A Estribor / Juan Carlos Cal y Mayor

Pintura: Jorge González Camarena

Orígenes de nuestra identidad nacional

Previo a la conmemoración, que no celebración, en el 2021 de la caída de Tenochtitlan, el presidente de México ha sugerido que la monarquía española se reivindique con México. Pensó que quizás enfatizando la importancia de relación entre México y España se pudiera evocar en el contexto de una disculpa como ha sucedido, por ejemplo, con la comunidad Sefaradi judía expulsada por decreto de los Reyes Católicos. Para España la relación es tan importante que Felipe VI como jefe del estado español acudió a la toma de protesta del presidente mexicano. Con posterioridad se realizó la visita del jefe del gobierno español, Pedro Sánchez, que se desarrolló en términos de absoluta cordialidad.
De cualquier manera, se reabrió una discusión que revela juicios, prejuicios y un confuso desconocimiento acerca de nuestra historia. Y no es para menos si consideramos que varias generaciones de mexicanos se formaron a partir de una concepción oficialista acerca de nuestro origen y nuestra identidad. El régimen post revolucionario se dio a la tarea de reescribir la historia oficial y encontrar el origen fundacional a partir del águila posada sobre un nopal devorando una serpiente, lugar en que se edificó la ciudad de Tenochtitlan. He ahí precisamente que la mayoría de los mexicanos repetimos el estribillo de que «los españoles nos conquistaron» cuando el hecho es que México como nación, se originó a partir de la primera constitución de Apatzingán en 1824. Cuando Agustín de Iturbide abdicó y tras el llamado Primer Imperio en México, el poder recayó en un triunvirato formado por Pedro Celestino Negrete, Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria, que eran un poder provisional que convocó a un Congreso Constituyente que quedó instalado en noviembre de 1823.
Atrás quedaron tres siglos del Virreinato condenados al olvido de la memoria histórica. Nada de esa etapa conocemos los mexicanos en la que se configuró nuestra identidad a partir del sincretismo y la fusión de dos grandes culturas con diferentes variantes. A partir de una visión etnocentrista se resta importancia a otras identidades pluriétnicas como sucede con la cultura Maya u Olmeca en el Sur Sureste del país. En cada región, desde el centro hasta el sur, el sincretismo se manifiesta de muy diversas formas en la gastronomía, la religión, las fiestas tradicionales, las creencias, así como los usos y costumbres.
Una creencia con profundo simbolismo es el origen mítico de la Virgen de Guadalupe. Su devoción abarca el territorio de lo que fue la Nueva España, desde centroamérica hasta el centro país. Es una creencia originada en el virreinato a partir de la adopción del catolicismo. Se ignora que Hernán Cortés trajo a estas tierras el estandarte de la Virgen de Guadalupe, así como el hecho de que los Reyes Católicos autorizaron la travesía de Cristóbal Colon en el Monasterio de Guadalupe ubicado en la provincia de Cáceres del entonces reino de Castilla y Aragón. Los Nahuatls fueron politeístas y encontraron en Tonantzin, madre de «los» dioses, la identificación con la nueva deidad, la Virgen María, madre de Jesús. A esos dioses los Aztecas, en un acto de barbarie, ofrendaban en sacrificio –arrancándoles el corazón- la vida miles de indígenas de otras etnias sometidas por ellos, práctica que fue erradicada al arribo de los españoles.
En el catolicismo, las apariciones marianas son las manifestaciones de la Virgen María. Podría remontarse incluso a la dominación musulmana. La Virgen es venerada por ellos, especialmente bajo la advocación de Fátima a quien llaman Nuestra Señora (Sayyida). Si se trata de reclamar, en este caso como en otros, habría que reconocer que millones de fieles en México y América Latina le deben a los españoles la omnipresencia de nuestra señora de Guadalupe en lo más profundo de nuestras creencias.

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