesión de hasta 100 gramos de marihuana o 5,7 gramos de cocaína como máximo para consumo privado es legal, mientras que en México a partir de cinco gramos de cannabis es delito, pese a la reciente polémica sobre una hipotética legalización en las zonas turísticas. «Las redes de tráfico de drogas reclutan a las más vulnerables para desempeñarse en los roles más bajos y peligrosos», señala el informe, «suelen ser reclutadas por la pareja o por el grupo familiar», y ven en la venta ilegal de drogas una manera rápida de ganar dinero. Otras veces se trata de mala suerte, de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Es el caso de Raquel. Con 29 años de edad trabajaba en un bar donde una noche conoció a un hombre con el que, tras negociar un precio, se fue a un motel. Estando en la habitación, entraron agentes de la Marina que, tras golpear a su acompañante, lo detuvieron y decidieron que a ella también se la llevaban por «puta». «Tráigansela a la verga. Una puta más, una puta menos», dijo un oficial, según el relato recogido en el informe. En la comisaría, la torturaron y la sometieron a todo tipo de vejaciones sexuales. «Ahora te vamos a coger entre todos, somos más de 32». Al final, amenazándola con matar a su hijo y vengarse de su familia, la obligaron a repetir nombres delante de una cámara y la fotografiaron ante una mesa llena de armas, dinero y drogas. El forense que la examinó aseguró que los hematomas que tenía en el cuerpo no eran recientes. Lleva en prisión cuatro años y 10 meses a la espera de sentencia por venta de cocaína y marihuana y tenencia de armas.
«Las que estamos aquí hicimos algo, pero no estamos por lo que hicimos». Esta frase de una reclusa define a la perfección como las mujeres son, también en el sistema penitenciario, dobles víctimas, además de por sus relaciones, por su condición de mujeres. Una vez detenidas, sufren más discriminación en las cárceles que los hombres, padecen maltrato e incluso hay redes de prostitución en los centros. Como reconoció la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México (CNDH), muchas son abandonadas por los mismos que las involucraron en el delito y no reciben ni visitas conyugales, como sí ocurre con sus compañeros masculinos. En el mejor de los casos acaban conviviendo con sus hijos en prisión (618 reclusas en la actualidad), lo que solo reproduce el círculo de marginación en el que cayeron porque las medidas efectivas de reinserción brillan por su ausencia.

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