Articulo Único / Ángel Mario Ksheratto

Foto: Adán Vega

No me pinten las puertas

El presidente López, suele presumir «mayoría», cuando se refiere al respaldo popular que las casas encuestadoras le hacen el favor de otorgar, mediante «sondeos» poco claros. Dice el mandatario que a los 30 millones 113 mil ciudadanos que votaron a su favor, «se siguen sumando más… muchos más; miles, millones de mexicanos que están felices con éste gobierno.» Aun cuando remotamente fuere cierto, la pretensión suya es terriblemente errada.
México tiene, éste año, 127 millones de habitantes; si restamos esos poco más de 30 millones, descubriremos que 96 millones 887 mil mexicanos, sí es una mayoría irrefutable que deja al presidente descobijado.
La cruda realidad para AMLO es que a sus electores (felices, según él) y los que se le han «sumado», no les ha gustado, para nada, su forma de gobernar y lejos de quedarse para disfrutar la imaginaria felicidad presidencial, han marcado distancias notorias que le dejan mal parado, solo y con un discurso triunfalista e irreal.
López Obrador, no ha mostrado empatía con ninguna clase social mexicana, salvo con los delincuentes; no tuvo empacho en mostrar su conmoción personal por la sentencia a cadena perpetua dictada por un juez estadounidense contra Joaquín, «El Chapo», Guzmán; desde que ganó las elecciones, presionó a su antecesor para liberar a Elba Esther Gordillo. A Napoleón Gómez Urrutia, lo hizo senador; a Manuel Velasco Coello, también.
Su estrategia contra el crimen ha sido la repartición de bondadosas homilías en las que exhorta a los delincuentes a «portarse bien», a no hacer sufrir «a sus mamacitas». Propuso una ley de amnistía para presos (incluyendo a los de alta peligrosidad) y últimamente, exigió a la Guardia Nacional, respetar a los delincuentes bajo el pretexto que éstos, «también son personas».
Para las víctimas, ha habido indiferencia y desprecio. Se negó a recibir a los integrantes de una caravana que pedía paz y seguridad. A los familiares de los 43 normalistas desaparecidos, los ha llenado de promesas que, bien sabe, no podrá cumplir y ante la ola de feminicidios, ha caído en actitudes que son más una felonía, que una luz de esperanza.
«Nomás no me pinten las puertas de Palacio», fue su despectiva respuesta, como si la entrada a lo que ahora es su residencia, tuviese más valor que la vida de una mujer desollada o una niña a quien sus victimarios arrancaron sus órganos. Por si fuera poco, Andrés López, culpó al neoliberalismo del feminicidio de Fátima (y de todos los feminicidios).
Pareciera que el profundo desprecio del presidente hacia los mexicanos, principalmente contra las víctimas de feminicidios, viniese de viejos resentimientos sociales y políticos; aunque ha culpado a sus adversarios de sus fracasos anteriores, no deja de creer que fue la sociedad la que en su momento, no quiso darle el voto para ser alcalde de Villahermosa, gobernador de Tabasco y presidente de México. Hoy, así parece, es hora de vengarse de quienes, a su juicio, le dejaron solo en sus arrebatos para hacerse notar.
No hay otra explicación al odio, la indiferencia y la ausencia de estrategias para garantizar la seguridad de las mujeres y los ciudadanos en general. De siempre, López Obrador, ha sido propagador de odios y rencores. Los constantes insultos y ofensas a sus críticos, así lo han demostrado.
Los feminicidios se van a resolver cuando se tenga un presidente preocupado por la seguridad de todos; cuando se deje de tener conmiseración por los delincuentes y se privilegie el derecho a vivir en un país en paz. Cuando el presidente le dé más valor a una vida humana, que al avión con el que pretende engañar a los participantes en una rifa fraudulenta. Cuando dejemos de escuchar nombres de culpables y veamos el rostro de los responsables de los asesinatos de mujeres y niñas.
Cuando se acabe la corrupción y la impunidad; cuando el presidente deje los sermones y recurra a la práctica de la realidad y no al sueño de su fantástica inventiva. Mientras, aquellos millones que, cree él, lo apoyan, se irán de su lado por decenas, cientos, miles, millones… Entonces, ya estará solo.

Transitorio
Muchos ven la garra de un gatito negro en la represión policial contra los padres de los normalistas desaparecidos; tenemos claro que a los de la Mactu, por su comportamiento irracional, prepotente y abusivo, debe aplicárseles la ley, pero a los padres de los 43, no. Fue una acción planeada para desestabilizar a don Ruti, llevada a cabo por falsos aliados suyos, pero sí, incondicionales del minino, cuya sombra, hasta en la pared del Cañón
El Sumidero se aparece para apantallar a los incautos. El gobernador debe cesar, cuanto antes, a sus traidores. Un manotazo, no caerá nada mal.

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