Bonampak devela misterios de sus murales; hay mas secretos

Especialistas del INAH los restauran mediante innovadoras técnicas y trabajo de filigrana

Redacción

[dropcap]D[/dropcap]icen los conocedores que la vida de un artista no estará completa hasta que no conozca en vivo y a todo color los murales de Bonampak: sus azules diáfanos como el cielo del mar Caribe, sus amarillos con la frescura de la época en la que fueron elaborados hace más de mil años, sus rojos intensos, varios matices de verde, los magistrales trazos que plasman la guerra, la fiesta, los sueños, los ritos y la sensualidad de la vida de los ancestros mayas.

A casi 70 años del hallazgo de esa zona arqueológica enclavada en la selva Lacandona, y cuando se creía que todo estaba ya escrito acerca de sus pinturas, innovadoras técnicas de limpieza revelan que aún hay muchas historias secretas por descubrir.

Una grieta ocasionada por un sismo, que dañó el templo uno en 2007, fue la oportunidad para que restauradores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) propusieran que, además de atender las afectaciones estructurales sufridas, se hiciera limpieza con un enfoque nuevo.

Dos años después iniciaron labores con resultados espectaculares: elementos pictóricos desconocidos salieron a la luz luego de una intervención delicada, lenta, que lleva ya más de un lustro y que iniciará una nueva temporada a finales de este mes.

Hasta el momento se lleva trabajado apenas 65 por ciento del cuarto tres. Faltan el uno y el dos. No obstante, los resultados que ya pueden apreciar los visitantes son deslumbrantes pues, además de observarse colores más nítidos y figuras más definidas, han aparecido detalles y personajes que brindan otra lectura y elementos adicionales a los estudios iconográficos mayas.

La coordinación general de este titánico proyecto está a cargo de la restauradora Haydée Orea Magaña. Los trabajos de campo fueron dirigidos por su colega Gilberto Buitrago Sandoval, al frente de un equipo en el que participan Constantino Armendáriz, Valeria Villalvazo, Irlanda Fragoso, Nayeli Pacheco y Olga Lucía González, asesorados en la parte científica por los químicos Javier Vázquez y Beatriz Sandoval.

Todos ellos han pasado horas y horas realizando un trabajo de filigrana, que se puede resumir así: aplican geles y ácidos especiales al muro, esperan a que se solidifiquen y comienzan a retirar esa capa o velo blanquecino con finos taladros de dentista (fresas con punta de diamante). En algunas ocasiones recurren a acuarelas de gran calidad y resistencia a la luz para restituir algunos detalles, siempre sin alterar los originales.

Por supuesto, es una acción compleja por la irregularidad tanto de la superficie pictórica como del espesor y dureza del material que se debe retirar, además de que muchas zonas de los murales presentan también manchas de microorganismos incrustados en los poros de la capa pictórica.

El cuarto número tres, donde han trabajado los restauradores, muestra una ceremonia con bailarines ricamente ataviados con máscaras de dioses, y a la familia gobernante punzándose la lengua con espinas de maguey hasta hacerla sangrar, un tipo de sacrificio que practicaban los mayas.

Se decidió iniciar ahí, pues era el espacio que menos se trabajó durante una de las primeras grandes restauraciones a las que se sometió Bonampak en los años 80 del siglo pasado.

«El cuarto uno es el más famoso, pues es el más bonito y claro por el azul maya de sus muros», explica a La Jornada la maestra Haydée Orea acerca de la habitación donde se representa una procesión de sacerdotes y nobles, que charlan entre sí, mientras una orquesta toca trompetas de madera y tañe tambores, entre otros instrumentos.

«El número dos es muy confuso –continúa la investigadora–; hay una escena muy difícil de entender para quien no conoce la iconografía maya: figuras en guerra, entrelazadas. Será muy interesante cuando se empiece a trabajar ahí, pues, por ejemplo, en breves limpiezas previas han aparecido detalles como gotas de sangre o lenguas dibujadas muy claramente.

«El tres fue el último que se intervino en los años 80, lo dejaron borroso. Ahora hemos limpiado fondos y retirado los carbonatos que había en algunas partes donde alguna vez corrió agua. Por ejemplo, descubrimos dos nuevos y pequeños elementos pictóricos en los muros este y norte, pero también ahora se pueden apreciar detalles de la vestimenta de los personajes, finísimos y supertrabajados: rombos, cinturones, serpientes, grafitis de la época, además de un personaje pequeñito que no se veía nada.

«En la escena de las mujeres que hacen autosacrificio no se notaban los velos de sus atuendos, que son de una gran calidad, por la fineza de pintar la transparencia de un tejido, con bordes plisados. En los personajes de arriba los tocados de plumas no se veían, hoy apreciamos que tienen conchas de mar en el pecho, tocados, plumas y serpientes preciosas.»

Embeleso de visitantes Para los admiradores de la cultura maya, Bonampak, que fue «descubierto» en 1946, resulta una suerte de bocado gourmet: se trata de un sitio pequeño en contraste con la majestuosidad de Palenque. Hasta hace apenas 15 años, la manera más cómoda y rápida de llegar era por avioneta o lancha. Hoy, las buenas condiciones de la carretera a Ocosingo hacen más fácil y agradable el viaje a la zona en automóvil, a cuatro horas y media de Villahermosa, Tabasco; y a cinco horas y media de San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

Es caro el ingreso: hay que pagar 25 pesos por persona para entrar a la comunidad de Lacanjá; luego, los pobladores impiden la llegada a Bonampak de autos particulares y cobran 80 pesos por persona el traslado a la zona en vehículos del poblado. A eso se suma el costo del boleto de entrada, de 45 pesos, que cobra el INAH.

Todo esfuerzo es recompensado al admirar el sitio, cuya extensión es de más de cuatro kilómetros cuadrados.

Las principales edificaciones se levantan sobre varias colinas, pero sólo está explorado y abierto al público el llamado Conjunto de la Gran Plaza, la Acrópolis, el grupo Frey y el conjunto arquitectónico El Quemado.

Recibe al visitante una magnífica estela de poco más de cinco metros de altura por 2.60 metros de ancho y de 18 a 20 centímetros de grosor. Sus relieves representan al señor Chaan Muan II (el último gobernante hasta ahora conocido y quien se cree mandó hacer los murales), vestido con lujosos ropajes y un alto tocado. En la mano derecha lleva una lanza ceremonial, en la izquierda, un escudo con la cara del dios jaguar del inframundo. Bajo sus pies hay una franja que tiene los nombres de sus padres y junto a su pierna izquierda, su propio nombre que también es traducido como Ave Rapaz, además de la cabeza de un ser antropomorfo.

Pero es en el templo de las pinturas, al pie de una colina natural, elevado 46 metros de altura, donde los visitantes pasan varios minutos embelesados.

A algunos personajes les faltan los ojos, en otros, fueron raspados los escudos con algún objeto punzocortante. No se trata de daños causados por el tiempo, sino derivados de ataques vandálicos efectuados poco después de concluidos los murales, alrededor del año 790, explica en entrevista con este diario el restaurador Constantino Armendáriz.

«Quizá las personas que lo hicieron no estaban de acuerdo con la historia de triunfos que narran las pinturas. Se puede divagar mucho al respecto. Lo cierto es que debido a que se trata de una acción que forma parte del contexto de los murales, no debemos restituir ahí el material faltante», añade.

Para dibujantes y pintores, las técnicas utilizadas para elaborar los murales de Bonampak son una exquisita lección de arte: «La anatomía de cada personaje está muy bien resuelta, sobre todo, para representarla en espacios tan pequeños y con un discurso. Es evidente que trabajó todo un equipo de artistas, comandados por un maestro.

«Se ve claramente el mismo trazo preparatorio para cada uno de los personajes, desnudos, primero, sin ningún tipo de atavío, después se pintaron los atuendos, todos diferentes, representando siempre la realidad: el peso o ligereza de las telas. Hay partes en las que el pintor se deleitó en los tocados, donde el color blanco fue aplicado con gran maestría sobre fondos rojos. Es una pincelada regular, hecha quizá con pinceles muy finos, aunque también hay partes donde se usaron anchos. Incluso, se aprecian arrepentimientos o correcciones del pintor, cambio en sus decisiones en función del movimiento o la propia composición», detalla Armendáriz.

Los tonos naranjas se produjeron por superposición de veladuras rojas sobre fondo amarillo, los azules oscuros se obtuvieron con transparencias negras sobre azul claro, los tonos verdes oscuros están sobrepuestos a dos y tres capas previas en tonos azules y amarillos más tenues.

En los contornos de las caras, en la escena del sacrificio, el azul es tan transparente que es imperceptible a primera vista. Es decir, se trata de toda un escuela profesional de pintura, comandada por un personaje conocido como Och, Pequeña Zarigüeya, un gran artista maya parangonable con Leonardo da Vinci o Miguel Ángel.

En los murales de Bonampak, por supuesto, como lo acostumbra todo pintor en sus obras importantes, está el autorretrato del maestro Och: «En el glifo que trae en el cinturón se lee «el que escribe», o «el que pinta», o «el que escribe pintando». Su figura también fue vandalizada, le quitaron los ojos.

«Con toda esta maestría en el dibujo y la aplicación de colores, y contando con varios ayudantes, trabajando sin parar, quizá se tardaron dos o tres meses en terminar cada cuarto. Hay mucha dedicación en fondos, aires, basamentos piramidales, plumas, vasijas, telas. Aunque, en definitiva, por lo que vemos, en lo que más se tardaron fue en la planeación. El maestro pintor sin duda habló mucho con el gobernante que encargó los murales, Ave arpía, para conocer qué versión de su historia quería que se plasmara aquí.

«Hay medida, proporción. Incluso encontramos que primero se diseñó la arquitectura y luego se comenzó a pintar. La obra es una unidad plástica concluida, no quedó nada incompleto. Creo que pudo haber bocetos, quizá en amate, en cortezas, plegadas como un códice. ¿Dónde están todos esos dibujos preparatorios ¿En qué material se hicieron ¿Piel, papel ¿Se encuentran en la tumba del maestro Och No lo sabemos. ¡Sería una locura encontrarlos!, un tesoro invaluable para el mundo del arte», concluyó Armendáriz.

A casi 70 años del hallazgo de la zona arqueológica de Bonampak, enclavada en la selva Lacandona, y cuando se creía que todo estaba ya escrito acerca de sus murales, innovadoras técnicas de limpieza revelan historias secretas. Luego de cinco años de trabajos, restauradores del Instituto Nacional de Antropología e Historia descubrieron al público el esplendor en las pinturas de detalles ocultos más de mil años. En la imagen, aspecto parcial del techo del cuarto tres, donde se observa la escena de una niña que le da una espina de maguey a una mujer sentada para que realice su autosacrificio, práctica común entre los mayas antiguos.

El cuarto número tres de los murales de Bonampak, zona arqueológica ubicada en la selva Lacandona, en Chiapas, donde trabajan los restauradores, muestra una ceremonia con bailarines ricamente ataviados con máscaras de dioses, y a la familia gobernante punzándose la lengua con espinas de maguey hasta hacerla sangrar, un tipo de sacrificio que practicaban los mayas. Ahí se observa al personaje conocido como Och, Pequeña Zarigüeya, quien se presume dirigió al grupo de pintores que crearon esas obras. (En las imágenes, el antes y el después de la restauración) Foto cortesía de Haydée Orea.

(Con información de La Jornada)

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