Defender la democracia / Eduardo Torres Alonso

Quien piense que las libertades están escritas en piedra y que no se pueden borrar, se equivoca. Nada es para siempre, y en los diseños institucionales y formas de gobierno, menos.

Tampoco hay duda sobre que la democracia vive una crisis aguda que ha hecho que su apoyo disminuya. Esto tiene que ver, al menos, con dos fenómenos vinculados: la imposibilidad para frenar la desigualdad y la exacerbación de discursos simples y maniqueos que ofrecen recetas para la solución de problemas complejos. La evidencia de este tipo de discursos es abundante en la actualidad. A ellos, con precisión –o sin ella– se les conoce como el discurso populista. Si como en otrora, el fantasma del comunismo recorrió Europa, hoy el populismo se pasea por el mundo.

Más que un concepto bien delimitado, el populismo está siendo utilizado como etiqueta para denostar a alguien –como su contraparte, que es el adjetivo neoliberal (esta suerte de antónimo no pasa la prueba lingüística del caso)–. Sin embargo, es prudente insistir que, al menos, algo denota el concepto: el pueblo. Esa identificación de y con una masa de personas, desconoce con frecuencia, a las instituciones (que emanan del propio pueblo).

En el sur o el norte globales, los liderazgos populistas están atizando el discurso de confrontación y de carácter dicotómico: “ellos” contra “nosotros”. Y como el líder populista desprecia las instituciones, si no les favorece arremete contra ellas, incluso con la fuerza. Los seguidores de Trump lo hicieron en enero de 2021; los seguidores de Bolsonaro, en enero de 2023. No son casos aislados. La democracia, como arreglo de relaciones societales pacíficas, está en riesgo en tanto líderes y personas por igual desprecian sus principios, en particular, aquellos que permiten la reunión entre diferentes. Ante ello, hay que volverse celoso guardián de la convivencia democrática.

Defender la democracia significa hacerse cargo de la constitución del sujeto que la sostiene: la ciudadanía. No puede haber una democracia sólida sin el ciudadano que ha interiorizado valores como el respeto al disenso. Para bien de todos, no hay un individuo igual a otro. La diferencia es la norma y con ella viviremos siempre.

Defender la democracia implica denunciar y exhibir a quienes buscan desmantelarla utilizando los propios mecanismos de las instituciones por la única razón de que eso les conviene. La ambición mal encauzada nubla el pensamiento y el deseo de poseer todo inhibe la capacidad de raciocinio.

Defender la democracia es cerrar filar ante los grupos que pretenden desconocer los gobiernos y poderes legítimamente electos y en funciones. Si se dejan morir a los gobiernos democráticos, todos estaremos a la deriva. En la memoria se encuentran tres ejemplos: la dictadura franquista, el fascismo del Duce y el Tercer Reich.

Defender la democracia es defender la posibilidad de construir un futuro sin dejar de aceptar sus imperfecciones.

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