Desertores norcoreanos y los USB secretos

Varias organizaciones tratan de enviar información a Corea del Norte para combatir la propaganda

Agencias

[dropcap]»[/dropcap]¡Buenas noches, Pyongyang!». Cada noche, de 9 a 10, Choi Jung-hun se sienta ante los mandos de su estudio de radio en un barrio residencial de Seúl. Durante una hora entera, retransmite noticias sobre «la verdad de lo que ocurre» en Corea del Norte y entrevista a algún desertor sobre su vida en Corea del Sur. Él mismo huyó hace ya quince años, mientras cumplía el largo servicio militar de diez años en el Norte. «Allí no conocen la verdad del régimen. Nosotros queremos transmitírsela», cuenta este antiguo militar del servicio de inteligencia norcoreano.
El Gobierno surcoreano ha detenido esta semana la transmisión de propaganda a través de su sistema de altavoces. Un torrente de noticias y música pop a todo volumen que cruzaba la zona desmilitarizada que separa a las dos Coreas y llegaba a los soldados y residentes del otro lado. En un gesto recíproco de buena voluntad de cara a la cumbre que el viernes celebrarán sus dos países para hablar de paz, Moon Jae-in y Kim Jong-un, Pyongyang ha correspondido y también ha detenido su propia emisión de propaganda ensordecedora.
Pero eso no ha detenido a las asociaciones de desertores norcoreanos que se han impuesto como misión el distribuir información —sesgada para unos, la verdad para otros— y los medios para conseguirla entre sus antiguos conciudadanos.
Choi, redactor jefe de Free North Korea Radio —una diminuta emisora en la que participan entre 2 y 5 personas, según las necesidades— y miembro de la asociación Unión para la Salvaguarda de la Libertad, es uno de ellos. Su organización, además de retransmitir programas— «antes grabábamos cinco horas, pero nos falta financiación y hemos tenido que cortar a una»-, envía radios y dispositivos de memoria USB al Norte. Según calcula, desde abril del año pasado han conseguido hacer llegar unos 14 aparatos de radio en miniatura y cerca de 80.000 lápices de memoria.
«Los aparatos de radio están camuflados como teléfonos. Como en Corea del Norte la gente ya puede tener móviles, es fácil, si lo escuchan con unos cascos, simular que estás al teléfono», cuenta este hombre menudo y de una tez oscura que le diferencia de la mayoría de los surcoreanos.
Son varias las organizaciones que tratan de enviar este tipo de artilugios al norte para diseminar información. Algunos de los USB llegan donados desde Corea del Sur; otros, desde Estados Unidos; otros, se compran. En ellos van series de televisión, música pop surcoreana, noticias o incluso mensajes religiosos, en un intento de ganar terreno en lo que Amnistía Internacional ha descrito como «la batalla más nueva en los intentos del régimen norcoreano por aislar a sus ciudadanos».
Choi carece de seguridad absoluta sobre la distribución de los aparatos que envía al Norte, a través de una complicada ruta a través de China y que contrabandistas introducen en el país ermitaño. Pero sí le consta que llegan: recibe fotografías para confirmarlo.
Esas nuevas tecnologías, aseguran los desertores norcoreanos, han marcado una diferencia. Aunque los ordenadores de ese país solo están conectados a una Intranet, y los móviles locales no pueden comunicarse con el exterior, su uso está cada vez más extendido. Una simple tarjeta de memoria o un USB conectado a ellos puede comunicar una enorme cantidad de datos. Una encuesta de 2015 entre refugiados norcoreanos encontró que mientras se encontraban aún en su país, el 81 por ciento había visto contenido extranjero —películas, series, música— descargado de un USB. «Más nuestra radio, que puede llegar a todos los norcoreanos que quieran escucharla», sonríe.
Cada vez, asegura, los desertores llegan con mayor información sobre lo que pasa en el mundo exterior. Que las sanciones y el régimen autocrático impiden que el desarrollo de su país se parezca al «paraíso de los trabajadores» que promete la propaganda de Pyongyang. Que Corea del Sur es uno de los países más desarrollados del mundo, y no el erial que aseguran sus noticias oficiales.
Una gran diferencia con los refugiados de su época. Durante los años de la hambruna, en los 90, o a principios de los 2000, pocos tenían información fiable sobre el mundo exterior. Él, por su cargo y su procedencia de una provincia fronteriza con China, Ryanggang, asegura que tenía una mejor idea. «Oía la radio y charlaba con gente que había cruzado la frontera». En 2006, oyó que una familia surcoreana ofrecía una recompensa por uno de sus miembros, un pescador secuestrado por el Norte. Le ayudó a salir hacia China para reclamar ese dinero, pero la familia organizó una rueda de prensa y reveló su papel. Ya no podía regresar al Norte.
Amenazado por el régimen —como represalia, asegura, su hermano pequeño fue ejecutado—, logró llegar a Seúl en 2008. Su sorpresa al descubrir la diferencia entre lo que sabía hasta entonces con lo que pudo contrastar, explica, hace para él especialmente importante distribuir información hacia el Norte. «Quería contar la verdad sobre el régimen. Allí, Kim Jong-il, Jim Jong-un son dioses», cuenta. Por eso, empezó a trabajar en la emisora en 2011.
Las actividades de su organización, que no recibe ningún tipo de subvención oficial, se consideran sensibles en Corea del Sur. El Gobierno de Moon no las alienta, preocupado por que puedan empañar el clima de deshielo entre Seúl y Pyongyang y se frustre su esperanza de llegar a un acuerdo de paz que ponga fin a las hostilidades entre los dos países.
Un acuerdo de paz que Choi también desea. Y que espera que acerque más su verdadero anhelo, la unificación de Corea. Hasta que llegue ese día, sostiene, «nosotros seguiremos emitiendo la verdad por radio».

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *