Adiós a Miguel Ernesto, el protector de la fauna en Puerto Arista

«Aún al partir permaneces». Les presento a un gran ser humano, al tiempo que honro su memoria en su partida

Lucero Natarén / Aquínoticias

Desde que era un niño, Miguel Ernesto Domínguez García se caracterizó por ser un pequeño extrovertido, travieso, pero siempre buen muchacho.

En sus travesuras, me contaba hace unos días, se ponía a ahogar avispas con agua, a través de un popote, hasta que un día se lesionó la lengua y tuvieron que operarle, -desde ahí le prometió a Diosito que ya no haría nada en contra de ningún animalito, al contrario, los cuidaría-.

Así nació «El Gordo«, para los cuates, originario de Puerto Arista, municipio de Tonalá, Chiapas, quien desde aproximadamente los 13 años de edad -según las personas que conocieron su vida-, se hizo voluntario en uno de los campamentos tortugueros de la zona (Secretaría de Medio Ambiente e Historia Natural (SEMAHN)).

Su pasión por conservar y proteger el ambiente y sobre todo las tortugas marinas, no sólo le dio una oportunidad en el campamento de la SEMAHN, ya en su edad adulta, se ganó su lugar en el campamento administrado para su manejo y conservación por la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (CONANP) Santuario Playa de Puerto Arista, además de ganarse el corazón de cada persona que lo conoció. Su entusiasmo y amor por la naturaleza también le permitió ser integrante del Comité de Vigilancia Ambiental Participativa (CVAP) Sistema Estuarino Puerto Arista, de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (PROFEPA), así como monitor biológico del proyecto Paisajes Sostenibles Oaxaca – Chiapas de Conservación Internacional México, e incluso, fue brigadista contra incendios forestales, hasta se convirtió en miembro de la Red Nacional de Atención a Ballenas Enmalladas (RABEN).

Sus amigos dicen que era un «chingón», él decía que amaba lo que hacía. «Salir con él a monitoreo y vigilancia de tortugas marinas por las noches era otro nivel…»

En varias ocasiones siguió a los «hueveros» (saqueadores de huevos de tortuga), aunque no tenía permitido aprehenderlos, disfrutaba darles una «corretiza» para sacarles un buen susto.

Para agarrar cocodrilos era el mejor. Sin miedo y con fuerza, junto a sus compañeros, los capturaba, para luego llevarlos al campamento y resguardarlos. Mientras cumplían su «cuarentena», se aseguraban que estuvieran a salvo, para luego liberarlos en sitios seguros o en su hábitat natural, actividad que en algunas ocasiones realizaron de manera conjunta con la asociación civil Conservación, Manejo y Aprovechamiento Sustentable de Flora y Fauna Silvestre (COMAFFAS).

A decir de quienes lo conocimos, Miguel Ernesto Domínguez García no sólo fue hijo, fue hermano, sobrino, primo, nieto, papá, amigo, confidente y protector.

Siempre dio lo mejor de sí. Rara vez se le veía triste, siempre alegre y afrontando todo lo que viniera, además dándole consejos y regañando a medio mundo, pues las injusticias no le parecían. Siempre se condujo con respeto, pero cuando se metían con él y con lo que amaba, sacaba las «garras».

Aunque en las últimas semanas tuvo problemas y se vio envuelto en situaciones que nunca imaginó, siempre guardó la compostura, nunca le faltó al respeto a nadie. En esta situación, me dijo, fue donde pudo conocer a sus verdaderos amigos y familia.

Hablando de su familia, amaba demasiado a su mamá y hermana, pero también amaba a su hija, a su «tesoro» (Aliha Ivonne), como él le decía. Me tocó escucharle hablar maravillas de ella y cuan feliz estaba de ser papá de esa chiquilla de 5 años de edad, que quién la viera identificaría perfectamente que es su hija, pues se parecen demasiado. -A Aliha, conforme vaya creciendo le contaremos que tuvo al mejor padre que podría tener, quién aun cuando padecía, siempre la puso en primer lugar y busco que nada le faltara-.

Tras su partida de esta vida, a nosotros no nos queda más que agradecerle a Dios, a Buda, Alá, -y a todos los dioses en los que ustedes lectores crean-, el haber tenido al Gordo en nuestras vidas. Cada uno se quedó con una versión de él.

Algunos se quedarán con el buen amigo, su familia con el mejor hijo y mejor hermano, sus tíos y tías, con un buen sobrino, otros, como yo, con lo mejor que nos pudo haber pasado. Él me enseñó a vivir los momentos, a no tener miedos, a viajar sin planearlo, a comer lo que deseamos, a conocer nuevos lugares y a tomar las mejores fotos.

Te recordaré, Migue, como aquel pescador que contaba sus hazañas, como aquel compañero de recorridos de Monitoreo y Vigilancia, como quien priorizaba ir a apagar un incendio antes que alimentarse, te recordaré como un buen hijo, como el hermano celoso, como uno de los mejores hombres que he conocido en mi vida.

Eres quién me enseñó que las cosas no se planean, y que del «odio nace el amor», porque aún recuerdo cuando le decías a tus amigos: «¡Ahí viene esa pinche vieja! Sólo viene una hora y se va…», refiriéndote a mí, pues no me conocías. Me convertí quizá en tu pesadilla, pero al final me hiciste sentir parte de tu vida, de tu familia.

Hasta siempre, Miguel Ernesto, hasta luego, corazón; adiós, amigo.

Descansa en paz, Gordo. 06 de febrero de 2022.

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