Galimatías / Ernesto Gómez Pananá

Dos historias de octubre

El Seis
A inicios del semestre, el doctor Rodríguez, profesor de “Fisiopatología 3” se presentó y explicó las condiciones del curso.

Es un curso fundamental y pesado, y deberán esforzarse para aprobar, señaló. Les dijo también que tendrían tres exámenes parciales para obtener la calificación del curso. Advirtió sobre faltas y tareas.

Al terminar, ya desde la puerta del salón les dijo: “¡y dejen de andar de revoltosos. Acá se forman médicos, no guerrilleros!”

Para el día del tercer parcial, el Consejo General de Huelga había convocado a una marcha. Fue necesario elegir entre examen o Zócalo. La elección fue Zócalo.

-Gómez Maza, faltó usted al examen de la semana pasada, por lo tanto tiene cero, dijo el maestro con su voz ronca de tesitura castrense.

– Maestro, tuve nueve en el primer examen, nueve en el segundo examen y cero en el último: Dieciocho entre tres, queda en seis.

El docente tensó el cuerpo y dio un largo golpe a su cigarro. Sin decir nada anotó el mínimo aprobatorio en la casilla.

Las Botellas
El rio humano arribó al sitio y se expandió por la plancha. Miles y miles, en su mayoría jóvenes. El evento transcurría en orden y de repente los gritos y la multitud tornó en caos. En los alrededores, militares y tanquetas. En el cielo dos bengalas.

Algunos de quienes intentan huir caen abatidos, otros son golpeados y capturados. El joven activista corre y logra ingresar al Edificio Chiapas. Habrá sido en el tercer piso donde un hombre mayor abre unos centímetros su puerta y lo llama. Le ofrece refugio. Gómez Maza acepta y entra. Agradece la ayuda. Son una pareja de ancianos consternados que no dan crédito a la barbarie que acontece afuera.

Pasadas dos horas, cosa de las ocho de la noche o un poco más, ya no se escuchan sirenas ni gritos. Se oyen de nuevo los autos, los taxis y los comerciantes.

Pasado el bullicio y ya un poco más serenos, el anciano le entregó un morral y dos botellas de leche vacías al joven refugiado. “Haz como que vas a la tienda”, susurró. “Antes que sea más noche”.

Al cruzar la puerta, el pasillo. Uno, dos, tres niveles hacia abajo que no recuerda cómo subió. De nuevo los latidos rápidos y el miedo. Varios trabajadores de limpia barren y lavan con fruición. Él rodea la plaza. Tendrá que cruzar el filtro militar que revisa a los transeúntes. Se aferra a las botellas vacías y toma aire. Avanza.

Estando ya a unos veinte metros del filtro, se cruza de pronto con una mujer joven y su hijo -tendría unos tres años-, que camina con ella. El niño le toma la mano. Juntos cruzan el filtro. Pasan “por familia”, gracias a eso “sobrevive” y años después se gradúa.

Oximoronas 1. Ambas historias son reales. Son vivencias de mi padre en aquel año.

Oximoronas 2. Lo dicho. La tarea de gobernar expone a cualquier gobierno, de cualquier color, a amenazas como la de esta semana.

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