Acuerdo en el desacuerdo / Jose Antonio Molina Farro

¿Es acaso posible y necesario un Acuerdo o Pacto nacional en este clima de crispación, donde los actores de la vida pública nacional antepongan los intereses de la nación a sus muy particulares intereses? En condiciones normales de un país es posible, pero no necesario. Una democracia funcional es, por definición, diferentes proyectos dentro de la sociedad. La democracia es pluralidad confesa de intereses, contraria a la unanimidad. Sin embargo, de ello, la normalidad, hoy, NO es nuestro sello. Hay recesión económica pero también recesión política. La esperanza de cambios hacia adelante en lo económico y social se vino abajo, al menos hasta ahora. Pactar y acordar es renunciar a posiciones maximalistas, reducirlas a su mínima expresión, y buscar un territorio común mínimo en el cual nos pondríamos de acuerdo para sacar a la política de su veloz degradación. La base del Acuerdo serían demandas y necesidades del país, que aceptarían la mayoría de las fuerzas, postergando temporalmente los desacuerdos, y que ninguna fuerza política se arrogue el mérito de la concertación. Con el tiempo cada quién regresaría a sus proyectos y programas originales. Acuerdo Político. La democracia no es una estación de refresco, es proceso inacabado, germinal y con fuertes distorsiones en nuestro país. Hay una evidente regresión autoritaria, un caudillismo postmoderno, hostil a la arquitectura institucional; no podemos seguir por esa ruta, so riesgo de perder en pocos años avances innegables empujados por partidos y movimientos sociales no ajenos a la izquierda. Acuerdo económico y social La economía del país va irremediablementeen picada, el brutal decrecimiento del PIB, la fuga de capitales, el desempleo, subempleo, la informalidad, la delincuencia y el deterioro acelerado de la planta productiva por las políticas erráticas del presidente. Reforma Cultural. Por cierto, poco abordada. Cambiar actitudes, valores imaginarios, símbolos, nuestra actitud hacia el trabajo, hacia la norma, nuestra forma de interrelacionarnos, la desconfianza, el ver intenciones ocultas donde no las hay. En suma, nuestra estructura valorativa, que en ocasiones nos hace ver como virtudes lo que son verdaderos defectos. Sin duda, un anclaje que ha frenado nuestro desarrollo. Construir ciudadanía de alta intensidad es asignatura pendiente.
Quizá por primera vez en mucho tiempo, la coyuntura nos da la oportunidad de escucharnos sin negarnos, de dialogar y entendernos, de tomar decisiones trascendentes que marcarán por muchos años el futuro del país. Las naturales diferencias ideológicas no deben ser óbice para privilegiar aquello que nos une. Hay un potencial de coincidencias. Cada vez son más las organizaciones al margen de los partidos y de una representación nacional mayoritariamente obsecuente, exigiendo cambios en las políticas que afectan a millones de mexicanos. A poco más de un año de las elecciones, existe la posibilidad de pactar un cambio político mayor, y definir con precisión su utilidad práctica. Identificar lo que es fundamental y esencial para los coaligados, con un claro programa de acción que a todos convoque y comprometa, sin declinar de sus principios. No podemos dejar que este proceso en cierne descarrile, como muchas veces ha ocurrido en el país, pues sería un testimonio vergonzoso de incapacidad para organizarnos, vencer las resistencias, los intereses de corto plazo y la falta de un verdadero compromiso con México. La tendencia del Jefe del Ejecutivo a actuar en función de su popularidad y creencias personales, le plantea a algunos partidos con registro y en vías de obtenerlo, así como a las organizaciones sociales deseosas de un cambio, el reto de concertar alianzas y recuperar la jerarquía del verdadero quehacer político. La construcción de un pacto es un proceso que genera resistencias, pero también despierta fuerzas que estaban adormiladas o agazapadas. No se podrá evitar que haya quienes quieran llevar agua a su molino o que los partidarios del todo o nada empujen sus visiones maximalistas.
La figura presidencial preocupa por su progresivo aislamiento de la realidad política y social del país. El ejercicio del poder presidencial se ha sobrepolitizado. El ejecutivo tiende a desplazar, cooptar, anular, a las instancias jurídicamente constituidas para la deliberación, conducción y solución de los asuntos públicos. No podemos esperar que este panorama se ordene por sí solo, en el que las fuerzas del mercado político encontrarán sus equilibrios y rumbos. Los mexicanos debemos poner todo nuestro esfuerzo, imaginación y talento en construir puentes, acuerdos, consensos, que nos permitan una visión compartida del México que queremos. Recojo algunos párrafos del artículo de Porfirio Muñóz Ledo, publicado este 30 de mayo en El Universal: [La nueva normalidad es una expresión retardataria que carece de alas. Supone olvidar la tragedia y reciclar el pasado…como diputado he introducido iniciativas elaboradas en el curso de nuestras luchas…todas ellas bloqueadas por el grupo mayoritario al que pertenezco, bajo el pretexto soterrado, pero evidente, de que carecen de «línea» incluso para discutirlas]. Y más adelante: [Para la Cepal la felicidad de las personas no debe ser instrumento «hegemónico de medición», ya que está altamente influenciada por la cosmovisión de cada país y de sus componentes. Los estados deben seguir índices verificables de desarrollo humano… Empirismo contra oscurantismo. La genuina austeridad deriva, asimismo, de una conducta «exigente, sobria, racional», acorde a una moral republicana, pero no mojigata, basada en resultados que no en empeños indemostrables].

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