Un lapiz cada vez mas romo / Rodrigo Ramn Aquino

Hablar con un lápiz puede parecer una pista idónea para que las flechas apunten en dirección del camino largo, angosto y vilipendiado de la creación literaria.
Si quien habla con el lápiz se ve a sí mismo como un pequeño dios mago con varita de grafito. Capaz de recomponerlo todo si tantito algo se va a la mierda. Éste, señores, es un escritor.
Leo «De lápices romos», del poeta y traductor tuxtleco Adolfo Ruiseñor, un esfuerzo conjunto del ayuntamiento de Tuxtla, Coneculta y Conaculta, que reúne poemas, relatos, ensayos y traducciones de esta voz y pluma elegante —como aquellas lanzadas al Cañón del Sumidero y cuyo aterrizaje se llama suavidad.
Tengo la fortuna de conocer al vate conejo. Amabilidad pura con barba de dos días. Inteligencia que conversa. Degustador de cervezas, vinos y comida internacional. La española y la argentina lo hacen tropezar muy a menudo. Un hombre cuyo apellido corona su oficio:
«El ruiseñor común macho es bien conocido por su fuerte canto, con un registro de silbidos, borboteos y otros sonidos. Aunque también canta durante el día, tiene el hábito poco común de cantar hasta bien entrada la noche; su canto sobresale en esos momentos, pues hay pocos pájaros más que canten a esas horas. Es por eso por lo que su nombre en varios idiomas incluye la palabra «noche». Se ha descubierto en investigaciones recientes que cantan con aún más fuerza en los ambientes urbanos y suburbanos para que puedan ser escuchados por encima del ruido ambiental. El rasgo más típico de su canto es un silbido crescendo fuerte. Su canto de alarma suena como una rana» (cuando se trata de poetas hasta Wikipedia se expresa bonito).
Nuestro cantor se sabe nuestras canciones favoritas: aquellas que hablan de amor, de deseos, de placeres, como aquellas de letras tristes, que bien pueden recordar una tarde difusa bajo la lluvia, cuando la felicidad inyectó las venas, la misma lluvia y felicidad que segundos después matarían al ser amado de fulminante rayo. Todo tan rápido, tan súbito, tan destellante y musical.
Un poeta es en esencia un hombre que vive todas sus pasiones, incluidas las mezquinas, las nombra, les dota de las justas letras y nos comparte su canto sin el menor asomo de cobardía.
«Que me perdonen las muy feas, pero la belleza es fundamental. Es preciso que haya cualquier gracia de danza, cualquier toque de alta costura.
«No hay término medio posible. Es preciso que todo eso sea bello. Es preciso que de pronto se tenga la impresión de ver una garza apenas posada y que un rostro adquiera de vez en cuando ese color solamente posible en el tercer minuto de la Aurora.»
Un poeta que también se asoma a la vida de los otros —echa un ligero vistazo, el tiempo apenas necesario para quedar prendado:
«Juro que antes de amarla por ella misma, la amé desde él. En su imposible manera de presentarla, de tratarla casi con desdén, con placentera molestia, pero con un contradictorio esmero que dejaba asomar, de inmejorable forma un respeto hacia su presencia hecha de encanto encarnado, de redondeces discretas y con esa piel de manzana, que me disculparán ustedes amigos míos, me elevaba hasta el abismo perdonando el oxímoron.»
Traductor al español de los más exquisitos poetas en lengua portuguesa, Adolfo se suma a la selecta tradición de aquellos intelectuales que fueron de la lectura a la escritura, de la escritura al descubrimiento de perlas en otras latitudes y, prometeos literarios, a la traducción generosa para que los suyos también se maravillen:
De Pessoa, nos traduce: «Una emoción es por demás egoísta, absorbe en sí misma toda la sangre del espíritu, y la congestión deja las manos demasiado frías como para escribir. Tres especies de emoción produce la gran poesía —emociones fuertes y profundas al ser evocadas mucho tiempo después; y emociones falsas, esto es, emociones sentidas en el intelecto. No la insinceridad, pero sí, una sinceridad traducida, es la base de todo arte.»
Dice Ruiseñor que para él escribir es casi como respirar y que se acerca más al acto de soñar, soñar despierto en una multitud en eterna diáspora
Y tiene razón cuando precisa que escribir es algo más que un simple acto de inspiración, pues la literatura se involucra en lo densamente humano de la vida.
Es pues «De lápices romos» no sólo la más reciente obra publicada por Adolfo Ruiseñor. Constituye una cuidadosa selección miscelánea de los matices de su vida plasmados en papel y una señalización con guiño permanente sobre la naturaleza de su poética, sobre sus influencias y motivaciones. Un lápiz que en la memoria de los días se descubre más romo cada instante.

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