Galimatias / Ernesto Gmez Panana

Bolivia. Justicia efectiva, no reelección

La entrega pasada abordamos la situación en Bolivia. Tres días después, Evo Morales aceptaba el asilo político que ofreció el gobierno mexicano.
Respecto del mismo caso, luego de las observaciones de una lectora puntual quiero precisar:
Reconozco los innegables avances que Morales logró al frente de la presidencia de Bolivia. El abatimiento de la pobreza a niveles históricos y su habilidad para el mantenimiento de la estabilidad económica están a la vista.
Es innegable también que en términos simbólicos y -dirían algunos pigmentócratas-, la llegada de un indígena a la primera magistratura de aquel país rompió un techo de cristal inédito en un continente en el que, a excepción del caso de Jean Bertrand Aristides en Haití, el poder político de ese nivel lo han detentado ciudadanos de piel blanca, descendientes de migrantes europeos.
La historia de Evo Morales es diferente. Hablamos de un líder campesino venido de una familia pobre, un indígena aymara que se convirtió en sindicalista, líder social y luego líder político y candidato natural a la presidencia. Evo era claramente un boliviano de izquierda tratando de cambiar la realidad de la mayoría de los habitantes de su país. Evo vivió la pobreza, la padeció en carne propia. Evo vivió las injusticias de gobiernos insensibles y corruptos. Evo vivió -y encabezó- el proceso de cambio electoral pacifico que lo llevó a convertirse en presidente de su país. En su origen, su compromiso con los más pobres de su país es desde luego, genuino y prioritario, pero no debiera ser el único.
Tan importante como el cambio es el encuadre en el que se gobierna o se corte el riesgo de perder el rumbo.
Un gobierno que busca llevar la justicia a los más pobres, que reconoce que Bolivia es una nación de naciones, un gobierno que busca erradicar la injusticia desde la izquierda debiera -es una mera hipótesis- enarbolar también la democracia como el marco periférico en el cual avanzar, ahí en mi opinión radica una de sus dos principles equivocaciones: un gobernante auténticamente democrático entiende que la reelección no es deseable y para evitarla, busca crear cuadros capacitados en la técnica y sensibles en las causas. Pretender que el cambio lo hace una persona y que eso vale cambiar la ley a modo para mantenerse en el poder por dos, tres, cuatro periodos vulnera tanto a la democracia -y a la justicia-, como lo vulneran la corrupción y la indolencia. Un mandatario electo democráticamente que luego busca mantenerse en el poder acomodando las leyes puede terminar pareciéndose demasiado a aquello que combatió. La ambición del poder atemporal debiera ser ambición exclusiva de aquellos a quienes militantes como Evo condenan y combaten, y no modelo a seguir. Ya se ha dicho hasta el cansancio, el poder es una enfermedad que contagia a todos y a cualquiera, incluso a los más revolucionarios.
Si a un gobierno de transformación profunda. No a un gobernante que busca permanecer en el puesto indefinidamente. Ninguno. Del origen que sea.

Oximoronas. Mención aparte para la influencia de los Estados Unidos que buscan retomar el control en países que, como Bolivia o Venezuela, las cosas han salido de -su- control. Evo dio el pretexto perfecto.
Esos han sido los modos de los EEUU, no podríamos esperar otra cosa. De la izquierda si.

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