El deber ser en Chiapas / Rodrigo Ramn Aquino

El hombre es lo que piensa. El hombre como especie, no vaya a empezar con la retahíla de que reproduzco el sistema patriarcal que no nombra a las mujeres y por tanto no existen. No, no empezaremos esa discusión aquí.
Entonces, si el hombre es lo que piensa no podemos dejar de preguntarnos ¿qué piensan los hombres y mujeres de nuestra clase gobernante? Y si vamos más allá: ¿qué circunstancias los han conducido a pensar así?
De entrada debemos identificar dónde se están formando nuestros servidores públicos. Al menos en Chiapas he identificado dos principales instituciones: la Escuela Libre de Derecho (Inef) y el Instituto de Administración Pública.
Si usted tiene la oportunidad de observar a esta fauna polaca se dará cuenta de que está integrada por hijos de políticos, servidores en activo, cuadros partidarios en formación, líderes sociales (muchos de ellos desde ONGs) que tienen claro un objetivo: permanecer o irrumpir en la escena pública local.
Se están formando como especialistas en leyes, en educación, en administración, en políticas públicas, en marketing político, en asesoría. Los políticos en formación, a los que me refiero, están aprendiendo modelos de resolución de conflictos, planeación y ejecución. Hablan de lo bien que van a ganar y de cómo todo está palabreado para que asuma tal o cual.
Se preocupan y ocupan, en resumen, en serle útiles al sistema (el gran empleador en Chiapas, como en muchas partes del país y el mundo). Se preocupan en el ser (pragmatismo puro) y se olvidan (si es que alguna vez lo pensaron) en el deber ser.
El político, el funcionario, el juez, el legislador se olvida muy a menudo que su principal función es satisfacer las demandas ciudadanas y las necesidades de los diversos grupos sociales que integran al Estado. Y a riesgo de caer en el lugar común, se olvidan de que están para servir y no servirse de los espacios públicos.
Se han olvidado de los valores y de la ética pública. El Estado mismo se ha olvidado de formar a la clase gobernante y las consecuencias están a la vista: una expansión pandémica de la corrupción en casi todas las esferas públicas.
La corrupción ofende a quien tenga un mínimo de dignidad. La corrupción, sí ese cáncer que tiene en severa crisis a las instituciones, es el antivalor por excelencia, y normalmente viene acompañado de codicia, avaricia y el anhelo de poder (las casas blancas, la acumulación desaforada de riquezas, las conductas individualistas, son sólo la punta del iceberg de una actitud cada vez más cínica).
Si los antivalores han ganado tanto terreno se debe a una imperante y creciente cultura política sin valores. No hay quién enseñe en Chiapas ética para gobernar. Con gobernantes carentes de valores no se cumplen los objetivos de los planes de gobierno. Por el contrario, con la desviación de recursos se genera pobreza, desempleo, enfermedad, hambre, injusticia y muerte.
¿Qué piensan nuestros gobernantes? ¿Quién o quiénes les están enseñado a pensar así? Estas y otras preguntas deben empezar a tener respuestas pronto, porque la realidad a la que nos han acostumbrado en Chiapas nos demuestra no sólo la impotencia e incapacidad de resolver las demandas ciudadanas, sino una ausencia casi total de valores para gobernar.
Por tanto, si no comenzamos advertir el profundo abandono del fuero interno de los individuos públicos (educación, valores, convicciones, principios y percepciones), de nada servirán las mejoras en los instrumentos de control y el uso de tecnología de punta para contrarrestar las prácticas indebidas de políticos y funcionarios.
Para concluir esta entrega, citaré al poeta griego Ovidio: «Veo el mal y lo desapruebo, pero hago el mal», y a Aristóteles: «No se estudia ética para saber qué es la virtud sino para ser virtuosos.»

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