En la Mira / Hector Estrada

Morena en Chiapas demostró ser lo mismo que el resto

Tras múltiples advertencias que finalmente se consumaron, esta semana el proceso interno de Morena en Chiapas para la selección de candidatos terminó por convertirse en una grave fractura entre la militancia y las cúpulas del partido que, pese a la lluvia de protestas, acusaciones y evidencias sobre irregularidades, llevaron a cabo la imposición de candidatos ajenos a las estructuras militantes en varios municipios.

Lo sucedido con Morena en la entidad chiapaneca ha dejado una dura lección para muchos de los que ingenuamente creían que en el partido de Obrador las cosas serían distintas. Con casos y ejemplos denunciados desde el interior del propio partido, Morena demostró que las viejas prácticas políticas de negociación en las altas cúpulas e imposiciones (por conveniencia o padrinazgos) también determinan las decisiones en el partido; con o sin el beneplácito de sus militantes.

El caso que mayor controversia generó es justamente el de la capital del estado donde los jaloneos internos entre Marcelo Toledo, Carlos Morales y Felipe Granda llevaron al Instituto de Elecciones y Participación Ciudadana (IEPC) hasta las últimas instancias de los tiempos permitidos, mediante prórrogas de complacencia que estuvieron a punto de resultar insuficientes.

De las supuestas encuestas aplicadas por el partido para determinar a sus candidatos jamás hubo evidencia. La dirigencia del partido, a cargo de Ciro Sales, nunca oficializó ningún resultado. Ni siquiera cuando estos fueron absolutamente necesarios para acallar rumores y detener ridículas guerras de trascendidos.

Ni al principio, ni al final de la desgastada disputa interna la dirigencia estatal se hizo presente para dar certeza. Fue más allá de la media noche cuando la ciudadanía y el grueso de la militancia se enteraron por medio del propio IEPC sobre las listas definitivas de candidatos, negociadas e inscritas a espaldas de su propia estructura partidista. Los resultados de las encuestas no existieron, porque no convenía hacerlas públicas o tal vez, lo más probable de todo, porque nunca existieron realmente.

Al final de cuentas a muchos de los aventurados militantes fundadores rebeldes no les quedó de otra que «apechugar» y conformarse con lo que les dejaron en el reparto de las «altas cúpulas». Como es el caso de Marcelo Toledo en Tuxtla Gutiérrez, quien finalmente fue relegado no a la primera, ni a la segunda, sino hasta la cuarta fórmula para una diputación de representación proporcional a fin de poder mantener su curul en el congreso local, esperando que Morena consiga los votos suficientes para alcanzar lugar.

Marcelo, como muchos otros aspirantes desplazados, tuvo que aceptar la imposición de una candidatura negociada en oficinas de gobierno bajo presiones emanadas por padrinos o amigos influyentes que hoy operan desde el Senado de la República. De nada le sirvió ser «militante fundador, político sin negro historial, haber apoyado a Obrador desde su primera campaña presidencial» (como tanto pregonó) o tener el respaldo mayoritario de los militantes en Tuxtla Gutiérrez.

Y casos como lo ocurrido a Marcelo Toledo, que terminó finalmente siendo amedrentado (con todo y carta de unidad forzada), se multiplicaron en el paso de las horas en varios municipios de la entidad. Las denuncias se han desbordado en redes sociales, amenazando un voto de castigo para Morena en Chiapas por parte de su propia militancia.

A Morena en Chiapas le bastaron las elecciones intermedias para demostrar que es igual que el resto de los partidos a la hora de repartir el «pastel electoral», que utilizó la buena voluntad de sus propias estructuras para gestar un movimiento nacional para llevarlo al poder y finalmente convertirlo en copo de negociación cupular, incrustando, por conveniencia, compromisos o padrinazgos, a muchos personajes de esa mafia del poder que tanto vocifera… así las cosas.

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