Analisis a Fondo / Francisco Gmez Maza

Ni perdón ni olvido de los usureros del sistema

Griegos, el mismo camino del México de 1981

Al ver a los griegos acosados, amenazados por los barones del sistema bancario de la Unión Europea, la Casa Blanca y el Fondo Monetario Internacional, insaciables usureros, vienen a la memoria aquellos dramáticos episodios de los años de 1981 y 1982, cuando el gobierno de México se quedó sin un peso, ya no digamos para pagar los premios y el capital de la deuda pública con la banca extranjera, sino para impulsar la satisfacción de las necesidades más apremiantes de la población.
A principios de la década de los 80, México estuvo a punto de declararse en bancarrota porque las arcas nacionales se quedaron vacías en aquella experiencia de dolor y lágrimas. La fuga de capitales fue fenomenal y practicada por todos los tenedores de dólares del sector público, de la banca y de la llamada iniciativa privada. Había miedo entre los hombres del dinero de que el gobierno optara por caminos contrarios a su avaricia.
Los mexicanos se salvaron porque su gobierno fue humillado y obligado a aceptar las draconianas medidas de austeridad impuestas por el Fondo Monetario, que obligaron a apretarse el cinturón no a los detentadores del capital sino a los trabajadores.
Había que recortar gastos, ahorrar, taparse hasta donde diera la sábana, porque pudieran ustedes morirse de hambre pero jamás incumplir sus compromisos de deuda con los bancos, que no miden los impactos sociales de la falta de liquidez, sino sólo recuperar los dineros prestados y sus pingües intereses. Y eso fue lo que pasó, que hubiera, gracias a la banca acreedora, un respiro para rehacer la vida nacional de las clases dominantes, sobre todo que regresaran los capitales que se llevaron al exterior por miedo a que el gobierno se los expropiara.
Las condiciones para que México recibiera el apoyo de Washington, del Fondo y de la banca acreedora era congelar salarios, tasas de interés y meter en la más completa austeridad al gasto social, educativo y agropecuario.. Y las autoridades no tuvieron más que apechugar, doblar la cerviz y empinar el culo para resolver el gravísimo problema de liquidez que asolaba a la economía. Sólo aceptando las condiciones del FMI México saldría de la crisis en la que se debatía. Y el precio fue mayor depauperación de los mexicanos.
Pero nadie se puso a analizar que aquella bronca financiera, de liquidez, de pagos era resultado de la corrupción imperante en todos los niveles del gobierno, lo que junto con la corrupción, la avaricia, la sevicia y la ligereza de los banqueros de Nueva York, hubiera podido ser resuelta con una política económica congruente con la realidad, con manejo de tasas de interés y la política cambiaria.
Así ahora, los griegos, están caminando el mismísimo camino que México recorrió hace medio siglo. Y quizá están peor porque Washington, el Fondo Monetario y los gobiernos derechistas europeos no les perdonarán haber elegido un camino muy distinto del que caminan las economías occidentales.
Los griegos han estado tratando de construir una economía nacional verdaderamente nacional, que dé techo, vestido, sustento, salud, educación, igualdad de oportunidades etcétera, a sus ciudadanos, sobre todo a los más desprotegidos económicamente. Y son, como cualquier economía periférica con su centro en el obelisco de Washington, acosados por los avaros cobradores de la banca internacional, que no perdonan como el más vil de los usureros. Cómo se parecen a los encargados de las cobranzas del HSBC, que atacan duro a sus propios clientes deudores mediante el terror de llamadas telefónicas a deshoras de la noche y la madrugada.
Y aunque los griegos, con Tsipras a la cabeza, anden ahora buscando caminos nuevos para encontrarse con la justicia, con la igualdad de oportunidades, con la educación liberadora, con el cuidado de la salud pública, la vivienda y un sistema en el que participen todos, los dueños de Washington, de Hamburgo, de Frankfurt, de Paris, etcétera los están cazando para que con la austeridad paguen los platos que rompieron los mismos banqueros de Nueva York, en aquel fatídico 2008 cuando estalló la crisis inmobiliaria en territorio estadounidense.

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