A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

De agravios y perdones

Resulta irrelevante y hasta frívolo que inmersos en una pandemia con un alto porcentaje de personas fallecidas, una grave crisis económica que habrá de profundizarse y una ola de violencia, los mexicanos estemos inmersos en una discusión de carácter histórico sobre verdades a medias y presuntos agravios irresueltos.

Parece que le acomoda bien a la retórica maniquea del presidente entre pobres y ricos, clasistas o racistas que acentúan el divisionismo y la polarización social. Funciona además como un gran distractor al tocar temas sensibles como el perdón que ahora se le solicita al Papa como si el legado del catolicismo fuera oprobioso y no parte de nuestra identidad y riqueza cultural.

Solicitar que los españoles y el Vaticano -el Rey Felipe VI y el Papa Francisco- nos pidan perdón por genocidio a propósito de los 500 años de la conquista es un despropósito que resulta francamente ridículo además de sesgado. Si a esas vamos tendríamos que pedirle ofrecer disculpas a los franceses, por la intervención en 1838-1839 por la famosa Guerra de los Pasteles y la Segunda durante 1862-1867. Conocemos de la famosa batalla del 5 de mayo, pero no la derrota que nos infringieron para después entronizar como Emperador a Maximiliano de Habsburgo. Recordemos la frase del Conde Lorencez quien dirigía al ejército: «Somos tan superiores a los mexicanos, en organización, en disciplina, raza, moral y refinamiento de sensibilidades, que, desde este momento, al mando de nuestros 6000 valientes soldados, ya soy el amo de México».

Y que decir de la guerra con los Estados Unidos de la que solo recordamos el sacrificio de los cadetes en el Castillo de Chapultepec. A consecuencia de ello, México perdió la mitad de su territorio. Los norteamericanos, ellos si que se cobraron la afrenta en el fuerte de El Álamo. En el palacio nacional ondeó por más de un año la bandera norteamericana.

Otro personaje que urdió la caída de Madero, fue el embajador norteamericano Henry Lane Wilson. Prácticamente orquestó el derrocamiento del gobierno y encabezó una legación de 11 embajadores que reunidos en el palacio nacional reconocieron a Victoriano Huerta como presidente de México después del simulacro constitucional para ungirlo en el poder.

Dirán que no eso lo que está a discusión, que son los 500 años. Pero de verdad ¿nada le debemos a España? ¿No acaso la lengua española? ¿El catolicismo? ¿La Virgen de Guadalupe? Cuántos usos y costumbres, cuántas tradiciones. La arquitectura, la gastronomía.

Y si por un rato volteamos a ver los agravios que también nosotros infringimos. La masacre contra niños, ancianos y mujeres desarmados en la Alhóndiga de Granaditas. Los asesinatos, ultraje y violaciones en varias ciudades de Guanajuato.

No es momento de confrontarnos con otros países, de cuestionar a la Iglesia Católica, de hurgar nuestras diferencias y dejar de lado nuestras enormes coincidencias. Nuestra fusión cultural. Nuestra propia identidad.

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *