Adam Smith / Jose Antonio Molina Farro

[dropcap]E[/dropcap]s considerado el padre de la economía política. Para muchos estudiosos la figura más relevante y más influyente del pensamiento económico- filosófico de los últimos siglos. Falleció el 17 de julio de 1790. Más de doscientos años después, la vigencia de sus ideas centrales es incuestionable. Los siglos no lo han desmentido. Ciento cincuenta años más tarde, surgieron grandísimos economistas que marcaron época y transformaron realidades. Cito algunos.
Al finalizar la segunda Guerra Mundial y aún antes, John Maynard Keynes ya era considerado el mejor economista, el más influyente y el más afamado del mundo, después vendrían otros grandes como Galbraith, Baran y Paul Seezy de la escuela marxista, Milton Freedman, Joseph Stiglitz de la Nueva
Economía Keynesiana y en 2008 el economista más citado del mundo, y mención aparte, Noam Chomsky, un socialista libertario, quien sin ser economista fue considerado por el New York Times como » el más importante de los pensadores contemporáneos», un crítico implacable del capitalismo de la época y de la política exterior de los Estados Unidos. Las enseñanzas de Adam Smith trascienden la economía y abarcan la filosofía moral, la economía política, la ética, la jurisprudencia, la sicología, la historia, la religión, la lógica, la metafísica. Fue admirado y reconocido por los intelectuales más prestigiosos de Europa, como Kant, David Hume, Edmund Burke. Voltaire dijo de él: «No tenemos a nadie que se le compare, lo siento por mis queridos compatriotas». Jamás imaginó la revolución que su obra,»La riqueza de las naciones», causaría en el mundo de las ideas, de la política y de la economía. Menos aún que doscientos años después sus tesis seguirían vigentes. La preocupación por la moral fue dominante en su vocación.
Para el autor de «La teoría de los sentimientos morales», el interés propio tiene un asidero moral para el beneficio colectivo, y toda persona tiene el indeclinable derecho de mejorar su condición material, intelectual, social. Fue autor de la metáfora más importante en la historia del pensamiento económico: «la mano invisible», cuyo sentido profundo es que cada individuo es guiado frecuentemente por su propio interés para producir, a veces sin quererlo, un beneficio colectivo. Este concepto fue un hallazgo revolucionario y la mejor defensa de la libertad en el ámbito económico. Esto es, trabajando el individuo para materializar sus sueños egoístas, contribuía, a veces sin desearlo, al bienestar de todos. Nadie como él explicó con tanta lucidez el como la libertad económica sustenta a todas las demás libertades. El trueque, la permuta, el intercambio deliberado con un contenido moral, es el concepto fundamental del cual surge su teoría de la división del trabajo, misma que ha aumentado notablemente la productividad en la fabricación de bienes. Fue un gran promotor de la competencia en una época en que prevalecían los monopolios, primaba el mercantilismo y la concepción de que un país era rico cuando ese país tenía grandes reservas de oro y plata.
Contrario sensu, Smith decía que un país es rico por su potencial productivo, por ello se pronunciaba por el libre comercio y la economía abierta, pero también a favor de la protección de la industria doméstica por sobre la extranjera. El motor del progreso es el mercado libre, que presupone la propiedad privada, la igualdad de los ciudadanos ante la ley y el rechazo de los privilegios. Smith, siguiendo a Montesquieu, cree que los impuestos deben de servir para igualar los ingresos, cobrando más a los ricos y menos a los pobres, y evitando aquellos impuestos excesivos o arbitrarios que inviten
a la evasión. También afirma que los trabajadores bien pagados rinden más y que con su prosperidad está garantizada la paz social. Condena el espíritu dogmático de aquellos «doctrinarios que fascinados por la belleza de su proyecto político ideal, creen que se puede organizar a los diferentes miembros de una sociedad con la misma desenvoltura con que se disponen las piezas en un tablero de ajedrez». Mucho antes que Marx, nos dice que sin la división del trabajo y la acumulación de capital, no hubiese habido desarrollo de las fuerzas productivas. Define el capital variable y el capital constante, «el conjunto de ellos representa la riqueza de un país»… «La estabilidad es condición esencial del desarrollo, pues cuando no existe, la gente aparta sus capitales de la circulación…» Las tesis de Smith están cargadas de sensibilidad, recuentos históricos, análisis sociológicos e ideas renovadoras tan prolijos que, a veces, nos abruman al querer procesarlos. La variedad de temas es inagotable y fascinante por su actualidad. Habla del dinero, del comercio, las tasas de interés, la pobreza y la exclusión, del Estado pequeño y funcional, del capitalismo transnacional y la internacionalización de los procesos productivos, de la propiedad y el ciudadano ideal, la familia, la amistad, la pobreza, la riqueza, y también del juez que los seres humanos llevamos dentro, el que nos aprueba o nos condena, dicho a su manera, «el eminente recluso», la conciencia pues. En un México cargado de mínimas certezas y múltiples incertidumbres, de contrarios que se anulan, de intolerancia y polarización, de atonía económica y valores morales frágiles, de visiones que, como el dios Jano, unas ven hacia el pasado y otras hacia el futuro, otras hacia delante y otras hacia atrás, el pensamiento filosófico de Adam Smith está más vigente que nunca.
P. S. Estas notas sobre ese inmenso pensador escocés, se nutrieron de lecturas personales en la Facultad de Economía de la UNAM, a principios de 1970. A la sazón la ideología dominante se encarnaba en Marx, Engels, Lenin, Trotski, Mao, Ché Guevara y corrientes anarquistas. Adam Smith ocupaba un lugar marginal, ante la aplastante y seductora ideología marxista-leninista. También me recargué en escritores y estudiosos diversos, como Charles Gide y Rist, Melchior Palyi, Calderón Cuadrado, Sidney Smith, Hutchison, Vargas Llosa, Leónidas Montes, etc.

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