Galimatias / Ernesto Gmez Panana

Era el inicio del sexenio de Carlos Salinas. Un sector importante de la sociedad cuestionaba la elección y el presidente buscaba la legitimación. Se requería una acción fundacional. Dura. Contundente.
Durante esa campaña de 1988, el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana se había distanciado del PRI, su aliado histórico y aparentemente había apoyado la postulación de Cuauhtémoc Cárdenas.
Fue célebre lo que hasta hoy se recuerda como El Quinazo. La detención, destitución y encarcelamiento del tamaulipeco Joaquin Hernández Galicia, alias La Quina. Se tumbaba a un charro-corrupto-demoníaco. Golpe democrático de un gobierno moderno decían.
A inicios de 1989, los trabajadores de Pemex eligieron a otro tamaulipeco como su líder sindical. Se trataba de Carlos Romero Deschamps.
El nuevo líder petrolero devino en lo mismo que se aparentó desterraría: corrupción, componendas, enriquecimiento. Una Quina esta vez reloaded y Fifí.
Justo por aquellos años en los que Romero Deschamps ya hacía sus pininos en el sindicalismo petrolero, otro cacique empezaba a enfrentar cuestionamientos en su liderazgo sindical. Me refiero a Carlos Jongitud Barrios, a la postre también desbancado por el presidente Salinas.
El 17 de diciembre de 1979, en oposición al Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, el SNTE, se creaba, con maestros de los estados más pobres del país -Oaxaca, Guerrero, Michoacán y Chiapas- lo que hasta hoy conocemos como CNTE, Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación, la disidencia.
Históricamente, las relaciones gremiales con el poder político en nuestro país -y muy probablemente en todo el mundo- han construido un ciclo perverso de utilidades, amores, chantajes y amedrentamiento mutuo. En psicología le llamaríamos llanamente una codependencia.
Hoy, en el arranque de la Cuarta T, el gobierno de AMLO tiene abiertos, entre muchos otros, dos frentes críticos que no será sencillo desactivar puesto que en ambos casos la relación, trae implícita su carga de codependencia necesaria, o qué, si no, es lo que significa que en San Lázaro la CNTE afirme tener 40 diputados, mientras sus huestes sostienen el bloqueo a las vías del tren en Michoacán desde hace más de dos semana, sin visos de tener ánimos de levantarse hasta que sus demandas no sean atendidas. Seguro muchas son justas y correctas pero también es cierto que -vuelvo a mi terco punto- la codependencia perversa es tal que el pliego incluye hoteles, concesiones de transporte y bonos de esos que según solo existían en la Suprema Corte.
Por su parte, el lider de los trabajadores de PEMEX, huérfano de padrinazgos prefirió ampararse -no vaya siendo-, pues una cosa es que le quiten el poder y otra muy distinta que lo manden a la sombra.
Es cosa de semanas para que un nuevo liderazgo surja en el sindicato petrolero, un nuevo tlatoani bendecido por palacio nacional y ungido por las huestes. Lo mismo con la CNTE. La relación no puede seguir igual que como con el régimen anterior. No puede ni tampoco debiera. A ninguna de las partes le conviene, ni a a la sociedad en general tampoco..
Es necesario que la relación codependiente entre sindicatos y gobierno se supere, ambas partes maduren y coexistan en una nueva circunstancia. El cambio fue para transformar desde el subsuelo y no solo para cambiar de personajes. Sea.

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