Cotidianidades… / Luis Antonio Rincn Garcia

Ya tenía rato de estar caminando por sobre las tres décadas, cuando un buen amigo me deseó que algún día tuviera un hijo. Pensé que bromeaba y le respondí con algún chiste, pues en ese entonces consideraba a la paternidad como un oficio lejano de mis más genuinos intereses, e incluso creo que fue en esa época que llegué a declarar que un hijo o hija sería un accidente poco deseado.
Claro que con el tiempo las personas, las cosas y las circunstancias cambian, y aunque yo seguía montado en esa mula de negación a tener hijos, cuando supe que iba a ser papá, fue como si me hubieran aplicado un lance de judo de esos que te dejan sin aire y viendo al techo.
La emoción fue enorme y tomé una serie de decisiones que transformarían mi estilo de vida, esto con el objetivo de poder pasar el mayor tiempo posible con mi querubín, que aún no llegaba.
Creo que a partir de él es que he comprendido el amor más sincero y honesto, a ello le atribuía el que buscara momentos y detalles que le provocaran sonrisas o que le hicieran la vida un poco más cómoda y placentera. Claro que en el camino también lo he corregido con firmeza y le exijo que realice pequeñas actividades para la casa y que no le impliquen un riesgo a su edad. En todos los casos, con la mira en compartirle que el disfrute y la disciplina pueden convivir en santa armonía.
Con el tiempo he comprendido que los niños te dejan muchas más cosas que sólo el gusto de verlos felices. Por ejemplo, es a partir de ellos que muchas y muchos comenzamos a desarrollarnos con mayor ímpetu en nuestros oficios y actividades, en primer lugar porque gracias a nuestros querubines andamos más inspirados, pero sobre todo, porque sabemos que ahora hay un ser humano que depende de nosotros, a quien por lo general se pretende dar más que a nosotros mismos (está bien, esto en exceso llega a ser dañino, pero al principio es un acicate para el desarrollo personal de los padres), quienes sin pedirlo te invitan a ser mejor.
Es también a partir de los hijos que solemos realizar apuestas más grandes y corremos riesgos desmedidos, tratando de asegurar el presente y el futuro, y aunque sabemos que ninguna de las dos cosas es necesariamente posible, arremetemos con fe para tener alguna certeza que podamos compartirle a nuestros descendientes.
Por otro lado, son ellos quienes con sinceridad y sin remordimientos te bajan a la realidad. Los niños tienen la enorme capacidad de ver la vida con simpleza y sin prejuicios, y por lo mismo, como en el caso del cuento «El traje del rey», te declaran tus errores y te señalan caminos menos complicados para resolver asuntos cotidianos.
Hace poco llegué molesto a casa, hacía calor, el tráfico era agobiante y muchos impudentes al volante estaban actuando a sus anchas, en tanto casi no se ven a agentes de tránsito por Tuxtla Gutiérrez. Mi hijo, con gesto serio, se acercó a preguntarme si estaba enojado, «algo», le contesté con tono hosco. Entonces él sonrió y me dijo «¿y por qué no mejor te pones feliz?»
Tal vez mi primera mueca fue de una sonrisa forzada, pero la segunda salió un poco más espontánea y pronto estaba bromeando por la casa. Quien más sonriente andaba era el niño, de seguro contento porque veía a su padre contento, y porque me ayudó a recordar que cambiar de estado de ánimo no es tan difícil como algunos adultos hemos aprendido a creer (Bueno, algunos y algunas se encabritan a la velocidad de la luz, pero estamos hablando de gente normal en situaciones positivas y no de ciclotímicos en su vida diaria).
Partiendo de esa experiencia y de otras reflexiones, comencé a preguntarme: ¿qué les queda o qué toman nuestros hijos de lo que les ofrecemos y damos? ¿Cómo interpretan ellos nuestro ejemplo, nuestras palabras y expectativas de vida? ¿Qué de lo que estamos haciendo los adultos, será determinante en la vida de los niños y niñas? Porque si bien conforme pasan los años, nuestros querubines van tomando sus propias decisiones y cada uno tiene su propia personalidad, no es menos cierto que la gran mayoría de cristales con que ven y comprenden el mundo, así como su modo de actuar en éste, son aprendizajes adquiridos en casa.
Por otro lado, estas mismas preguntas se pueden aplicar a las personas adultas, nomás que en retrospectiva, por ejemplo, ¿qué empuja a la mayoría de nuestros políticos a enriquecerse de manera cínica y descarada aún a costa de la destrucción de la sociedad que los sostiene? ¿Qué aprendieron en sus casas muchos servidores públicos que no se tientan el corazón para destruir el medio ambiente, el tejido social y al mismo tiempo tomar decisiones que llevan al hambre a cientos de niños y niñas? ¿Qué tipo de pobreza vivieron todos ellos, que ahora no hay riqueza material que pueda resarcir lo que antes les faltó? Son preguntas fáciles de realizar, pero una respuesta sincera, quizá sólo pueda provenir de alguien que tenga el alma de niño, y eso, entre los interpelados, supongo que es difícil de encontrar. Hasta la próxima.

rincon_l@yahoo.com.mx

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