Cuando el virus se haya ido / Raúl Eduardo Bonifaz Moedano

Cuando el virus se haya ido y seamos sobrevivientes de un desastre colectivo. Con el corazón agotado y el destino renovado entonces valoraremos lo que es un amigo y le daremos un abrazo cuando lo veamos nuevamente. La tormenta habrá pasado y ahí, en ese momento, estimaremos la generosidad del otro. La generosidad de quien vive por el otro, por el otro que es parte de nuestra existencia y que nos da el vigor de seguir el camino de un nuevo alumbramiento de la paz. Quizá así podríamos pensar la inquebrantable voluntad del presidente Andrés Manuel López Obrador que no desfallece y ni se da tiempo para su vida personal en su vocación de crear bases que permitan diseñar un nuevo destino para todos los mexicanos, para todas las mexicanas. Con el contagio adquirido vienen a la mente los tiempos idos pero presentes que construyeron nuevas luces de esperanza. Recuerdo sus propósitos que ha ido alcanzando en el quehacer permanente de un trabajo incansable. Viene a mi mente la gran marcha que inició hace más de 50 años. Tocando el corazón de cada mexicano. Tomando la mano de niños, jóvenes, viejos, mujeres, personas vulnerables. Sembraba día a día la expectativa de que un mundo más agradable era posible. Su lucha por los pobres por su convicción de que es posible sacarlos de esa condición. Su pensamiento permanente porque la pandemia no arrase con los más viejos de la sociedad. Su convicción de que el desvío y la descomposición que existe en la sociedad tiene sus orígenes en la corrupción y en las peores identidades que el ser humano ha adquirido en su afán de concentrar riqueza y riqueza sin limite.  Esa gallardía de una gran marcha por todo el país, por todos los municipios de la nación dio forma y construyó un modo de ver el futuro y dio confianza de alcanzar frutos que no solo fueran a parar a los bolsillos de los más ricos. López Obrador sembró la esperanza del cambio, de las transformaciones políticas, de ideales de equidad y libertad para hacerlos parte de nuestra convivencia. No decae en su objetivo de modificar instituciones que respondan a la visión del nuevo mundo que la ciudadanía puede modelar y transitar al ambiente de estabilidad y cordialidad al reducir  diferencias tan grandes que existen entre pobres y ricos. López Obrador es un rayito de esperanza que se hace grandioso para no vivir en la opresión de libertades del pasado reciente. Del pasado de los gobiernos neoliberales que destruyeron bases de solidaridad de una sociedad hoy herida en sus entrañas. Que arrasaron con los servicios de la salud y todo lo privatizaban, se apropiaban del patrimonio de todos, de lo que es parte de la nación. Por eso, el presidente no se detiene en su labor diaria aún con el contagio del virus que él mismo quiere disminuir y pretende desaparecer ahora que la vacuna ya existe. Su honestidad indudable hace del presidente el aura que todos necesitamos para seguir adelante como pueblo y vencer a este virus y volvamos a ver al amigo López Obrador recuperado y abrazarlo nuevamente con la confianza del proyecto de cambios sociales y políticos  que proseguirán bajo la égida de un gran líder que supo ganarse el corazón de los mexicanos con su ejemplo, que creo lazos humanos no fincados en el materialismo reprochable que denigra a las comunidades.

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