Cotidianidades… / Luis Antonio Rincn Garcia

Así como a cada santo le llega su fiesta y a cada cochi su madrugada, casi sin darnos cuenta, en esta parte del hemisferio el verano se acerca a su fin y los niños, nuestros nunca lo suficientemente bien amados querubines, deben volver a la escuela.
Eso sí, no importa lo aburridos que la hayan pasado los últimos días, que no encontraran acomodo ni en su pellejo durante semanas de hastío, a la hora de encarar el fin de sus vacaciones, el 99.99% de los chamaquitos y chamaquitas, entran en una especie de depresión mezclada con ansiedad, que a los pobres y angustiados padres nos coloca en encrucijadas ante sus preguntas de apariencia ingenua.
–Má, se me hace que este año va a estar muy difícil y voy a reprobar.
–No te apures –contesta la madre con voz de conferencista motivadora–, ya dijo la Secretaría de Educación que por muy burro que seas, nadie puede reprobarte, así que tranquilo, chunquito.
–Papi… ¿y si este año no me toca con mis amigos de siempre?
–Sería una señal de que Dios si existe, porque vieras cómo se lo he pedido –responde el papá mientras tiene fija la mirada en la televisión y no se da cuenta de que transparenta sus emociones–. Y es que déjate tú lo sangrones, se me hace que apuntan para ser unos buenos para nada y no quiero que les aprendas eso. Prefiero que seas autodidacta.
–Papás –pregunta el querubín que quiere una respuesta consensada– ¿Y si no me hallo?
–Con un zape te ubico dónde es que estás –responde el papá irracional, justo antes de recibir un zape que le da la esposa por no contestar con cariño y desde una perspectiva pedagógica.
Por suerte y de modo irremediable, llega el momento de hacer a un lado las dudas existenciales para dar paso a la acción, y entonces no queda más que alistar los uniformes, finalizar el entrenamiento de estibador que se le da a los niños y niñas para que puedan aguantar su útiles escolares, y mandarlos temprano a mal dormir, pues de puritito nervio, son muchos más de los que usted imagina los que sufrirán sus primeros insomnios, a veces desde el temor, en otras ocasiones estimulados por la adrenalina que genera el saber que se va a encarar una nueva aventura, donde conocerán a un montón de personas que ni imaginaban que existían y gracias a las cuales, en algún momento habrán de poner a prueba su capacidad para manejar las emociones y, no pocas veces, su lealtad.
Por otro lado, el primer día de clases de un hijo también le significan análisis, preguntas y reflexiones a los padres, que no terminan de comprender cómo de sus brazos, la niña pasó a la secundaria, la cual tras un par de parpadeos estará a punto de terminar para irse a la prepa y, como si eso no fuera poco, ¡con novio!
Y por si pretendemos no darnos cuenta, nunca faltará el sorprendido (o sorprendida) que sale con la típica pregunta «¿Cómo, ya tu hijito en tercero de primaria?», y que con la mirada parece decirnos: «cómo es la vida, mientras los niños van pa´arriba, evidentemente tú ya vas cuesta abajo».
Podrá sonar a broma, pero la realidad también es que con cada año, los padres vamos descubriendo en el espejo y en nuestra vida cotidiana que ya no estamos tan tiernitos, y diversas situaciones del destino nos hace preguntarnos qué debemos hacer para que nuestros hijos sigan adelante a pesar de que, más allá de nuestros deseos, dejemos de estar junto a ellos.
Lo ideal es que casi con cada grado escolar, sus alas vayan creciendo y fortaleciéndose, y que reconozcamos en ellos una mayor independencia y capacidad para adaptarse al entorno, así como las herramientas adecuadas para encarar la vida con entereza y una sonrisa en el rostro, en tanto la encuentren retadora y divertida.
Esa evolución paulatina sería un síntoma de que padres, maestros y alumnos están haciendo lo correcto en el proceso formativo, no sólo de prometedores profesionistas, sino de seres humanos que puedan hacer de éste un mundo más bonito. Hasta la próxima.

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