Galimatias / Ernesto Gmez Panana

Polídula y farántica

En Chiapas sabemos del tema, somos pioneros. Irma Serrano en 1994, por ahí mismo Jaime Moreno, también El Chunko o Reily Barba. Personajes del «mundo artístico» participando en política, primero como candidatos y luego como representantes populares. Farándula y política, política y farándula. Trágica y cruda metáfora de la sociedad que somos.

En estos últimos días de enero, los partidos políticos registraron a sus aspirantes a candidato -o candidata- a legisladores federales y gobernadores y aquello fue como abrir las páginas del TVnotas o sintonizar Ventaneando: Lupita Jones, Vicente Fernández Jr. o Tinieblas Jr. (omito aludir a los políticos juniors, esos no cantan ni llevan máscara, solo hacen negocios con la política), y qué decir de un comediante setentero llamado Quico, o Kiko (quienes leen TVnotas saben de la disputa por los derechos del nombre del personaje), quien aspira a ser gobernador de Querétaro.

Para atender la equidad de género, debo mencionar también a doña Paquita La Del Barrio, que aspira a legislar en el congreso veracruzano. Que se cuiden las ratas de dos patas que si ella gana, las van a exterminar.

Si habláramos de papeles para una película, los riesgos serían menores. La película resulta mala y fracasa en taquilla. Punto. Trágicamente hablamos de posiciones de gobierno, de diputados, alcaldes o gobernadores, esto es, de posiciones de alta responsabilidad en las que los errores son mucho más graves que un fracaso de taquilla.

Hablamos de personas interesadas -con todo derecho-, en participar, pero la mayoría de las veces, con poca o una preparación profesional en materia de asuntos públicos o gobierno, o cómo diáfanamente lo expresó la precandidata Paquita en su evento de registro, y cito textual: «no sé a qué vengo aquí, yo solo sé qué hay personas detrás de mí que son las que me van a enseñar a manejar este asunto», ojalá que quienes le enseñen no resulten ni inútiles ni tampoco ratas de dos patas que la engañen una, dos, tres veces por coraje o por placer. Pero pareciera qué hay un cierto gusto para decisiones de esta clase en el electorado.

Tenemos ya a los aspirantes venidos de la farándula, tenemos a un electorado con demostrada atracción por esta clase de candidatos -qué, si no, representan Cuauhtémoc Blanco o  El Pato Zambrano-.

Pero falta otro elemento fundamental en la receta: los partidos políticos

¿Qué sucede con ellos? Los partidos -parejo, todos- buscan votos, pues con esos votos obtienen posiciones y financiamiento. La ecuación perfecta si la mezclamos con el ego de los personajes del espectáculo y el precario análisis que puede hacer el electorado al decidir su voto.

Los cálculos de los partidos les llevan pues a invitar a esta clase de personajes jala-votos. Son los partidos quienes se llevan la ganancia fuerte: si el candidato o candidata gana, reciben mayor financiamiento y generalmente son el poder detrás del personaje que suele no tener mayor idea de la cosa pública.

Si el candidato o candidata pierde, pero logra incrementar su porcentaje de votos, el partido recibe mayor cantidad de recursos para la siguiente elección. Ecuación perfecta, gane o pierda el candidato.

La democracia es la menos mala de las formas de gobierno y su crecimiento y consolidación demandan un electorado informado y responsable que vote más allá del reflector y la máscara, y castigue a partidos cuyas apuestas sean de este tipo. Ahí nuestro camino es largo.

Oximoronas. Esta proclividad de los partidos y el electorado por los candidatos farandulescos no es cosa exclusiva de nuestro país. Basta gogglear el concepto para encontrarnos con referencias en todo nuestro continente. Empezando por Trump en Washington y terminando con el payaso Tiririca en São Paulo. Tragedia.

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