Articulo Único / Angel Mario Ksheratto

La adopción, ¿pecado o delito?

Los líderes de la Iglesia Católica e incluso, de algunas denominaciones de la Evangélica, han puesto el grito en el cielo ante la aprobación legal de la adopción de niños por parte de matrimonios entre personas del mismo sexo. Los argumentos de una y otra congregación eclesial, son bofos y por momentos, infundados. No recurren a la moral ni a la obligación de la Iglesia como formadora de ciudadanos responsables con sus determinaciones personales. Sí, en cambio, atraen conceptos blandengues que relacionan a la familia con la culpa y deslindan a la Iglesia de todo fracaso, según su propia interpretación de las consecuencias.
Muy levemente condenan el atropello al derecho de los niños en condiciones de adopción, lo que desfigura un posicionamiento que parece más mediático que filosófico o moral o religioso. El razonamiento de ambos brazos de la Iglesia, resulta chocante y se ubica más entre el protagonismo y la ira ocasional, que entre la verdad y el derecho.
El tema es escabroso, por lo menos, en América Latina. En Europa, existen las familias homoparentales, cuya formación depende de diversos factores que tienen qué ver con la educación, la posición económica y el equilibrio emocional, por citar solo algunos. En nuestro continente, por cuestiones culturales, la homoparentalidad se complica al toparse con la falsa moralidad de instituciones eclesiásticas y grupos discriminadores que si bien justifican sus actos, no razonan adecuadamente sus posturas.
Científicamente, está probado que una pareja de gays o de lesbianas, tienen la misma capacidad de educar, alimentar y orientar a uno o más niños, que una pareja heterosexual. ¿Por qué entonces, la oposición a la adopción?
Es claro que la motivación es meramente moral. Una falsa moral eclesiástica, puesto que si revisamos la historia reciente de la Iglesia, encontraremos cientos y quizá, miles de casos en los que los niños, son violados por líderes locales de ésta; miles de niñas son seducidas por pastores inmorales y dejadas en total abandono cuando ya no satisfacen a tales predadores.
La adopción de niños, no es pecado ni es delito. La hija del Faraón, adoptó al hijo de Jocabeb, abandonado a la orilla del río Nilo; ese niño fue Moisés, el libertador del pueblo de Israel. Esther fue adoptada por un hombre y también fue utilizada por Dios para liberar a los israelitas del yugo extranjero. Siendo hijo de Dios, engendrado por el Espíritu Santo, Jesús fue adoptado por una pareja de heterosexuales e igualmente, es parte fundamental de la historia religiosa del mundo.
Cierto es que en el tema de los derechos humanos, principalmente en lo tocante a los niños, hay vericuetos que deben ser analizados desde varias perspectivas para evitar que éstos se sientan ultrajados. Cierto es también que la cultura de la adopción, adolece de fundamentos legales sólidos y carece de normas jurídicas apropiadas que garanticen el bienestar de los niños adoptados.
Para ello, menester será la implantación de criterios y pautas eficaces para evitar potenciales riesgos a los niños; debemos ser francos en reconocer que habrá quienes aprovechen las circunstancias para abusar «legalmente» de niños indefensos. Habrá quienes no entiendan la adopción como un acto de amor, sino como una oportunidad para violentar el derecho y la libertad de los menores. Será entonces, necesario crear las instituciones adecuadas para vigilar el actuar de los progenitores y certificar el bienestar de los menores. Es lo justo, lo idóneo.
La Iglesia, por su parte, debe tomar conciencia en torno a «su» fracaso. Las «desviaciones» de las que acusa a personas con preferencias sexuales distintas, son producto de la mala orientación religiosa y lo peor: de los cotidianos abusos sexuales contra niños y niñas, por parte de curas y pastores. No puede ésta condenar lo que sus líderes practican diariamente. Es preferible tener niños felices en un hogar homosexual, que miles de ellos mendigando en las calles o siendo tratados como objeto sexual en los confesionarios. Cuando la Iglesia castigue con severidad a los pederastas, los expulse y ponga a disposición de las autoridades civiles; cuando destine fuertes sumas de dinero para alimentar a los niños de las calles y cuando vuelva a sus orígenes de santidad y adoración plena a Dios, entonces, que habrá la boca. Antes, no. No le asiste ninguna autoridad moral, ni la razón está de su lado.
Los grupos lésbicos-gays, deben de su lado, aportar ideas para crear normas adecuadas que otorguen a los niños, medidas de seguridad propicias para su buen futuro. Es lo justo.

@ksheratto
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