Alvarado, en un pasaje de mi vida… / Ruperto Portela Alvarado

+ Cuando los productos costaban centavos
+ Nuestros juegos de infancia
+ Algunos personajes de antaño

«Qué tiempos aquellos Don Simón». Tiempos que se fueron y que ya no volverán. La modernidad y la tecnología nos separaron hasta de los recuerdos de la infancia que quiero revivir porque añoro todo aquellos que disfrutamos y nos hizo feliz.
Cuando hago el recuento de mi vida, solo me queda decir que «siempre he sido feliz». Mi infancia, mi juventud y ahora mi condición de «adulto mayor», han sido, dentro de mis carencias, un hombre que ha gozado de la vida, de lo que la naturaleza nos ha dado y lo que Dios, el Creador del Universo y «Rey de las Galaxias» nos ha puesto a disposición.
Cómo no acordarme de la tienda de don Pablo Román y doña Olga Azamar en la calle de Guerrero frente al callejón Mina donde todavía se encuentra la casa con las mismas dos puertas que yo conocí de niño. Ahí íbamos a comprar 20 centavos de azúcar y 30 de arroz. Seguramente también los frijoles que no podían faltar en la mesa de una familia como la nuestra –y de muchos alvaradeños–, que hoy no me acuerdo cuánto costaba el kilo.
Comprábamos, recuerdo, las galletitas biscuí, como le llamábamos a las galletas de animalitos que eran la salvación de una cena con una taza de café «Ideal» o «El Alba» que nos vendían en bolsitas de 20 centavos. Casi todo costaba 20 centavos o lo comprábamos a ese precio porque no había para más. Esa moneda de cobre con una pirámide y un sol al frente con el número 20 y al reverso el escudo nacional, era muy socorrida y de gran valor.
Frente a la escuela «Benito Juárez», la enorme edificación que unos «ignorantes» dispusieron derruir, estaba miscelánea de Doña Lencha que era una señora gruñona que vendía botones, hilos y todo lo de las mercerías. En la esquina de Madero y Guerrero vivía Dimas Zamudio, un próspero ranchero que se dedicaba a vender leche «bautizada» y que en ese tiempo de los años 50 y 60s, costaba 50 centavos el litro. Y después pasó a la historia aquella canción que dice: «llegó el lechero/ a cómo el litro/ a uno veinte/. Pero eso ya es historia.
De mi infancia recuerdo, a propósito del «gasolinazo» actual, que la gasolina costaba 65 centavos el litro y un poco menos el diesel. Lo tengo muy bien en mente porque mi hermano Cecilio «Chilo» Portela Alvarado, trabajaba en la gasolinera de Julio Yunes que se localizaba en la calle llave (que era la carretera de paso hacia el atracadero de la panga) donde ahora está un restaurante y al lado la tienda Coopel; exactamente donde se celebraba la «Santa Cruz» y frente el papá se Carlos «Colita» Reyes Hernández tenía una próspera tienda de abarrotes.
Eran tiempos de que, cuando el Gobierno necesitaba dinero, subía el precio del azúcar como ahora lo hace con la gasolina. La deuda externa era de casi 200 millones de dólares y hoy es de 9.5 billones de pesos. La moneda gringa estaba en los 8.65 pesos en la administración de Miguel Alemán Valdez que subió a 12.50 en la gestión federal de Adolfo Ruiz Cortines manteniéndose hasta la de Gustavo Díaz Ordaz que con Luis Echeverría Álvarez inició la escalada de 19.95 y 22.73 con José López Portillo. Y «de ahí pal real» pues Miguel de la Madrid Hurtado lo dejó en 2 mil 227.50 pesos que con Carlos Salinas de Gortari al quitarle tres ceros al peso, se lo dejó a Ernesto Zedillo Ponce de León en 6 pesos por dólar.
Allá por la calle Aldama, casi esquina con Madero había una casa donde vendían vino jerez, vinagre y «aceite para comer», lo que ahora es aceite de olivo. Ahí nos mandaban a comprar de 20, 30 o 40 centavos el ingrediente para guisar. No había dinero para ir al súper (que no existían) ni a las tiendas grandes a comprar por bastante. Los estanquillos eran entonces un buen negocio.
De nuestros juegos de infancia hay que recordar el trompo, el yoyo, las canicas, el «saca quinto» con trompo y tacón, los «gallitos» que se hacían con corcholatas afiladas o remachadas en la vía del tren; las escondidillas, el «can can» que hacíamos sonar con unas latas y piedras dentro para descubrir donde se escondían los compañeros; el encantado y el «burro seguido». No se me olvida eso de «una, dos, manita y tres» que se jugaba por equipos correteando a los contrarios hasta que los alcanzábamos. Después seguían los contrarios.
No hay que olvidar los tiempos en que se coleccionaban «barajitas» con impresión de las banderas del mundo, animales diversos de la naturaleza, los famosos luchadores y boxeadores y, los billetitos con los que jugábamos «volados». Enrique Lara Valerio, «El Palomero», siempre tuvo suerte para esos menesteres porque nunca le faltaba una baraja para llenar su álbum. Fue también el primero en el trompo, el yoyo o el tirador por su tino para dar en el blanco a un pájaro, una lagartija o un foco del barrio.
Enrique «El Palomero» es todo un personaje en Alvarado. Se le puede retratar mentalmente con su inseparable canasta vendiendo bolsitas de palomitas o cacahuate, lo mismo que diseñando un papalote llamado en estas tierras «abejón» por el zumbido que hacía al volarlo. Mi primo ya es una leyenda que no debe pasar desapercibido porque, hasta eso, fue un buen corredor de cien metros y no menos en el béisbol. Qué más se pudiera decir de él ahora que recorre todo Alvarado vendiendo «lo que le caiga», desde carne «de primera», queso fresco o alguna baratija que le habrá de dejar algunas ganancias.
Los gendarmes más temidos de esa época eran: «Juan Tarcala», «Potonche», «Canuto» del que ya conté su historia cuando cocinó el arroz y se le salió a borbotones de la cazuela y, José «El Gordo» García que incluso fue comandante de la policía en Alvarado. De este personaje se cuenta una anécdota de cuando fue a comprar una camiseta «Rimbros» de hoyitos y la dependienta le dijo que lo que él necesitaba era una atarraya. También fue un buen policía mi tío JUAN ROMÁN.
No se me podrían olvidar y quiero recordar, a doña Lola «La Chinche» que tenía unas buenas hijas a las que les llamaban «La Coco», «La Machi», Josefa e Irma que vivían en la calle Galeana casi esquina con Netzahualcóyotl. Ellas se dedicaban a diseñar y construir juguetes como el rehilete, el «golpe de amor» al que se le daba vueltas y zumbaba formidable, así como los «espanta suegras» que vendían todos los domingos en el zócalo.
Son muchos personajes a los que hay que recordar como un ejercicio de mi «mente histórica». Así veíamos a «Manzanilla» que vendía naranjas peladas, nanche en bolsitas y otras cosas frente al Cine Juárez (que hoy es un súper mercado), o a Don Otilio que anunciaba la cartelera de películas con un magnavoz hecho de lámina.
Por eso Alvarado es un pueblo fantástico. Su mayor patrimonio son sus gentes donde hay talento, hay ingenio, folclor, historia y reconocimientos como Heroica y Generosa Ciudad y Puerto que lleva consigo por gestas como la defensa de Veracruz en la «Loma de Santa Teresa» y la ayuda a los hermanos de la Cuenca del Papaloapan durante las incesantes inundaciones, donde los alvaradeños era la tabla de salvación de esos pueblos…RP@…
Con un saludo desde la Ciudad del Caos, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas y la tierra del pozol, el nucú, la papausa y la chincuya.

Para contactarme: rupertoportela@gmail.com

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