En la Mira / Hector Estrada

Magisterio radicalizado, otra muestra del hartazgo social

En un Estado democrático nada podría justificar el uso de la violencia y la anarquía para hacer valer las demandas sociales. En un país donde las leyes son aplicables sin miramientos y los canales de diálogo y concertación entre ciudadanía y gobierno son efectivos el radicalismo de la inconformidad social debe ser inaceptable. Sin embargo, ¿qué tan cerca está México de ser un Estado democrático?
Este martes decenas de profesores, adheridos a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), tomo 14 gasolineras en la capital chiapaneca para lo denominaron como la «liberación de combustible». En palabras simples y llanas, se dedicaron a regalar 1.5 litros de gasolina a cada automovilista que así lo decidió.
La «controversial» protesta que comenzó como una movilización exclusiva de la CNTE, terminó en un tumultuoso acto de complicidad en el que participaron centenares de ciudadanos que no perdieron la oportunidad de aprovechar los litros gratis de gasolina. Fueron hechos casi simultáneos en los que se involucraron muchos, y otros tantos más que lo pensaron o que simplemente ya no alcanzaron «el beneficio».
Más allá de las de por sí satanizadas manifestaciones de los docentes chiapanecos, lo que esta vez causó polémica fue justo la participación de la ciudadanía en lo que algunos catalogaron como actos vandálicos y delincuenciales.
No faltaron quienes nuevamente descalificaron las manifestaciones de los profesores a quienes acusaron de no utilizar las vías pacíficas y canales correctos para establecer el diálogo con las autoridades; mientras por otro lado hubo hasta quienes aplaudieron los hechos como actos de justicia contra los abusos cometidos en contra la ciudadanía, incluso, por los mismo empresarios gasolineros.
Lo cierto aquí es que lo sucedido este viernes va más allá del hecho; se sustenta como una muestra más del hartazgo social generado por la «sordera intencional» de autoridades empecinadas en ignorar reclamos sociales que, finalmente, terminan siendo pisoteados, sobrepasados y violentados por los propios gobernantes.
Dicen los sociólogos expertos que la radicalización de las manifestaciones sociales nunca es gratuita. El radicalismo es, sin duda, un camino abierto por los mismos opresores cuando enseñan a los oprimidos que las manifestaciones pacíficas simplemente no funcionan. Lastimosamente México es un claro ejemplo de eso, y para muestra revise usted la historia reciente.
Lo que hoy sucede en nuestro país es resultado de gobiernos autoritarios, donde no existe manifestación ciudadana suficiente que haga cambiar una decisión tomada por las altas cúpulas del poder. En México, las formas y los canales para que la voluntad ciudadana se haga efectiva parecen haberse cerrado, por lo que no deba sorprender que hoy quieran derribarse por la fuerza.
Es el México real donde los gobernantes exigen que sus gobernados actúen conforme a las normas y leyes mientras ellos las violentan para pasar por encima de los demás; donde se siguen imponiendo a los gobernantes con prácticas mañosas; donde se solapan los abusos de los poderos, pero nunca los del oprimido; donde se pueden llenar calles repletas de inconformes que finalmente nunca serán escuchados y sí señalados por quienes se sienten lejanos a sus problemas en cómodos estados de confort. Ese es el México de la doble moral y el conformismo que urge de cambios verdaderos.

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