A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Veneración Presidencial

No recuerdo en la historia contemporánea de nuestro país, incluso en épocas anteriores tal veneración y culto a la personalidad como el que le profesan muchos de sus auténticos seguidores a López Obrador. Cuando digo auténticos descarto a aquellos incontables bots o cuentas falsas -sin seguidores- que inundan las redes sociales con las mismas cantaletas de siempre producto de una estrategia propagandística que tuvo gran eficacia durante la campaña presidencial. También a aquellos acomodaticios o ambiciosos vulgares como los llama el propio AMLO, que salieron beneficiados de la coyuntura con el triunfo de Morena, impensable sin la figura carismática del presidente. Hay otros que de rigor –el rey a muerto viva el rey- rinden pleitesía o se acomodan con el poder en turno. Esto incluye a las grandes televisoras o los grandes consorcios que tienen que cuidar sus intereses y prefieren concertar con el poder. A muchos que participaron en la campaña buscando ser favorecidos con una chamba y un espacio de poder a varios de los cuales dejaron colgados de la brocha.
Pero el fenómeno es real, las grandes masas buscan ser beneficiarios de todos los apoyos ofrecidos en campaña, ritual que se repite en la esperanza de por fin, mejorar sus condiciones de vida. Lo que si llama la atención es que hay muchísima gente que le tiene depositada una fe ciega al grado de no aceptar por más razonable que parezca ninguna crítica como si se tratara de una blasfemia hacia un ser inmaculado y predestinado a lograr una gran transformación que destierre por fin la corrupción y la pobreza, así como los grandes flagelos que asolan a nuestro país. Es de verdad impresionante al grado de adquirir matices de una devoción extrema.
La historia de México cuenta con varios ejemplos aunque no son precisamente los que ya imaginamos o conocemos. Por eso no es gratuito que en los símbolos empleados por la propaganda oficial se retomen figuras como la de Juárez, Madero, Lázaro Cárdenas o Emiliano Zapata, Miguel Hidalgo y Morelos. Miles de escuelas, hospitales, puertos y aeropuertos, calles y avenidas, pueblos, ciudades, ejidos ilustran el ejemplo. Una estrategia de lo más rentable si se considera que desde la niñez se incuba a los mexicanos la admiración por los llamados próceres del país.
Otros hay que pudieron pasar a la historia como los grandes fundadores y transformadores de México. Antonio López de Santa Anna pudo haber sido uno de ellos. No en balde fue once veces presidente de la República. Lo mismo apoyó a conservadores y liberales, pero fue en su momento un genio de la propaganda. Durante la guerra de los pasteles entre México y Francia, perdió una pierna producto de un cañonazo que mereció un funeral de estado. Fue en más una ocasión el defensor de la patria. Después de vencer en el Álamo, de no ser por la derrota sufrida en la batalla de San Jacinto, de la que resultó preso y obligado a reconocer la independencia de Texas, habría pasado a la historia sin macula y no como el que «vendió» la mitad del territorio. De ahí sobrevino la guerra con los Estados Unidos que ocuparon la capital de la República y obligaron a México a su capitulación a cambio del territorio. Santa Anna no vendió nada, simplemente tuvo que ceder a cambio de su vida.
Juárez fue más afortunado. En un país inmerso en una guerra civil entre liberales y conservadores, resultó triunfante a cambio de ceder –aquí si- a perpetuidad el Istmo de Tehuantepec en el Tratado Mc Lean-Ocampo. Al derrotar a Miramón con el apoyo de fragatas de guerra norteamericanas se instaló en la presidencia y al tiempo declaró la moratoria de pagos a Inglaterra, España y Francia que provocaron después la ocupación del ejercito napoleónico y la imposición de Maximiliano de Habsburgo como emperador de México. Juárez estuvo a salto de mata con el apoyo –otra vez- de los norteamericanos. Maximiliano con el apoyo de los conservadores se mantuvo en el poder tres años hasta que Napoleón III decidió retirar al ejercito francés. Maximiliano intentó abdicar y huir del país. Ya sin el ejército francés fue derrotado en Querétaro. Juárez retorno victorioso al poder y ordenó el fusilamiento del emperador. Si los franceses no se hubieran retirado de México, otra sería la historia.

(Primera parte)

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