Alvarado, de mitos y leyendas / Ruperto Portela Alvarado

+ Lo que se dice y se cuenta…
+ De chaneques y aparecidos…

Cierro los ojos y recorro en mi mente los recuerdos de la infancia por el barrio de la Madero con sus calles arenosas que en tiempos de nortes quedaban peladas. Y no sé a dónde iba a parar tanta tierra y de dónde venía que luego parecían colchones de arena blanca.
Por ahí, vivían Jole, Nicho, Marquito y Mañe (hijos de Salvador García y sus hermanos, Dionicio y Marco) junto a la casa del próspero Pancho Alceda. A ellos les decíamos «Los Manglareños» porque se dedicaban a sacar madera de los manglares frente a Alvarado y hacer carbón. Y como pasaban mucho tiempo en aquel lugar de árboles, caños de agua lodosa que caracteriza al manglar y obscuridad, contaban que se les aparecía «una bola de lumbre» que a veces los perdía del camino.
Fueron ellos los que me contaron por primera vez de los chaneques, hombrecillos sombrerudos que fuman y juegan con los niños, pero que no les hacen daño. Esos se aparecían en el patio de su casa de madera y un callejón que iba desde la Madero hasta la galeana donde vivía Natalia Valerio y sus hijos, Enrique «El Palomero», Rolando «La Facha» y «Guicho Malalma». También ahí, me contaba Jole (Jorge es su nombre) se aparecía una mujer vestida de blanco (como novia) y otras sombras que daban miedo.
Los escenarios eran propicios para creer en esos cuentos, pues había frente a la casa de mis papás, Celedonio Portela Sánchez y Gregoria Alvarado Valerio, un terreno baldío que daba desde la Madero hasta el callejón de Javier Mina, el que atravesábamos por un caminito para ir a la escuela primaria, Benito Juárez.
En ese gran terreno que tenía un enorme árbol de «cabeza de mono» y otros de guayaba y una casucha, habitaba un viejo con larga y desaseada barba al que conocimos como «Tío Juanfuja». Todos decían que era brujo y que por las noches se convertía en un animal, ya sea un perro, un tigre u otra cosa para dar miedo. Eso era para cuidar sus pertenencias, su terreno que mucho tiempo después supimos que no era suyo, sino de Tobías Ruiz. Eso no lo sé de cierto.
¡Ah!, déjenme decirles que ese terrenote lo usaban también para diseñar y construir las figuras de los carros alegóricos del carnaval y de la mojiganga y su «arquitecto» era un fantasmagórico personaje al que conocimos como «Barrabás» (nunca su nombre); hombre inteligente, de arte casi arquitectónico que le gustaba el chapo de limón y el machacado de jobo. Le pegaba duro a la bebida, pero responsable en su trabajo que además era extraordinario.
Otra leyenda que supe fue la de «Pablo Erú», del que no conocí su nombre de pila, como suele suceder en mi pueblo donde todos nos conocemos por el apodo. Un señor de semblante serio y sereno que diariamente viajaba en su burro o mula –no me acuerdo—a un rancho que tenía en la Loma del Rosario. Dicen que en algunas noches se transformaba en un animal que podría ser un perro enorme. Lo que no me dijeron, cuál era su intención.
«Pablo Erú» tenía su esposa, una mujer de escasa estatura y delgadita, pero, con un carácter fuerte que le daba para subir por las noches a su rancho acompañada solo de su burro y un perro. Me cuentan que fue quien descubrió a la «mujer de la noche» que salía de un terreno ubicado en la calle Joaquín Martínez donde tiene o tuvo el ingeniero José Luis Zamudio su negocio de materiales de construcción. Para eso yo y mi papá tuvimos esa experiencia. Dicen que una noche le salió al paso la mujer vestida de blanco y la esposa de «Pablo Erú» le dijo: «ándale, ahora si vamos a saber si eres, un ser de aquí o el más allá». Le puso la pistola de frente y le descubrió el rostro. Después les digo el nombre de esa mujer de blanco.
Y así van saliendo los cuentos y las leyendas. Estaba yo una madrugada en la oficina del ADO –que ocasionalmente utilizaba para ir a estudiar siendo alumno de la licenciatura en periodismo– que se localizaba en el boulevard «Juan Soto», cuando oí unos pasos en el silencio de la noche y vi venir a una mujer a la altura de lo que fue la tienda «La Mixteca». La verdad que me dio miedo y le hablé a «Quilí» (Oscar Valerio, creo que se llamaba), encargado de la oficina para que me corroborara si era cierto lo que estaba viendo.
Presto y soñoliento, «Quilí» me dijo, «no te asustes, es la Robalita» que se viste de novia y sale a pasear por las noches». Pues sí, pero mientras se me aceleró el corazón. «La Robalita» fue un personaje muy conocido en Alvarado que vivía en el barrio de Belén, como también «Ramirito» el de barrio de La Fuente, que daba el tiempo en el mercado simulando la información del meteorológico de la radiodifusora «La U de Veracruz».
Hay otros mitos, cuentos y leyendas que son más reales, pero siempre dignas de contar. Hay por ahí un dicho que dice: «ya estás como el caballo lechero». Este se refiere a que había en Alvarado la costumbre de repartir leche a domicilio (en el buen sentido de la palabra) y que los caballos ya sabían el camino y dónde detenerse.
Quedó grabada la imagen de Dimas Zamudio montado en su caballo alazán con dos perolas al lado y la medida de a litro colgada a un lado de la cabeza de la silla de montar, con la que despachaba el pedido completo. Dicen que Dimas se dormía mientras el caballo cabalgaba y llegaba al sitio exacto de la entrega del producto lácteo.
Me gusta recordar estas anécdotas porque reviven en mí, mi sentido de pertenencia a los alvaradeños y porque sin quererlo, puedo ofrecer un homenaje a cada uno de los mencionados aquí, como es este caso de don Lupe Aguirre al que le decían «El Masero», –si no me equivoco—porque trabajaba en el molino de nixtamal de don «Gume Ochoa». Le decían «El Masero» porque todas las tardes pasaba a cobrar el importe de la masa y por las mañanas de madrugada pasaba a dejar el producto, que si no se levantaban a recibirlo, lo dejaba en la ventana.
Esos tiempos del romanticismo en todas sus manifestaciones se han perdido. Solo el recuerdo nos queda. Pocos son los que quedan pues ya no existe «Enrique el Abonero» que acuñó aquella frase de «me voyyyy» cuando apenas estaba llegando al domicilio determinado para cobrar el abono de lo que les había vendido.
Así hay muchos personajes a los que les debemos un recuerdo cuando se nos adelantaron en el camino o algunos que todavía siguen respirando el mismo aire que nosotros. Por ahora hasta aquí dejo estos recuerdos del alma, pero les juro que seguiré el mecate en el mismo sentido. RP@
+ Con un saludo desde esta tierra del pozol, el nucú, la papausa y la chincuya…
Para contactarme: rupertoportela@gmail.com

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Un comentario

  1. Me ha hecho usted recordar mucho de nuestro querido terruño, ese pequeño pixel en el universo, tan rico que da para que incluso en la precariedad cualquier persona tenga por lo menos un pan y café para calmar el hambre aun sin lograr el desarrollo económico que tanto se anhela y que por ello muchos debemos migrar en nuestra madurez en la búsqueda de «mejor vida», solo para que al pasar de los años reconozcamos que no hay mejor vida que la que transcurrió en ese amado lugar.

    Por mi mediana edad d,e todos los personajes mencionados solo pude traer a mis recuerdos al a los dos Enriques (el abonero y el palomero), al primero como un personaje casi Gigantesco por su estatura y corporeidad y al segundo por que de pequeño me era imposible quitar mi vista se su mano izquierda con tan solo tres dedos.

    Deseo que siga usted con esa narrativa tan rica, deleitándonos con anécdotas y vivires que bien valdrían la pena plasmas en un libro.

    Saludos cordiales.

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