Chiapas desde el Senado / Zoe Robledo

Democracia, mercado e izquierda

Hay un fantasma que recorre México: El de ciudadanos que no confían en la política. El de ciudadanos que no encuentran en el acto de votar una forma de transformar las cosas que no les gustan y que les indignan. Este proceso vuelve imperativa una la presencia de una izquierda que, tanto en lo político como en lo económico cuestione y que proponga y que así, dentro de lo posible, frene este tropiezo de la democratización mexicana. Pero eso no ha ocurrido.
La anónima –pero muy impactante- voracidad del mercado, el económico y el electoral, se ha convertido en el eje de nuestra democracia. Hoy día en México se hace política con dinero y dinero con la política.
Esta ecuación de la democracia basada en el dinero – que tiene una alta tolerancia social- produce políticos cínicos y orgullosos de esa prosperidad gestada al amparo de los intereses pero además con una contracara vergonzante: Desigualdad, pobreza extrema, daños al medio ambiente, salarios indignos, riquezas que agravian, carencias y otros procesos cuyas consecuencias tendrán que pagarlas los países y los grupos sociales más vulnerables. Es la monetarización de la política. Una carrera entre la democracia y el mercado en la que la primera cabalga en un caballo, el más veloz quizá, pero la segunda pilotea un vehículo cuya velocidad rompe la barrera del sonido.
A pesar de esos pasos en falso de la economía del mercado sin mayores controles, los grupos sociales beneficiados mantienen su actitud de sacralizar al esquema de compra venta. Se ha endiosado a los mercados y a las relaciones que permiten el empobrecimiento de muchos para sustentar la opulencia de pocos. Las cifras de pobreza son escandalosas en buena parte del mundo, pero aun lo son más las referentes a la concentración de la riqueza. Y estas se presentan principalmente en países con elecciones periódicas y libertades políticas. Es decir: la desigualdad es un problema de países democráticos.
A estas tendencias se les debe presentar una respuesta social. Es obligada la presencia de una izquierda que haga los señalamientos, las críticas y las contrapropuestas cuando sea necesario. El Partido de la Revolución Democrática, como parte de un amplio abanico de fuerzas, ha cumplido en lo esencial con esa función y, por eso mismo, lo que sucede en su interior tiene implicaciones en las luchas, las inconformidades y las aspiraciones de los mexicanos. La izquierda nacional debe seguir siendo referente, manteniendo su función crítica y su propuesta inteligente y viable.
La izquierda, no sólo en México sino en el mundo, ha sido un baluarte para contener el capitalismo rapaz, así como protagonista en la construcción de la democracia, la defensa de los derechos humanos y una relación cuidadosa con los factores de poder, los de poder político pero también los de poder económico.
Pero para mantenerse vigente y propositiva, esta izquierda requiere ejercer funciones de regulación y control antes que de aniquilamiento: México necesita una izquierda que, tanto en lo político como en lo económico analice, critique y proponga, una izquierda capaz de señalar los desaciertos de la derecha pero capaz también de ejercer el poder de manera mas eficaz y eficiente que aquellos.
Hace algunos días, manifesté mi voluntad de no participar en el proceso de selección para la nueva dirigencia del PRD. Lo hice porque no puedo permitir que las reglas básicas del partido se hayan violado en aras del pragmatismo. Nuestro partido, que es heredero y baluarte de las más caras luchas democráticas de la izquierda mexicana, se convirtió -espero que coyunturalmente- en un campo de designaciones. El PRD, que ha sido una actor ideológico cuya fuerza descansa en los argumentos, pasó a ser un espacio de silencios. De esta, manera, si la voz de la pluralidad no se escuchó en el seno de nuestra organización política, menos podemos ser los mensajeros de la disidencia que desde la izquierda partidista, apartidista, antipartidista e independiente, se manifiesta a lo largo y ancho del territorio nacional.
Por supuesto, las fallas en una organización política, en asuntos tan esenciales como la selección democrática de su dirigencia, no debe verse como una oportunidad para abandonar el barco. Si se ha hecho un compromiso con las causas dignas de la Nación hay que cumplir puntualmente, de frente y en cualquier circunstancia.
El país requiere de una izquierda comprometida. De una izquierda que no abandone las causas colectivas en el altar de los intereses particulares. Ser de izquierda hoy equivale a tener y mantener un sustrato ético –se puede hablar, incluso, de moralidad- cuyo trasfondo sea el interés ciudadano. Si se es de izquierda se debe permanecer en la izquierda. La izquierda no es una bandera sino un modo de mirar la vida y soñar el mundo.

El autor es Senador de la República por Chiapas

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