A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Camino a la pobreza

Dejemos de lado las geometrías políticas, las etiquetas que pretenden colocar en una bandeja diferentes formas de pensamiento, encasillándolas. Apelemos al sentido común, a lo evidente, a lo verificable y dejemos de lado la retórica. A las palabas se las lleva el viento. Los problemas necesitan soluciones concretas. Lo urgente atiende lo superficial, lo trascendente atiende la raíz de esos problemas.

Un paso atrás

Espero equivocarme, pero creo que en América latina se ha dado un paso más atrás. En Chile ganó la demagogia. Era el único modelo económico más o menos exitoso que hoy ha sucumbido ante la fiebre del populismo redentor, esa eficaz manera de destruir la democracia desde dentro, ese camino a la pobreza que ha sometido a nuestros pueblos a una espiral de intentos fallidos en pos del igualitarismo y la justicia social que nunca ha alcanzado ningún modelo estatista ni autoritario. Esas revoluciones del siglo XX que deformaron en tiranías, pobreza y exterminio.

Chile comparte con Argentina una frontera de más de 5 mil kilómetros. Mientras sus vecinos tienen una inflación de más del 40%, la de ellos ronda en 6.7%. Dos naciones ubicadas en las mismas latitudes, pero Argentina con una enorme extensión territorial y bastas riquezas naturales. Primero con el peronismo que casi se profesa como religión, después el Menenismo que impulsó el crecimiento económico con la apertura comercial y el libre mercado. Pero querían más y cayeron en la trampa del kitchnerismo. El estado disque benefactor que ha sumido a los argentinos en la pobreza con gobiernos populistas.

La misma receta

La receta es la misma. Bastante rentable en lo electoral y al mismo tiempo el camino al empobrecimiento generalizado y el enriquecimiento de sus élites. Parten siempre de una premisa básica. La acumulación de la riqueza en unas cuantas manos. Y esa riqueza hay que re-distribuirla imponiendo a los más ricos impuestos progresivos. Entre más ganan, más pagan. Y al mismo tiempo con esos recursos distribuidos en programas sociales disminuyes la desigualdad. Suena bien, pero nunca funciona.

Fuga de capitales

Los grandes capitales no tienen patria. Buscan la rentabilidad de sus ingresos e inversiones. Emigran a países con menores cargas impositivas, con mejores tasas de interés, con más certidumbre jurídica y estabilidad política. Invierten allá donde su riqueza no se ve amenazada. Y entonces viene la fuga de capitales. La caída de la inversión extranjera directa, el cierre de negocios, la caída del empleo. Cuando la fuga de capitales ocurre, se refleja de inmediato en la balanza de pagos, desestabilizando el sistema de precios, la actividad financiera y económica, la paridad de la moneda frente al dólar y otras divisas. Así de simple. Ellos no pierden, pierden los países con sus medidas populistas. Solo que las masas no entienden de finanzas.

La clase media paga las consecuencias

Y alguien tiene que mantener al gobierno y a toda su burocracia. A su derroche asistencialista. A sus poderosos sindicatos en las paraestatales, la salud o la educación públicas que devoran la hacienda pública con pésimos resultados. Ellos nunca pierden. Sobre quien recae entonces la carga impositiva es sobre las clases medías. Los pequeños comercios, los agricultores, los profesionistas independientes, etc. que son los que generan la mayoría de los empleos. Eso encarece los productos, genera la informalidad y entonces el dinero no alcanza.

Inflación

La necesidad de cubrir el gasto social y gubernamental genera entonces lo que se conoce como déficit fiscal, es decir, se gasta más de lo que se recauda. ¿Cómo se cubren entonces esos gastos para que el gobierno no se paralice, para que los beneficiaros de las dádivas no se decepcionen de un gobierno que les ofreció sacarlos de la pobreza? La respuesta es con endeudamiento o imprimiendo más billetes desde su fábrica. Por eso tratan de controlar los bancos centrales y así cubrir sus pasivos. Todo economista de primer grado sabe que el aumento de circulante genera en automático inflación. Y la inflación es el peor impuesto para los pobres.

De ahí viene otra falacia más; el aumento al salario mínimo. Solo que la inflación siempre va por delante y disminuye el poder adquisitivo. Un cuento de nunca acabar que multiplica la pobreza. Es así como el ánimo justiciero e igualitario que tantos dividendos electorales produce, hunde a los países y los hace aún más dependientes.

La ecuación es simple

La ecuación es simple. Más gasto social genera más déficit fiscal, mayor inflación y más pobres. Y a pesar de que eso ha sucedido reiteradamente una y otra vez, seguimos sin comprender a que se debe el subdesarrollo. Los gobiernos se vuelven entonces autoritarios, culpan al capitalismo de todos sus males, pero la gente huye de esos países ante la imposibilidad absoluta de mejorar mínimamente sus condiciones de vida. De ahí, el fenómeno migratorio. Las personas no migran a Cuba, ni a Corea del Norte, Nicaragua, Argentina, Perú, Ecuador, Bolivia o Venezuela. Arriesgan la vida por el sueño americano. Ese capitalismo feroz que les da empleo de inmediato y les paga 10 o 20 veces más por el mismo trabajo en sus propios países.

¿Quién defiende al socialismo?

Un cuento de nunca acabar que solo confirma que los países con economías de mercado son los más prósperos del orbe y donde un enorme porcentaje de su población vive mejor que los países gobernados por esos falsos profetas que ofrecen la redención y el paraíso igualitario que solo existe en su imaginación. ¿Quién entonces defiende al socialismo? Pues esos parásitos del estado que viven mediocremente a costa de la pobreza de sus pueblos. Y por supuesto sus élites gobernantes que se van de shopping o invierten sus «ahorros» y saqueos fuera de su país. Así de simple, así de dramático.

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