Arthur: La sociedad que enferma y el Joker que todos traen dentro

De Rosemberg Román

Se trata de una película bastante interesante, no por tratarse de un personaje de comics, tampoco por sus escenas de violencia explicita, en este caso por su relación entre la conducta del protagonista y su relación con la psicología social y clínica, un tema que me apetece bastante. Dejaré a otros las opiniones sobre la calidad cinematográfica, me interesa más el enorme mosaico de aspectos que percibí sobre el personaje y el entorno, su desarrollo y sus significados.

¿Qué es la enfermedad mental? Es una pregunta básica para quienes estudiamos psicología o psiquiatría, que sin embargo, muchísimos de los profesionales de la salud no logran responder o no logran comprender, del mismo modo, la mayoría de personas no comprende y mal utiliza. El Joker (Phillips, 2019) acerca a comprender las causas de esta, la psicopatología, el trastorno mental o la locura, que es como la gente común le llama y en cuyos tecnicismos no ahondaré. La psicología y psiquiatría son en esencia, las profesiones que tratan de entender las conductas humanas, particularmente las anormales. «Arthur era un tipo común, excepto que reía cuando presentaba ansiedad y tensión, reía tan peculiarmente que en lugar de reír causaba miedo, Arthur no es diferente de aquel que perfeccionista acaba haciendo todo mal, él que quería ser comediante, acababa causando temor y rechazo; Arthur no era tan distinto de nosotros cuando deseamos tanto a alguien que la ansiedad por tenerla cerca acabamos haciendo el ridículo y perdiéndolo todo, por esa ansiedad, por esa risa que no encajaba, como tantas veces algo nuestro no encaja en los demás». Eso y algunos aspectos de su historia de vida lo llevaron a un diagnóstico y posteriormente una conducta delictiva, su perfil antes que clínico es en verdad un perfil social, que es el punto más importante de la trama: la clínica es antes siempre un escenario de exclusión social; algo que en la película como la vida real, muchas personas y profesionales de la salud mental no toman en cuenta y utilizan para denostar.

Tendemos a «patologizar» todo, o dar la categoría de enfermedad toda aquella conducta que no vemos como normal en nuestro entorno social. Se llama sin consideración «niño problema» a aquel niño que obedece poco, o es muy activo, se concentra demasiado en algo o cambia su atención con rapidez, se etiqueta de «raro» a aquel joven que expresa pocos sentimientos o es demasiado afectivo en expresarse, o por ejemplo, a aquel que se ríe cuando no debe. En esencia, todo aquel que se ubique en los extremos de una conducta normalizada está condenado a ser llamado: enfermo, anormal o loco en algún momento de sus vidas. La sociedad juega entonces un papel importante, pues es la base de todos los juicios, la enfermedad surge siempre de la sociedad en la que se apoya la conducta esperada, la sociedad sana pero también enferma.

Esto se entiende mejor cuando explicamos que la psicología y psiquiatría se apoyan digamos en una línea imaginaria (patrones de conducta) que determina cuando algo es enfermedad y cuando no, por ejemplo, comer es sano, pero no lo es cuando comemos excesivamente, trastorno por atracón (DSM-V), o comer demasiado poco para evitar engordar, anorexia nerviosa (DSM-V), guardar cosas no es insano, pero lo es cuando se guarda todo en exceso, trastorno obsesivo compulsivo acumulador, desconfiar de los demás no es insano, pero lo es cuando desconfiamos de todo sin razón, paranoia, desear mantener junto a alguien que queremos es sano, pero no cuando comprometemos la integridad para retenerlo, trastorno limité de la personalidad; y así, un largo etcétera para cada extremo de una conducta, un patrón de conducta que no hay que olvidar proviene, de lo que entre todos damos por llamar «normal».

Si una línea es poderosa en el guion, esta es: «Lo más difícil de tener una enfermedad mental es que todo el mundo espera que te comportes como si no la tuvieras», porque en efecto, la primera cara de la sociedad es exigir a quien enferma actuar como si estuviera sano, es exigir a quien es diferente, actuar como alguien «normal», es exigir ser productivo, funcional, trabajar, cumplir roles, manejar emociones, pensar de una y otra forma que la mayoría; pero también esta la otra cara social: la apatía, que es en sí, la falta de empatía, la de la burla, el desprecio, la de ignorar antes que atender, la de cuidar el interés propio, antes que atender al otro. Lo más difícil de una enfermedad mental y una desgracia es en efecto, una sociedad que te exige ser normal antes que diferente, ser sano antes que enfermo, una sociedad que te dice: échale ganas, antes que darte un abrazo genuino, por eso la sonrisa del Joker, por eso el seudónimo «el bromista», por eso el maquillaje con la tatuada sonrisa, en una sociedad que detesta a los tristes y te exige: sonreír siempre.

Pero, paralelo todo esto, el fenómeno del Joker como película no viene ni de la excelente actuación de Joaquín Phoenix, ni de ser parte de una industria que invierte millones de dólares en publicidad y marketing. El Joker es una historia que se parece mucho a la nuestra, nos identifica, nos refleja y atrapa; Arthur es el buen tipo que todos son o creen ser, alguien que pese a su esfuerzo es golpeado, no ya sólo por los jóvenes, sino por la vida misma, es traicionado por quien creía su amigo, es desvalorado por un jefe sin escrúpulos ni empatía, es engañado cruelmente por su madre, es alguien quien día a día se esfuerza por logar su sueño y el cuerpo mismo lo traiciona, es alguien que intenta ser exitoso, pero en cambio, la sociedad refuerza su exclusión y su desprecio todos los días. Arthur es todos nosotros, cansados, hartos, desesperados, por eso sonreímos y nos alegra tanto cuando lo vemos apoteósico bajando de las escaleras, cuando logra cumplir su sueño y empieza a ser libre, alcanzar el éxito y ante todo, vengarse de quien lo ha humillado y lastimado. Arthur es bastante de -el Joker que todos tenemos dentro, es el personaje que cumple nuestra fantasía de pasar de ser jodido por muchos a poder joder a todos, cuando deja de ser víctima y empieza a ser victimario y ser el líder que siempre soñó, que muchos sueñan ser. Ahí y sólo ahí, Arthur y el Joker es todos nosotros.

Dos cosas finales debemos tomar en cuenta, la primera, es que de ningún modo podemos romantizar la violencia ni justificarla por una enfermedad mental o algún escenario de desesperación; aunque existe un fenómeno mundial de hacer buenos a los malos, no debemos permitir que Maléfica, El Joker, El Chapo o la Reina del Sur pasen de ser delincuentes o sujetos de culto, hacerlo, no será más que el reflejo de esa misma sociedad que nos enferma y de las cuales se alimentan.

La segunda, igual de importante, es que ojalá esta trama y su éxito ayude a mejorar la forma en como valoramos la salud mental, sus fenómenos y los recursos públicos que se dan para atenderla, que ayude a sensibilizar y construir una sociedad más empática, más sensible a respetar las diferencias, lo mismo con la persona con diversidad sexual, el chico autista, el discapacitado o el que vive una enfermedad mental. La historia del Joker es sólo la historia de una persona mal atendida por los servicios de salud pública y un nulo o escaso circulo de apoyo primario, de una sociedad dónde el vecino no conoce a quien vive a lado y puede morirse y darse cuenta sino hasta la pestilencia. La historia del Joker puede ser la historia de muchos de nosotros, que bien puede ser evitada si damos igual atención a la salud mental y a ofrecer más empatía con las personas alrededor.

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