A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

La Letra Escarlata

La Letra Escarlata es una novela de Nathaniel Hawthorne publicada en 1850. Ambientada en la puritana Nueva Inglaterra de principios del siglo XVII, relata la historia de una mujer acusada de adulterio y condenada por ese pecado a llevar en su pecho una letra «A», de adúltera. La referencia viene a cuenta por los visos de autoritarismo y evidente censura de que están siendo objetos periódicos como el Reforma o articulistas como Pablo Hiriart. Poco antes el historiador y ensayista Enrique Krauze fue señalado como conspirador encubierto de la «operación Berlín». Lo más grave, es el proceso que se sigue ahora contra la productora que elaboró el documental sobre El Populismo en América Latina.
Consecuencia de un anuncio del fiscal Santiago Nieto, se le han congelado las cuentas bancarias a es productora por parte de la SCHP por un supuesto lavado de dinero en donde se señala al dueño de Cinepolis, Alejandro Ramírez. Este último es un destacado integrante del Consejo Mexicano de Hombres de Negocios con el que se supone se había fumado la pipa de la paz. Fue el orador en un encuentro con el presidente en donde los empresarios más importantes del país le manifestaron su confianza y apoyo.
El asunto es por demás grave. Se persigue, sobre pretexto de un delito tipificado por la ley, la libre expresión. Para quien haya tenido la oportunidad de ver ese documental resulta irrisorio, pues la serie no va más allá de lo que se publica en torno al fenómeno del populismo, de izquierda o derecha sobre el que han publicado cientos de artículos, libros, programas de análisis y documentales. De hecho no se publicó durante la campaña.
Con Krauze la trama se documenta por un domicilio en la Zona Rosa, pretendiéndolo involucrar con un personaje que fue contratado por 25 mil pesos, para difundir contenidos en redes sociales. Lo mismo sucedió, pero a gran escala, con la estrategia digital montada para la campaña de Amlo encabezada por el productor de series y novelas, Epigmenio Ibarra. No es un secreto. Durante un mitin en el Zócalo, Amlo anunció que integraría un equipo de trabajo en redes sociales para utilizar esa poderosa herramienta contra la influencia de las grandes televisoras y los medios tradicionales como la radio y los periódicos. Cientos de videos y mensajes elaborados a diario, contrarrestaban ataques al candidato morenista y lo exaltaban como la esperanza de México. Ellos mismos se encargaron de fomentar el encono social contra el ex presidente Peña Nieto al que culparon por el asesinato y desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, la Casa Blanca o los casos Oberdrecht.
Con Reforma hubo un tiempo en que Amlo presumió la ventaja que le daban las encuestas elaboradas por ese diario. Incluso acudió a una entrevista con su entonces director editorial Rene Delgado, donde recibió un trato más que preferente y agradeció al periodista y a Reforma la oportunidad de ese espacio. Ahora se sabe de un citatorio por parte del SAT a su propietario Alejandro Junco.
Con el periodista Jorge Ramos, se realizó una entrevista en que el entonces candidato recibió un trato –poco frecuente en el periodista- bastante amable. El presunto romance duró lo que la campaña, porque no es lo mismo ahora que es presidente. El caso más emblemático es el del semanario Proceso. Julio Scherer era parte del consejo editorial y ahora es asesor jurídico de la presidencia. Un medio identificado con la izquierda, ha decidido mantener su línea crítica con el gobierno en turno.
El presidente ha reiterado que será respetuoso con la libertad de expresión, pero defiende su derecho a la réplica. A su juicio santifica la prensa buena y anatemiza a la mala. La oposición sigue durmiendo el sueño de los justos. Enfrascados en los debates camarales no ha tomado la bandera de defender la libertad de expresión. Hoy por hoy, los medios de comunicación están realizando ese papel de contrapeso que debiera corresponder a los liderazgos omisos de políticos y partidos. Por ese pecado la prensa critica carga con varias letras escarlata. Una «C» por conservadores, una «F» por Fifís y una «H» por hipócritas, por decir lo menos…

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