A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

¿El dinero o la vida?

Las autoridades de salud han tomado una determinación infame al poner el semáforo naranja para Chiapas siendo que la gente se lo tomó como luz verde aún con las restricciones y medidas sanitarias en la apertura de las actividades comerciales. Cierto es que cada día que pasa está representando un altísimo costo en materia de desempleo. Pero salieron a las calles con un exceso de confianza. La Organización Mundial de la Salud ha hecho un llamado para advertir que la pandemia no está controlada y sigue latente el riesgo de propagación del virus a escala mundial.

Existen algunos casos de éxito en el manejo de la pandemia que han minimizado los costos en vidas y el impacto económico. Nueva Zelanda y Uruguay por citar algunos. En el primer caso se optó por estrictos controles sanitarios en las fronteras y el confinamiento obligatorio. En el segundo, quizás el mas ejemplar, fueron los propios ciudadanos lo que desde el primer momento atendieron el llamado a la cuarentena sin ser obligatoria. No superan las 30 muertes.

Por el contrario, Estados Unidos, Brasil y México son los países con el mayor número de contagios y muertes. A los tres se les ha prohibido el acceso a la Unión Europea. ¿Qué denominador común tienen? La respuesta es sencilla. Son sus presidentes. Trump, Bolsonaro y López Obrador son líderes populistas. Se guían más por principios de fe y voluntarismo que por la orientación científica. El Doctor Gatell ha adaptado su retórica elocuente al gusto del presidente. Están ahora más preocupados en ganar las próximas elecciones que en salvar a la población. Esquivan la realidad peleando con la prensa. Se mantienen renuentes utilizar los cubrebocas como una medida de protección hasta de su propia salud.

Donald Trump ha iniciado su campaña convocando a concentraciones masivas. Bolsonaro se pasea repartiendo abrazos a pesar de que ya le van renunciando dos ministros de salud. López Obrador esta urgido en volver a sus giras. Los paganos de tales decisiones han sido las personas que sacrificaron sus negocios, están teniendo pérdidas económicas y se encerraron en sus casas.

Ahora el presidente mexicano se apresta a celebrar su segundo año de gobierno como si hubiera humor social para sus celebraciones. Quiere seguir cultivando la esperanza entre sus cada vez menos, pero eso si fanáticos, seguidores. Sigue con su cantaleta triunfalista. Mientras que cientos de miles de personas recurren a automedicarse y procuran fortalecer su sistema inmunológico para enfrentar un eventual contagio. Saben a ciencia cierta que ir a parar a un hospital es el preludio de la muerte. Muchos están perdiendo la vida en sus propios hogares sin más remedio que la resignación. Para ellos no hay palabras de aliento. No hay un estadista uniendo al país en medio de la tragedia. La clase gobernante está enfrascada en expiar sus culpas pretendiendo encontrar culpables donde no los hay. Quieren ocultar la realidad con cortinas de humo y falsos debates.

Pero las encuestas no mienten. La popularidad del presidente ha caído gradualmente y en sentido inverso a las cifras de contagios y muertes. No ha tocado fondo. Pretende minimizar las crecientes manifestaciones sociales culpando al virus del fracaso económico. Eso fue antes de la pandemia. Por eso el tamaño del desencanto es proporcional a la esperanza que sembraron en millones de mexicanos que votaron por el.

El presidente estranguló las finanzas públicas renuente a sacrificar sus megaproyectos como si estos nos fueran a convertir en un país desarrollado. Ignoró a muchos de sus votantes a los que ofreció acabar con la corrupción, la inseguridad y el desempleo. Apuesta a repartir subsidios para mantener su clientela entre los más pobres. Solo que no les va alcanzar. Ya no son los tiempos de Echeverría y López Portillo. La oposición va capitalizar todo ese descontento. El pueblo bueno y sabio ya sabe desde ahora por quien no va a votar en las próximas elecciones del próximo año. No quiere más frijol con gorgojo…

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